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«South Pacific»; había rodado, siempre como bailarín, un par de películas en Hollywood. Precisamente en Hollywood habla tenido su primero y único contacto con la aventura y la mala vida: durante el rodaje de una película había sido ocasionalmente el amante de Lana Turner, un poco antes de que el amante oficial, Johnny Stompanato, fuera muerto a cuchilladas por la hija de la actriz. Poco después del asesinato, las sospechas de los gangsters amigos de Stompanato recayeron sobre él; Connery debió huir atropelladamente y, para escapar a posibles venganzas permaneció escondido cuatro meses en una mugrienta pensión en la periferia de Los Angeles. Después su carrera no había avanzado mucho. En el 1960, Fleming cede finalmente a la insistencia del productor canadiense Harry Saltzman y de su socio americano Albert «Cubby» Broccoli, y consiente en vender los derechos de adaptación cinematográfica de sus libros. Para encontrar al actor más adecuado para el personaje de James Bond, el «Daily Express» lanza un referéndum entre sus lectores y les invita a escoger entre las fotografías de diez jóvenes actores ingleses. Llegan al referéndum seis millones de respuestas: la inmensa mayoría designa a Sean Connery; el segundo clasificado es un tal Terence Cooper. El primer film de la serie Bond, Doctor No, se estrena en 1961 con un éxito clamoroso. En 1963, cuando aparece el segundo, From Russia with Love, doscientos mil ingleses se precipitan a verlo en la primera semana de programación; la película tiene más espectadores que Via col vento o que El puente sobre el río Kwai. El tercer film, Goldfinger, se estrena en Londres en 1964 en ocho cinematógrafos simultáneamente: enfrente de cada uno la fila de los espectadores que hacen cola se extiende dos o tres horas antes del comienzo del espectáculo. Sean Connery alcanza el honor de ser presentado a la Reina Madre y a la princesa Margarita con ocasión del Royal Film Show, y la industria cinematográfica inglesa reconquista gracias a Bond un puesto de gran relieve en el mercado internacional. Desdichadamente para ellos, los productores Saltzman y Broccoli no han tenido la celeridad necesaria para monopolizar inmediatamente toda la obra de Fleming; interviene también el productor Charlie Feldman. Así, en marzo de 1965, dos casas de producción distintas realizan al mismo tiempo dos películas sacadas de las novelas de Fleming: Connery interpreta Thunderball para Saltzman y Broccoli, mientras que Terence Cooper, el segundo clasificado, es el protagonista, de Casino Royale para Feldman. La rivalidad es encarnizada; la muerte de Fleming no la hace menos dura ni la agota. La viuda del escritor, Anne Geraldine ex Lady Rothermere, anuncia haber descubierto cinco novelas de su marido todavía inéditas. La gloria de Fleming está completa: también él, como todos los grandes escritores comerciales, como los Evangelistas, como Jack London, Scott Fitzgerald y Hemingway, tiene sus apócrifos.

El éxito de Fleming en América es ya estrepitoso, han aparecido decenas de James Bond Fans Clubs, la New American Library imprime de quince a dieciocho ediciones de cada novela, cuando el presidente Kennedy le da una ulterior y definitiva contribución declarando en una conferencia de prensa que Fleming es uno de sus autores preferidos, que tiene siempre sobre la mesilla de noche uno de sus libros y que From Russia with Love es una de las diez obras que salvaría de un eventual desastre atómico. El asesinado y el asesino tienen el mismo gusto: en el mismo período, Oswald toma prestadas de la biblioteca comunal circulante de Dallas todas, las novelas de Fleming. En América, la influencia de Bond no se limita a las costumbres, llega a un sector muy particular: el de la Central Intelligence Agency, el servicio secreto americano, que intenta vanamente imitar las fantásticas invenciones de Fleming.

Lo cuenta Allen Dulles, ya jefe de la CIA, en un artículo en el «Life»: «Me gustan mucho los libros de Fleming -dice-; fue Jacqueline Kennedy quien me los hizo conocer. Me prestó From Russia with Love diciéndome: "Este es un libro de su género, director." Algunos años después conocí a Fleming en Londres, hablamos de los nuevos ingenios que serían inventados en la nueva época. El U-2 estaba ya secretamente a punto, había hecho los primeros vuelos secretos, pero la fantasía de Fleming iba mucho más allá. Desde aquella tarde permanecí constantemente en contacto con él, y desde entonces frecuentemente James Bond ha sido ayudado y asistido por los funcionarios de la CIA. Estoy convencido que en la vida real, James Bond habría tenido en el Kremlin un nutrido dossier después de su primera misión y difícilmente habría sobrevivido a la segunda. Pero existen en todas partes excepciones a la regla, y Richard Sorge, el gran espía que actuaba en el Extremo Oriente durante la primera parte de la segunda guerra mundial, se asemejaba en su modo de vida mucho más a James Bond que a los espías habituales. He dicho y repetido muchas veces que en mi condición de jefe de la Central Intelligence Agency habría estado muy contento de tener a mis órdenes semejantes James Bonds. Me interesan enormemente los ingenios secretos, los hallazgos técnicos de Fleming: por ejemplo, el aparejo que James Bond instala en los automóviles de sus adversarios para poder seguir el itinerario incluso a muchos kilómetros de distancia. He encargado a algunos técnicos el estudio en el laboratorio de la CIA de la realización de este aparejo, pero, desgraciadamente, la cosa no ha funcionado.» Así, el espionaje de fantasía se revela más eficaz que el real, pero Allen Dulles insiste en considerar, a James Bond un personaje más que real. En su libro The Craft of Intelligence, por ejemplo, traza un parangón entre James Bond y el coronel Rudolph Abel, el agente secreto soviético que fue cambiado hace años por el piloto americano Francis Gary Powers: Bond sale sin duda victorioso, porque no lleva encima máquinas fotográficas ocultas ni mensajes secretos cosidos en el forro de los trajes, mientras que Abel había cometido parecidas imprudencias de este género.

