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PROCESO A JAMES BOND Análisis de un mito (Il Caso Bond) Lietta Tornabuoni Oreste del Buono Umberto Eco Romano Calisi Furio Colombo Fausto Anonini G. B. Zorzoli Andrea Barbato Laura Lilli 1965 Traducido al castellano por Nicolás Llaneras, del original italiano, Il caso Bond, publicado por Valentino Bompiani, Milano. Veinte millones de personas han comprado los libros de Ian Fleming, lo cual supone unos cien millones de lectores. Es muy probable que otros cien millones hayan contemplado en las pantallas las películas del agente 007. James Bond, con sus armas, cigarrillos, automóviles y trajes especiales, con sus bebidas alcohólicas, sus aviones, sus hoteles de lujo y sus mujeres-objeto, en el típico contexto de cinismo y violencia que acompaña habitualmente sus intervenciones, comparece en el banquillo de los acusados. SUS JUECES: Lietta Tornabuoni (periodista), traza una descripción general del fenómeno; Oreste del Buono (escritor), estudia la evolución de los personajes policíacos, desde los héroes de la narrativa ochocentista hasta 007, Umberto Eco (crítico de arte), examina la trama y el estilo de Fleming; Romano Calisi (sociologo), estudia con base etnológica la función fabulesca de este tipo de narraciones; Furio Colombo (escritor), examinando las mujeres de Bond, descubre en el mismo 007 un típico modelo de la civilización industrial contemporánea; Fausto Antonini (licenciado en Filosofía y especialista en estudios freudianos), investiga las raíces inconscientes del éxito de James Bond, mediante un psicoanálisis de 007, del autor de 007 y de los espectadores de 007; G.B. Zorzoli (físico nuclear), controla científicamente la veracidad de los inventos técnicos citados en estas novelas; Andrea Barbato (periodista), establece un paralelo entre lo inverosímil «bondiano» y lo verosímil, o sea lo que ocurre verdaderamente en la política internacional; Laura Lilli (licenciada en Filosofía), hace un resumen de lo más interesante que a este respecto ha sido publicado por la crítica internacional. Indice Introducción. 5 1. Un fenómeno de costumbres - por Lietta Tornabuoni 7 2. De Vidocq a Bond - por Oreste del Buono 20 3. La estructura narrativa en Fleming - por Umberto Eco 33 4. Mito y deshistorificación en la epopeya de James Bond - por Romano Calisi. 56 5. Las mujeres de Bond - por Furio Colombo 64 6. Psicoanálisis del 007 - por Fausto Antonini 74 7. La técnica en el mundo de James Bond - por G. B. Zarzoli 85 8. Lo creíble y lo increíble en las películas de 007 - por Andrea Barbato 91 9. James Bond y la crítica - por Laura Lilli 98 Introducción. SI FUERA EL CASO DE HACER DE ELLO UN CASO El benévolo lector lea al menos el primero y el último capítulo de este libro. En el primero, se cuenta qué ha sucedido y qué está sucediendo en el mundo, a nivel de las costumbres, en torno a los libros y a las películas de James Bond. En el último se intenta, sin agotarla, una reseña de todo aquello que la crítica responsable (se excluyen las informaciones de variedades de los periódicos, las noticias de los diarios, las transmisiones televisivas) ha dicho y continúa diciendo sobre el mismo argumento. Cuando un fenómeno alcanza estas proporciones y da ocasión a interpretaciones tan diversas, constituye sin duda «un caso». Y un «caso» que afecta a una masa tan grande de personas merece ser examinado. Es lo que hemos intentado hacer con los nueve ensayos de este volumen. Así, después del escrito introductivo de Lietta Tornabuoni, que examina el «bondismo» como un fenómeno y a James Bond como un «modelo» de costumbres, Oreste del Buono traza la genealogía de este personaje, interpretando la historia del género amarillo desde los maestros del siglo pasado hasta nuestros días. Umberto Eco analiza la estructura narrativa de las novelas de Fleming, llevándole a algunas oposiciones elementales que idealmente son recogidas y profundizadas en clave etnológica por Romano Calisi. Siguen un grupo de ensayos que iluminan los aspectos «públicos» del fenómeno, intentando individualizar los motivos de identificación y de proyección ofrecidos por el «caso Bond»: tratando de las «mujeres de Bond», Furio Colombo traza al mismo tiempo un paralelo entre el personaje Bond y el modelo típico del 'executive' neocapitalista; Fausto Antonini lleva la reflexión hasta el plano de la interpretación psicoanalítica; G. B. Zorzoli escruta el umbral entre realidad y fantasía en aquel llamativo sector constituido