De Bond, en los periódicos americanos, no se habla como de un personaje sino de una persona: el estilo Bond llega a ser el ejemplo de la nueva línea de la moda masculina y también de un modo más viril de tratar a las mujeres; aumenta en un cuarenta por ciento la venta de su marca preferida de champaña, el «Taittinger»; aumentan en un treinta por ciento las importaciones de su vodka predilecto. Se imprimen centenares de miles de montones de publicaciones en papel satinado llenas de fotografías de Connery y sus chicas cinematográficas, dedicadas a la exaltación del «fiction's sexiest, most sensational hero» James Bond. El regalo más apreciado por los hombres en la Navidad de 1964 es la valija diplomática de la cual 007 no quiere absolutamente separarse en From Russia; Macy's las vende a centenares; lo más deseado por los niños es la reproducción en miniatura; pero funcionando perfectamente, del fabuloso automóvil del agente secreto. La película From Russia with Love, que costó un poco más de un millón de dólares, ingresa solamente en Nueva York durante la primera semana de programación 460.186 dólares; el éxito de Goldfinger es tal que en un cine de Nueva York se proyecta ininterrumpidamente durante las veinticuatro horas del día y la dirección impone un intervalo para barrer vertiginosamente de la platea los restos de «pop-corn», que han alcanzado un espesor de diez centímetros. Si Allen Dulles tomaba a Bond en serio, «Harper's Bazaar» acepta su influencia frívola: la mujer de 1965, dice en octubre, tendrá las piernas todas de oro como la muchacha de Goldfinger, gracias a las novísimas medias de encaje dorado. Las preciosas fotografías de la moda están ambientadas sobre fondos inquietantes típicamente de espionaje, las sofisticadas modelos aparecen circundadas de maniquíes-espías También la publicidad de una marca de guantes está hecha por una chica con un fieltro negro calado sobre los ojos y un impermeable con las hombreras militares del cual salen decenas de manos muy bien enguantadas que apuntan amenazadoramente decenas de «Beretta 25», la pistola preferida por 007.

La epidemia de «bondismo» que invade Francia con más vigor que la «bardolatría» de los años cincuenta, tiene un origen reciente y una historia curiosa. Hasta 1962 Fleming es desconocido en Francia y un par de sus libros han tenido un éxito comercial tan decepcionante que el editor decide no publicar ningún otro. El éxito llega de retorno, sobre la estela de las de América más que de Inglaterra: en compensación es excepcional. De junio a agosto de 1964, Plon, el nuevo editor francés de Fleming, vende 480.000 ejemplares de las cuatro Primeras novelas de James Bond traducidas; From Russia with Love tiene en un mes medio millón de espectadores; «France Soir» publica por entregas Doctor No, lanzándolo como la novela de las vacaciones; la estación radiofónica Europa número 1 realiza una emisión que tiene por objeto a Bond y recibe doscientas cartas cada día. El más difundido semanario femenino francés, «Elle», hace de James Bond su héroe masculino, pero sugiere también a las lectoras que imiten a sus mujeres: propone para el verano un bikini con cinturón de cuero como el de Ursula Andress en Doctor No, traje de noche con chaleco de gauchos de plata y sádicos trajes de piel como el de Pussy Galore en Goldfinger, mórbidos y tenebrosos fieltros negros, abrigos oscuros. En febrero de 1965 los franceses han comprado ya dos millones de ejemplares de las novelas de Fleming, el editor está seguro de llegar pronto al tercer millón; la televisión dedica a 007 una transmisión de una hora y media y ningún telespectador da mayor importancia a la opinión de Georges Lengelaan, un agente secreto retirado entrevistado para la ocasión, según el cual Bond es un espía que no puede ser tomado en serio sino por otra cosa que por sus características físicas demasiado llamativas.

El estilo Bond se impone en la moda masculina gracias a la intervención de la agencia publicitaria «Service et Methodes». Boussac, el más importante industrial textil francés, invade el mercado de impermeables a lo James Bond, camisas a lo James Bond, pijamas y túnicas de esponja a lo James Bond; las medidas para adultos llevan como contraseña la sigla mágica 007, las de los niños llevan la sigla reducida a la mitad 003,5. El sastre Bayard lanza cuatro trajes a lo James Bond completados con chaleco; Bally lanza el mocasín Bond y el zapato negro Bond de media tarde; la Colgate-Palmolive lanza la colonia 007 (un perfume mezcla de whisky y de tabaco); la Lehman and Weil las corbatas Bond de malla negra; la Clodrey fabrica un muñeco de caucho de veinte centímetros que es una exacta reproducción de Sean Connery. Otras firmas fabrican ruletas portátiles, sombreros de paja con una faja tricolor, gemelos, guantes y carteras a lo Bond. Tampoco las mujeres son olvidadas: la industria de lencería femenina Margarett pone en venta sostenes, fajas, bragas, camisas de noche de encaje clorado y las presenta con la fotografía de la muchacha desnuda dorada de Goldfinger exhortando «comme elle, soyez vetue en or», exhortación que es prontamente recogida por el público femenino. Todos los artículos de vestir inspirados en el personaje de Fleming llevan la marca «James Bond 007», se venden en tres mil comercios de toda Francia; las Galerías Lafayette de París inauguran una «boutique James Bond» especial. Por otro lado, también las marcas de lápices de labios hacen su reclamo con frases como «un buen Bond para la boca».

La tarde del estreno de Goldfinger en el Marignan de París, Sean Connery recorre en triunfo los Campos Elíseos al volante del célebre «Aston Martin» modificado que Bond usa en la película y que millares de parisienses habían ya admirado en la exposición del Salón del Automóvil. La muchedumbre se agolpa a lo largo del paseo, grita, aplaude; enfrente del cine donde le esperan doce Bluebell con mallas negras, peinadas y maquilladas como gemelas, Connery-Bond es embestido, sobado, sofocado por los admiradores, pierde pronto la sonrisa y casi todos los botones del vestido. Pocos días después se inaugura en París el club Bond, un círculo reservado a los fetichistas del agente secreto; no más de quinientos socios, cada uno dotado de su propio carnet de reconocimiento «007». La puerta de entrada está blindada y provista de cerrojos de combinación como la de la fortaleza de Fort Knox tomada por asalto en Goldfinger; hay un museo de James Bond, un gabinete del Doctor No, una Sala From Russia y una Sala Goldfinger tapizada en oro. Hay también un tiro al blanco donde la única arma permitida es la «Beretta». Al principio los encargos son transmitidos al camarero con el radioteléfono, y con mucho dolor al poco tiempo debe renunciarse a ello: por desdicha, ninguno de los fans de Bond conoce el uso de este elemental medio de comunicación del agente secreto.

En Italia, los primeros en descubrir a Fleming son, como siempre, Irene Brin y Alberto Arbasino; ella habla del escritor en su sección de correspondencia con los lectores de un periódico, él le dedica un pequeño ensayo, pero su anticipación no tiene consecuencias. También los dos primeros libros de Fleming, publicados en la colección «Il romanzo mensile» en 1958, dejan a los lectores del todo indiferentes. Como en Francia, el éxito llega con retraso, pero también aquí será notabilísimo. Las primeras historias de James Bond, publicadas por Garzanti tres años después, tienen inmediatamente una óptima tirada, sustituyen en las preferencias del lector al ya gastado Mike Spillane; las ediciones económicas en rústica se agotan inmediatamente y se reimprimen; y se agota rápidamente también la edición encuadernada, más lujosa y costosa, de una colección dedicada exclusivamente a la «opera omnia» de Fleming. «Mientras la novela como género termina en el banquillo de los acusados y los críticos proclaman su crisis y aun su muerte -dice la presentación editorial-, estos nuevos clásicos de la aventura se revelan quizá como las únicas novelas verdaderas de nuestro tiempo. Novelas y películas hacen a James Bond popularísimo, su fama confunde decisivamente la valoración de ciertos problemas morales. Gracias a él el espía pierde totalmente sus caracteres tradicionales que lo querían feo, furtivo, venal y traidor; el oficio del agente secreto parece satisfacer plenamente el deseo de evasión y riqueza, las ganas de aventura y violencia y parece a muchos una óptima solución para el porvenir, una carrera entre las más brillantes, una profesión emocionante y además muy rentable por la cual vale la pena ciertamente correr algún riesgo. Cuando «Sorrisi e canzoni», un semanario popular con más de setecientos mil ejemplares de tirada, comienza a publicar una encuesta sobre el espionaje llegan a la redacción centenares de cartas. Mujeres de su casa, jóvenes de provincias, pensionistas, muchachas inquietas, comerciantes, gimnastas, niños, dependientes, empleados y camareros quieren incorporarse a la carrera de espía internacional, quieren saber dónde y a quién deben dirigirse para llegar a ser agentes secretos, piden toda la información sobre el caso: ¿cuánto se gana, dan el coche, qué edad hay que tener, si se debe saber el judo a la fuerza, si es necesario ser soltero, cuánto cuestan los cursos de espía, si se pueden seguir por correspondencia, se puede ser agente secreto si se tiene miedo de viajar en avión? Entre millares de preguntas de este tipo, la única pregunta moral es cuantitativa: entrando a formar parte del servicio secreto; ¿a cuántas personas precisamente es necesario matar cada año?