por la tecnología imaginaria de las películas y novelas de Bond; Andrea Barbato examina las relaciones entre algunas situaciones de las películas y otras casi reales de la política internacional. Laura Lilli, por fin, da una reseña de lo más interesante que se ha escrito en varios países sobre el fenómeno Bond. Porque el caso es complicado no nos hemos preocupado de conseguir una concordancia de los distintos puntos de vista. Pensamos más bien que ha sido mejor que los distintos autores no se hayan consultado entra sí, sino para fijar las líneas generales de la indagación: el lector advertirá que muchas de las interpretaciones aquí expuestas divergen netamente, mientras otras parecen completarse recíprocamente. La primera tentación fue la de titular el libro, condescendiendo con el gusto periodístico del sensacionalismo (y poniéndonos en sintonía con el mundo de James Bond), «La verdad sobre el caso Bond». Después hemos advertido que la «verdad» no era tan fácil de establecer. Esto porque creemos que en fenómenos tan vastos, que implican diversos niveles de público -y público de distintos países- es extremadamente azaroso trazar un perfil de los hechos. Los perfiles son muchos, varían en cada situación; un mismo libro o una misma película pueden obtener efectos diversos según «dónde» y «cómo» son leídos y por «quién». Nosotros podemos solamente poner a disposición de los demás una serie de contribuciones, que ayuden a ver el caso desde puntos de vista diversos y a la luz de métodos diferentes. Hemos pensado que valía la pena molestar, para conseguir su contribución, a un etnólogo, a un físico nuclear, un estudioso del psicoanálisis y así otros. Los hemos buscado entre personas que ya leyesen con interés a Fleming o que viesen con gusto las películas de 007, porque no se puede comprender un fenómeno si no se lo ama un poco, no se puede ser nunca racionalmente severo si no se ha sido jamás indulgentemente cómplice, si no se individuan vicios (o virtudes) que en parte son también nuestros. Hemos pensado que valía la pena ser meticulosos. Ciertamente, establecer hasta qué punto el reactor nuclear del doctor No corresponde a la realidad podría parecer excesivo. Pero si una película o una novela, según algunos, obtiene un éxito por su adhesión a la realidad -o si, por el contrario, según otros, gusta por su capacidad de afrontar lo inverosímil- era necesario establecer cuál fuera el límite entre realidad e irrealidad, verosimilitud e inverosimilitud, para establecer si, por ejemplo, el público no apreciase como inverosímil aquello que por el contrario es casi verdadero (ver el ensayo de Barbato) para después ensimismarse en una realidad que, contrariamente, es fruto de una desenfadada deformación (ver el ensayo de Zorzoli). Por esto no aceptamos la objeción -que alguno nos hará, estamos seguros, podríamos incluso decir los nombres- de que hemos hecho mal derrochando tantas palabras «serias» para una cosa tan «frívola». Ya para empezar, veinticinco millones de ejemplares de las novelas de Fleming son una cosa «seria», muy seria. Y todo lo restante es una cosa seria, las películas, los fans, las reacciones del público. Y ningún método es suficientemente serio para comprender una cosa seria, aun cuando la cosa, además de seria sea divertida; y entonces el método puede ser usado en tono divertido para respetar las dimensiones y las características típicas del caso. Pero no existe contradicción entre «serio» y «divertido». Como nos enseña esta máxima de S. J. Lec, que queremos dedicar a quienes digan que hemos perdido nuestro tiempo: «Los hombres no se toman en serio las cosas cómicas. Como si, por ejemplo, Tizio hubiera sido muerto con una pistola en forma de cerdito de las Indias, y no quisiera reconocer la validez del hecho.» Umberto Eco - Oreste del Buono 1. Un fenómeno de costumbres - por Lietta Tornabuoni En el alba de una jornada del 1952 que estaría llena de sol, en una de las islas del Caribe, Ocarabesa en Jamaica, Ian Lancaster Fleming empezaba su primera novela, Casino Royale. En el crepúsculo de una jornada del 1964, que había estado llena de sol, Ian Lancaster Fleming moría en un hospital de Kent, en Inglaterra, disculpándose por la molestia ocasionada a los médicos que lo habían asistido en el momento en que habla sido alcanzado por su segundo infarto mientras corregía las pruebas de su último libro, The Man with the Golden Gun. En el espacio de tiempo entre estos dos días, doce años, el escritor inglés había