Las canciones sacadas de la banda sonora de From Russia with Love y Goldfinger se ponen rápidamente en cabeza de la clasificación de la venta de discos. La noche del estreno de Goldfinger en Milán, la policía debe intervenir con fuerza para sofocar el tumulto de los espectadores que quieren entrar a cualquier precio y se golpean salvajemente para conquistar un sitio; en Roma, la película se proyecta durante tres meses con la sala atestada, en cuatro cines de estreno; los ingresos dominicales de cada cinematógrafo llegan a los nueve millones. El «Aston Martin» usado por Bond en Goldfinger se expone en toda Italia en el curso de una tournée triunfal en lugares agolpados de curiosos: en Milán, el automóvil se ve obligado a una fuga indecorosa, pues el público entusiasta estaba arrancando rápidamente a manos limpias los accesorios y las manecillas. Un jeque árabe en viaje quiere absolutamente comprarlo: está dispuesto a gastar sesenta millones de liras, en realidad el «Aston Martin» cuesta sólo veintiocho. Las revistas dedican a James Bond páginas cada día más numerosas y coloreadas, compendian sus gustos y sus hábitos, exaltan su hechizo. Un semanario contrata una modelo, la barniza de oro y la manda de paseo muy poco vestida por las calles de Milán: la pobrecita es casi reducida a pedazos por la gente; todavía teñirse de oro es la idea más aconsejada para el carnaval de 1965. Florecen rápidamente las parodias: Franchi e Ingrassia ruedan las películas 002 agenti segretissimi y Misione Goldginger;, una película de Totó inicialmente proyectada como una parodia de Lawrence de Arabia sufre a media elaboración una brusca vuelta, sucesiva al éxito de Bond, y el cómico se convierte en el agente 008. Al mismo tiempo se despierta con rapidez el interés por todas las películas que tenían como tema el espionaje y se multiplican las imitaciones. De una película de espionaje proyectada sin ningún éxito se rehace completamente la banda sonora, bautizando al protagonista con la sigla 017: repuesto en circulación en esta nueva versión obtiene óptimos ingresos. Astutos distribuidores cinematográficos inventan los agentes 077, 070, 107, rebautizan los personajes Jean Bond; cambian los títulos de las películas; por ejemplo, una película policíaca cualquiera se titula Da 007 criminali a Hong Kong. Al final, los abogados de la «United Artists» están obligados a intervenir con un decidido requerimiento. «Sólo James Bond, el protagonista de las novelas de Ian Fleming, puede ser el agente 007. Tal definición corresponde en exclusiva a los actores que interpreten películas sacadas de las novelas del notable escritor inglés. Se advierte a todas las sociedades italianas que aprovechando el éxito obtenido por el agente 007 han bautizado con la misma cifra a los protagonistas de sus películas.»

James Bond se convierte en un personaje ejemplar, un elemento de referencia común en las conversaciones de la gente; su nombre es simbólico y elocuente como el de Hércules, Casanova, Sherlock Holmes y Don Juan. Los periódicos están llenos de titulares acuñados sobre la expresión «licencia para»; de un policía se hablará como del «James Bond italiano»; la actriz que interpreta el personaje de una espía será sin duda «un James Bond con faldas»; el más reciente héroe del espionaje «un nuevo James Bond»; más afortunado que muchos otros, el agente secreto ha ganado en Italia la batalla más difícil, la del lenguaje... Su éxito ofrece preciosas ocasiones para artículos moralizantes a los comentaristas de costumbres; pero preocupa a los comunistas que ven en Bond un símbolo de la violencia fascista o de la alienación neocapitalista; inquieta a los católicos, angustiados por su inmoralidad; fastidia a los radicales refinados que lo consideran un exhibicionista, un villano, un alpinista social, un snob. ¿Será verdad?

¿Quién es James Bond, de dónde viene, qué gustos y costumbres tiene, cuánto gana, a qué familia y estrato social pertenece, es feo o guapo, es verdaderamente un villano o es un gentilhombre, cuáles son las características que lo han hecho tan popular? Intentemos construir una anatomía del personaje, deduciendo las noticias que lo definen de las novelas de Bond, porque en estas páginas se encuentra el verdadero Bond; el cine lo ha transformado según sus propias exigencias. Y. probemos de conseguir sobre sus costumbres y sus gustos el juicio de algunos expertos indiscutibles.

James Bond tiene en su inicio treinta y cinco años y permanecerá más o menos firme en esta edad; llegará como máximo a treinta y seis, a treinta y siete. «Mide un metro ochenta y tres; pesa 76 kilos» (From Russia with Love). «Los ojos en la enjuta cara bronceada son de un clarísimo gris azulado y gélidos, vigilantes. Estos ojos semicerrados y en guardia dan a su rostro una peligrosa, casi cruel cualidad» (The Spy Who Loved Me). «Es un hombre guapo. Recuerda a Hoagy Carmichael, el autor de "Polvo de estrellas". Pero en Bond hay algo frío e implacable» (Casino Royale). La semejanza con Hoagy Carmichael, el músico-actor americano, cuya cara es una versión optimista del de Ian Fleming, vuelve en otras descripciones; otros libros subrayan con insistencia la dureza, la implacabilidad: «Había en su rostro algo frío y peligroso; la expresión de quien se siente perfectamente en forma; duro. Bond sabía que tenía algo de extranjero, de poco inglés.» «Un poco del tipo de Hoagy Carmichael. Los mismos cabellos negros con el mechón que tiende a caer sobre la ceja derecha. Y también la misma corpulencia. Pero tenía un pliegue cruel a los lados de la boca, y los ojos eran fríos» (Moonraker). «Aquella frialdad y aquella luz de odio que traslucían sus ojos gris-azules» (Live and Let Die). «Su rostro era hermoso, en cierta manera, un poco sombrío, casi cruel: una cicatriz blanca le cortaba la mejilla izquierda. Tenía la costumbre de frotársela reflexionando, o recordando. Las manos eran grandes, robustas» (The Spy Who Loved Me). Respecto al actor que lo ha encarnado en la pantalla, el agente secreto es pues más delgado, físicamente más «duro», tiene una cara menos graciosa pero más dramática, y los ojos claros. Bond tiene una resistencia física verdaderamente envidiable, consigue superar pruebas de excepcional dureza. En Casino Royale es desnudado, atado a una silla sin fondo, golpeados sus testículos con una palmeta cerca de una hora. En Moonraker queda sepultado en un desmoronamiento provocado arteramente y envuelto en un espectacular accidente de auto. En Thunderball es casi descuartizado por un aparato de tracción vertebral mientras está refugiado en una clínica. En Live and Let Die se rompe el meñique de la mano izquierda; se escapa del mortal abrazo de un pulpo, una barracuda le arranca un trozo de espalda; al final se le ata desnudo juntamente con una chica de la cuerda de anclaje de un gran yate y es llevado a remolque a la velocidad de tres nudos por hora. Saca de ello sólo algunas cicatrices, que a veces consigue que le desaparezcan gracias a operaciones de cirugía plástica. Su equilibrio nervioso, aunque envidiable, es sin embargo más frágil. Cuando no tiene misiones que cumplir y está reducido a la banal rutina del oficio, Bond se vuelve inquieto, irritable, nervioso, fuma demasiado, bebe muchísimo: tanto que su jefe M debe mandarlo a una clínica en Sussex para una cura desintoxicante (Thunderball); sólo con mucha fatiga y muchas sesiones psicoanalíticas con el más famoso psiquiatra de Inglaterra consigue restablecerse de un gravísimo agotamiento nervioso (You Only Live Twice); para tenerse en pie debe tomar píldoras de bencedrina, para dormir píldoras de seconal (Moonraker).

De la familia de Bond no se sabe mucho, lo suficiente todavía para darse cuenta de que no debía ser una mala familia, no precisamente nuevos ricos. Su padre era escocés; la madre, suiza (Her Majesty's Secret Service). Su padre era Andrew Bond, de Glencoe; la madre Monique Delacroix, del Cantón de Vaud. Siendo su padre representante en el extranjero de la firma Vickers, su primera educación tuvo lugar en el extranjero. Sus padres resultaron muertos en un accidente alpinístico en las Aiguilles Rouges, en Chamonix. Es entonces educado por una tía, muerta después, la señorita Charmian Bond, en Pett Bottom, en las cercanías de Canterbury, en Kent. La tía, señora de gran erudición y cultura, como la define M, el jefe de Bond, cuida personalmente de la educación de su sobrino, que a los doce años, o un poco más, pudo felizmente entrar en Eton donde su padre lo había inscrito desde el nacimiento. Después de dos años, solamente, fue expulsado por un lío con una camarera. La tía consiguió entonces hacerlo inscribir en Fettes, donde ya había estudiado su padre y donde se exigía a los alumnos el máximo rendimiento en el campo escolar y en el atlético. Cuando terminó los estudios, a los diecisiete años, Bond había representado por dos veces los colores de su escuela como peso ligero y había fundado el primer curso de judo. Declaró diecinueve años y con la ayuda de un viejo colega de trabajo de su padre, consiguió entrar en la Marina y formar parte, de lo que después sería conocido como Ministerio de Defensa. Al terminar la guerra tenía el grado de comandante. Hizo una petición para continuar trabajando para el Ministerio (You Only Live Twice). Tiene una renta personal de mil libras esterlinas al año; posee un apartamento pequeño pero cómodo en un barrio elegante, en los alrededores de Kings Road en Londres; tiene a su servicio una anciana ama de llaves escocesa, May (Moonraker). Su buena extracción social es confirmada también por las muchas aptitudes que tiene. Ha aprendido a esquiar de pequeño en la famosa Hannes Schneider School de Stanton. Juega muy bien al bridge según el método Culbertson. Juega bien al golf, ha comenzado de chico, tiene temperamento de jugador, debería solamente corregir la salida y el vicio de golpear fuerte la pala cuando no hay razón para hacerlo; podría llegar a ser, ejercitándose, un jugador «scratch», esto es que parte de cero; así su handicap es de nueve. Es un buen nadador, hábil en las inmersiones subacuáticas. Es muy bueno en la ruleta, bueno en muchos juegos de azar y también en algunos juegos de sociedad. Conduce muy bien, y en su primera juventud ha tomado parte como dilettante en el mundo de las competiciones automovilísticas. Conoce a la perfección el francés y el alemán, pero prefiere no hablarlos y por fortuna tiene casi siempre que tratar con gente de habla inglesa. No es un snob. Cuando un funcionario del College of Arms, la asociación heráldica inglesa, se esfuerza en establecer una ascendencia suya aristocrática, Bond se desinteresa y busca rápidamente cortar la conversación. No lee nunca otra cosa que el «Times» o el «Daily Express» o manuales deportivos, por ejemplo «Cómo jugar siempre bien al golf» de Tommy Armour. Es vivamente racista: odia a los soviéticos y a los balcánicos, tiene horror a los negros y a los chinos, pero encuentra ridículos a los franceses y considera a los americanos con parecida suficiencia. Con los italianos parece tener una cuestión personal. No los cita nunca sin alguna observación desagradable o incluso insultante: «En el número diez había un joven italiano de aspecto florido que sin ninguna duda debía su capital a las rentas de los exorbitantes alquileres de sus casas en Milán. Con toda probabilidad habría jugado de manera impetuosa e irreflexiva, quizá hubiera perdido la cabeza y provocado algún incidente» (Casino Royale); «Bill, un italiano afeminado» (Goldfinger); «Italianos inútiles para todo, que llevan camisas bordadas y pasan el día perfumándose y comiendo spaghetti», «Un rebaño de italianos aplatanados, de aquellos que se llenan de "pizza" para toda la semana y que el sábado desvalijan un garaje para procurarse el dinero del domingo» (Diamonds Are Forever). Bond tiene pues todas las características del inglés bien nacido.

¿Qué tipo de vida lleva? «Trabaja para el Servicio Secreto inglés desde 1938; ha obtenido en 1950 el número 007 que le da licencia para matar; en 1953 ha recibido la C.M.G., una condecoración que los agentes secretos no reciben casi nunca antes del retiro» (From Russia with Love). «Sólo dos o tres veces al año ocurría un caso que exigiese su habilidad. El tiempo restante desempeñaba el oficio de un normal funcionario civil: horario de oficina más bien elástico, de las diez a las dieciocho; almuerzo generalmente en el restaurante del interior, tardes jugando a las cartas en compañía de algún amigo íntimo, o de Crockford, o haciendo el amor con escaso entusiasmo con una de las tres mujeres casadas que frecuentaba. El fin de semana: habitualmente jugando al golf, con apuestas más bien altas, en uno de los clubs vecinos de Londres. No tenía vacaciones, pero generalmente se le concedían dos semanas al final de cada misión, además de las habituales licencias de convalecencia. Ganaba 1.500 libras esterlinas al año; tenía además una renta de mil libras exentas de tasas. Cuando estaba fuera por trabajo podía gastar cuanto quisiera, así el resto del año podía vivir discretamente bien con las dos mil libras esterlinas que le quedaban limpias. Lo gastaba casi todo porque quería tener lo menos posible en la banca el día en que lo hubieran liquidado» (Moonraker). La muerte de su autor lo ha salvado de esta deprimente eventualidad, así como lo ha salvado de la humillante necesidad de retirarse una vez alcanzado el límite de edad de los cuarenta y cinco años. James Bond puede vivir con sus dos mil libras esterlinas porque no tiene a nadie a quien mantener. Es huérfano y viudo. Se ha casado una sola vez, el primero de enero de 1962, en el Consulado inglés de Mónaco, con la condesa corsa Teresa de Vincenzo, llamada Tracy, hija del jefe de la Unione Corsa Marc-Ange Draco; su mujer ha sido cruelmente asesinada por sus enemigos dos horas después de la boda (On her Majesty's Secret Service). En otra ocasión había decidido casarse con una tal Vesper Lynd: pero esta vez ha sido la chica quien se ha suicidado porque lo amaba y no podía amarlo, era una espía soviética (Casino Royale). En general su comportamiento con las mujeres «era una mezcla de laconismo y pasión. La lentitud de los acercamientos lo aburría casi tanto como las intrigas que invariablemente preceden a la ruptura» (Casino Royale).

En esto Bond no se distingue de la mayor parte de los hombres: como en muchas cosas, por lo demás. La elección de sus accesorios, por ejemplo, es más bien conformista: posee siempre objetos de buena marca, pero sólidamente famosa y previsible. Nada excéntrico, nada fuera de un nivel común elevado. Su mechero es un Ronson, su maquinilla de afeitar una Gillete, su pistola una Beretta, sus palos de golf son Penfold, su reloj un Rolex Oyster Perpetual con correa de metal extensible, las mazas de golf compradas en Cotto y los zapatos de golf son Saxone, su chica Tiffany Case tiene un reloj, naturalmente, de Cartier. Única excepción, los cigarrillos. Bond fuma muchísimos, 60-70 al día; son cigarrillos preparados para él por Morland, en Grosvenor Street en Londres, con una mezcla de tabaco turco y griego fortísimos; deberá de hecho dejar de fumar después de una cura desintoxicante y adoptar el Duke of Durham king size, con filtro (Moonraker, Thunderball). Si no tiene a mano esta marca, fuma Senior Service (The Spy Who Loved Me) o Chesterfield King size (Goldfinger). Por razones de trabajo James Bond viaja muchísimo. Los itinerarios que recorre más frecuentemente son los tradicionales del turismo de calidad: la Costa Azul, Florida, Nueva York, las Bermudas, Jamaica, Engadina, Venecia. También en la elección de los hoteles y night clubs es bastante conformista, en Nueva York habita en el Plaza o en el St. Regis, va a «Sardi» o al «21»; y veamos por ejemplo una parada suya en París: almuerzo en el café de La Paix, en la Rotonde o en el Dôme; aperitivo en Fouquet; por la tarde un whisky en Harry's Bar; cena en Véfour, en Le Caneton o en el Cochon d'Or; después de la cena un paseo por la plaza Pigalle, no en vano se sirve mucho de la Guía Michelin (For Your Eyes Only). Viajar no es para él una verdadera pasión tal como lo es el juego: «Le divertía la imparcialidad de la bolita de la ruleta o de las cartas, su eterna fatalidad. Le placía ser al mismo tiempo actor y espectador. Sobre todo le placía ser el único responsable del resultado final» (Casino Royale). El solo hobby del agente secreto es su coche: «Uno de los últimos Bentley de 1933 de cuatro litros y medio, provisto de un compresor Amherst Villiers. Era un enorme cabriolet convertible -pero convertible en serio-, color gris oscuro, que podía alcanzar cómodamente los 145 kilómetros por hora, con una reserva potencial de otros cincuenta kilómetros a la hora» (Casino Royale). Esta amada joya es destruida en un accidente y su jefe M le regala para sustituirlo un Mark VI del 1953, de tipo deportivo, descubierto, color gris perla con una lujosa tapicería de piel azul oscura. Del famoso coche con guardabarros reforzados en acero, emisora y receptora de radio, dispositivo de radar para seguir a los adversarios a distancia, matrículas intercambiables, etc., que en Goldfinger es un D.B.III y en el film homónimo un Aston Martin no vale la pena hablar: no pertenece a 007 sino al Servicio Secreto. Bond posee también un viejo Bentley Continental segunda serie, comprado usado y hecho modificar, gris tapizado de piel negra (Thunderball); guía durante una hora un Lancia Flaminia Zagato Spyder que es destruido juntamente con su mujer (On Her Majesty's Secret Service). Adquiere un Thunderbird de dos plazas, gris oscuro con la capota de color crema (The Spy Who Loved Me). «Todos automóviles soberbios -juzga Piero Taruffi-, no sólo potentes y elegantes, sino escogidos evidentemente por un entendido muy avezado, por una persona que guía como un maestro y que encuentra un verdadero placer en la conducción. Automóviles escogidos con un toque muy personal.»

Si el automóvil es un hobby, el alcohol es casi un vicio para James Bond. Siente una destacada predilección por el champaña y el vodka. Bebe mucho. Bebe, por ejemplo, Bordeaux blanco, Dom Perignon del 1946, vodka con agua tónica, Taittinger, whisky y soda (Moonraker); bebe Bourbon doble con agua y mucho hielo, Pommery del 1950 en copa de plata, Martini con vodka y una rodaja de limón, gin y agua tónica, Rose d'Anjou helado, Hennessy Tres Estrellas (Goldfinger); bebe Mouton Rotschild del 1953, Calvados añejo de diez años, Poully Fuissé, Krug, Taittinger Blanc de Blancs, brandy doble con ginger ale (On Her Majesty's Secret Service); bebe whisky Haig & Haig Pinch-Bottle (Live and Let Die); bebe Cliquot rosé (Thunderball); bebe Taittinger Blanc de Blancs brut del 1943, un Martini con tres dosis de Gordon Gin, una de vodka, media de China Lillet y mucha corteza de limón (Casino Royale). ¿Es un bebedor refinado o solamente un desprevenido que se deja impresionar por las marcas más costosas y famosas? «Es, ante todo, un bebedor desordenado -dice Piero Accolti Gil, gran conocedor de vinos y licores, autor de Il mio amico whisky y de un Viaggio attraverso i vini di Francia-. Incoherente. Muchas cosas y demasiado diversas. Es un bebedor contradictorio. El Dom Perignon, por ejemplo, lo puede beber uno que cree en la publicidad y no conoce el champaña, por si fuera poco el 1946 es una mala cosecha; el Pommery 1950 es un champaña banal, corriente; el champaña rosado es una invención para americanos, como el doble brandy con ginger ale; el Rosé d'Anjou no es un buen vino, como ningún rosado; el Mouton Rotschild es bueno, pero un Cháteau Lafitte Rotschild hubiera sido mejor; mezclar el gin con vodka es inútil; el Hennessy es un buen coñac, pero el Tres Estrellas es el peor. Por otra parte el Taittinger es un vino refinado, de verdadero entendido; el Calvados y el Krug son óptimos; beber champaña en copa de plata en vez de cristal es una costumbre de experto que sabe que la plata conserva más tiempo frío el líquido; la Haig & Haig Pinch-Bottle es una buena reserva; beber en 1953 un champaña de 1943 es una auténtica fineza, un año más y habría sido un error; después de diez años el champaña envejece y toma un gusto desagradable. Diría que 007 bebe siempre cosas extraordinarias, pero que le falta el arrojo generoso del bebedor refinado. Bebe como la gente de mundo que viaja mucho, conoce y es rica; como la gente que se encuentra en los jets, en los transatlánticos, que en Roma se alberga en el Excelsior y no en el Gran Hotel. Bebe bien, la suya es una óptima carta de vinos pero sin sabiduría y sin verdadero amor.»

James Bond no es glotón. «En Inglaterra vivía de lenguados asados, huevos hervidos y roast-beef frío con ensalada de patatas. Pero viajando al extranjero las comidas eran la pausa agradable de la jornada, alguna vez el modo de romper la tensión del conducir rápido» (On Her Majesty's Service). «Es necesario perdonarme -dice-, pero tengo la manía de preocuparme excesivamente de todo lo que como y bebo. Esto deriva del hecho de que soy soltero, pero sobre todo de la costumbre de dar mucha importancia a estos extremos. Hace un poco pedante y vieja solterona, es verdad, pero cuando trabajo yo como siempre solo y la atención a los manjares y bebidas hace mi comida un poco más agradable» (Casino Royale). En realidad escoge los platos con mucho cuidado. La comida que prefiere es el desayuno, siempre bastante abundante: por ejemplo, un vaso de jugo de naranja, tres huevos batidos y fritos con bacon, tostadas, mermelada de naranja, leche, dos tazas de café expres (Live and Let Die). Veamos algunos menús ejemplares. En Inglaterra come lenguado a la parrilla, ensalada mixta sazonada con mostaza, una tostada con queso, café; o salmón ahumado, costillas de lechal con guisantes y patatas frescas, una tajada de piña tropical (Moonraker). En Florida, cangrejos de roca frescos rociados de mantequilla fundida y tostadas (Goldfinger). En la Costa Azul encarga huevos cocotte a la crema, sóle meunière, Camembert; o paté de foie gras y poularde a la crema (Goldfinger, On Her Majesty's Secret Service). En Italia, tallarines verdes con «pesto» y café (For Your Eyes Only). En Francia, paté de foie gras, langosta con mayonesa, fresas con nata, café; o caviar Beluga, tournedo muy cocido con salsa béarnaise, un corazón de alcachofa (Casino Royale). ¿Es un buen gustador o un ávido alocado presa de los malos consejos de los maîtres? «Una persona que de veras sabe comer -es el juicio del ilustre gastrónomo Luigi Carnacina- que conoce la buena cocina. No sólo un gourmet, sino una persona dotada de verdadera finura, de paladar sensible, capaz de escoger con exactitud y auténtica personalidad.»

A la elegancia, el agente secreto, como todo hombre verdaderamente viril, no le da demasiada importancia. Tiene, es verdad, algunos rasgos en su vestir característicos: no lleva nunca zapatos con cordones, sólo mocasines que pueden convertirse en armas ofensivas porque tienen la punta reforzada con hierro; lleva una corbata negra de cordoncillo de seda tejida de punto, siempre igual; lleva frecuentemente, incluso debajo de la chaqueta, camisas de manga corta; dormía desnudo, hasta que ha descubierto en Hong Kong una amplia chaqueta de seda blanca con mangas hasta el codo cerrada con una faja en torno a la cintura y la ha adoptado como indumentaria nocturna. Habitualmente lleva un traje ligero con la pechera azul oscuro de una tela suave, alpaca o tropical, con una camisa de seda blanca o crema (The Spy Who Loved Me); con el cual, una vez -concesiones al clima de los trópicos-, calza sandalias negras (Thunderball); lleva a veces un viejo traje de tejido de fantasía blanco y negro con una camisa deportiva azul oscuro (Moonraker). No lleva abrigo, pero sí un impermeable azul oscuro con cinturón (The Spy Who Loved Me). ¿Va bien o mal vestido? «Hay mucha diferencia -dice el famoso sastre Caraceni, árbitro italiano de la elegancia masculina- entre la manera de vestir de Sean Connery en las películas y la de James Bond en las novelas. En las películas el agente secreto va vestido con una pizca de vulgaridad, a la americana, como un inglés de clase social inferior, un inglés de negocios dudosos y no demasiado ordenados. En las novelas, exceptuando la inadmisible concesión de las sandalias con un traje azul y el impermeable un poco de chófer, James Bond viste muy correctamente, sin exhibicionismos: los mocasines, incluso para la noche, van muy bien, las camisas con las mangas cortas no son de hecho incorrectas, y en la cama cada uno lleva lo que quiere. Diré más: aquel traje blanco y negro, probablemente de Donegal, con camisa azul oscuro es el máximo del refinamiento de la moda actual y sin duda una elegante solución. Quizá la manera de vestir de Bond puede parecer dudosa según los cánones de cierto gusto italiano: pero teniendo en cuenta los gustos anglosajones y su actividad particular es absolutamente sin errores.»

Buena familia y buena educación, gustos tradicionalmente conformistas, coches bien escogidos, buen bebedor aunque privado de sabiduría, gourmet fino, correctamente elegante. Deberemos concluir que James Bond no es realmente un villano, un exhibicionista, un snob como sostienen sus denigradores. Su creador, Ian Lancaster Fleming, era sin duda un gentilhombre. Su padre, millonario, había sido miembro del Parlamento, alabado por Churchill en el «Times» cuando murió en la guerra. El escritor había estudiado en Eton, pasado los estudios militares en Sandhurst, estudiado psicología en Mónaco y Ginebra, trabajado primero como agente de Bolsa, después como corresponsal de la Agencia Reuter en Moscú y redactor del «Sunday Times» en Londres; había hecho la segunda guerra mundial con el cargo de asistente personal del contraalmirante J. H. Goodfrey, jefe del Servicio Secreto de la Marina británica; era socio del «Blades», el club más exclusivista de Londres; se había casado con la ex lady Rothermere. La biografía de Fleming y la de James Bond tienen muchos puntos de contacto, el escritor ha prestado mucho de sí mismo a su personaje. Fleming ha sido comandante de Marina, gustaba de los trajes azules, prefería los zapatos sin cordones y llevaba siempre mocasines: como Bond. Fleming, como Bond, ha sido agente del Naval Intelligence, el servicio secreto de la Marina, al jefe del cual viene además recomendado por sir Edward Peacock y por sir Montague Norman, gobernador del Banco de Inglaterra. Fleming era un apasionado jugador de golf, fumaba cada día sesenta cigarrillos preparados para él por Morland, hablaba francés y alemán: como Bond. El jefe de Fleming, J. H. Goodfrey, era contraalmirante, tenía el rostro bronceado del marino: el jefe de Bond, M, es un bronceado almirante. Fleming, joven reportero, había asistido frecuentemente a las carreras automovilísticas de Le Mans, y como Bond tenía una verdadera pasión por los automóviles; más rico que Bond, había poseído una serie de automóviles excepcionales: un Standard caqui, un Morris Oxford caqui, un Lagonda 16/80 descubierto, un Riley de dos litros y medio, un Daimler abierto, un Lancia Gran Turismo, un Mercedes S.L., un Ford Thunderbird de tres mil libras. En 1941, Fleming, entonces agente del Servicio Secreto, intentó utilizar su habilidad de jugador para hacer perder todos sus fondos a algunos miembros del espionaje alemán que jugaban a chemin-de-fer en el casino de Estoril, en Portugal, pero lo perdió todo y debió solicitar dinero prestado a su jefe: James Bond tomará su venganza póstuma sobre el destino y sobre la opinión pública ganándolo todo a Le Chiffre en la mesa de bacarrá del Casino de Royale-les-Eaux. Los trenes de lujo, los grandes hoteles, los famosos itinerarios turísticos han sido familiares a Fleming antes que a Bond. Fleming ha hecho algunas inmersiones submarinas con el comandante Cousteau: Bond es un submarinista experto. Fleming, en fin, ha permitido a Bond usar su especial receta de Martini, tres partes de Gordon, una de vodka y media de China Lillet.

Ian Fleming, el autor, era un gentilhombre. James Bond, el personaje, es también un gentilhombre: en la medida en la cual, naturalmente, un agente secreto puede ser un gentilhombre.
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