creado un fenómeno arrollador y del todo nuevo, influido profundamente en las costumbres, revalorizado si no ennoblecido la innoble, mezquina figura del espía, inventado un nuevo mito: James Bond, el agente secreto al cual el número 007 da facultad para matar. En doce años, de trece volúmenes dedicados a las aventuras de James Bond han sido vendidos 25 millones de ejemplares traducidos a dieciocho lenguas, comprendidos el turco y el catalán; lo que equivale a la edición total de todas las obras de Balzac y todas las de Hemingway, y corresponde a un público de cincuenta millones de lectores. De las aventuras de James Bond se han sacado tres películas de enorme éxito, otras dos se están realizando, para otras siete se han adquirido ya los derechos cinematográficos. En febrero de 1964, pocos meses antes de su muerte, Fleming había cobrado 750 millones de liras de derechos de autor y compartía con los Beatles el mérito de una formidable contribución a la campaña inglesa para la exportación. Bond le había dado la gran riqueza a que creía tener derecho; le había permitido tener una casa en Londres exactamente enfrente a Buckingham Palace, un espacioso apartamento en el mar, en Sandwich, la célebre quinta Goldeneye en la isla de Ocarabesa en Jamaica, un lujoso despacho en Fleet Street; le había regalado una popularidad vastísima. La crónica del éxito de Fleming y de James Bond en los diversos países del mundo es acosadora, victoriosa, histérica. El primer volumen de las aventuras de James Bond, Casino Royale, aparece en Inglaterra en 1953 y se venden rápidamente medio millón de ejemplares, tirada que quedará como standard de la primera edición de todos los libros de Fleming. El éxito, de hecho, es inmediato. Desde entonces los libros de Fleming son publicados con antelación, por entregas, en el más difundido periódico popular inglés, el «Daily Express», y regularmente criticados por el suplemento literario del «Times». Nacen clubs dedicados al culto de James Bond en toda Inglaterra y en la Commonwealth; los socios son provistos de un distintivo en metal dorado con el número 007, y están dedicados a la imitación y al conocimiento del héroe y también a su defensa: el club de Londres, con la fuerza de sus 1.200 inscritos, no duda en enfrentarse duramente con una banda de eduardianos desdeñosos de Bond; la lucha es encarnizada, treinta muchachos terminan en el hospital. Los lectores siguen las aventuras del agente secreto con pasión y terquedad maníaca e intervienen activamente. Cuando, en 1957, un periódico trae una variante del final de From Russia with Love asegurando que James Bond ha muerto (las últimas líneas de la novela no aclaraban el hecho, decían solamente: «Bond piruetea sobre sí mismo y cae volcado sobre el tapete rojo vino»), llegan a la redacción centenares de telefonazos iracundos, y Fleming es acosado por las protestas de los lectores desilusionados, hasta el extremo de verse forzado a demandar al periódico por daños. Recibe una carta de conmovida y orgullosa gratitud de la mujer del ornitólogo doctor James Bond: Fleming había leído el nombre del investigador en la cubierta de un tratado de ornitología, Birds of the West Indies, y había decidido adoptarlo para su personaje. Los fans de Bond sorprenden inmediatamente todas las pequeñas contradicciones, todos los errores: cuando Fleming escribe que el Oriente Express tiene los frenos hidráulicos en lugar de por aire comprimido, cuando dice que «Vent Vert» es un perfume de Dior y no de Balmain, cuando permite a Bond encargar en el restaurante espárragos con salsa «bearnaise» y no con salsa «mouseline», llegan centenares y centenares de cartas de rectificación y precisión. El escritor no se asusta: «Procuro siempre poner en mis libros algún grueso error -dice-, así la gente escribe para protestar y mi editor se convence todavía más de lo importante que soy.» En 1963 es tan importante que decide convertirse en su propio editor, firmando un contrato que asegura para sí y para sus herederos el 51 por 100 del paquete de acciones de la Gildrose Productions Ltd., con el capital y sus libros. Bond comienza a tener una cierta influencia sobre los problemas sociales y sindicales. La revista mensual del sindicato de los empleados estatales ingleses, «La Frusta», aprovecha su ejemplo para pedir aumentos salariales para la desconocida categoría de los security men: «Se debe pensar -escribe- que verdaderamente estos hombres viven una vida de James Bond y que están de servicio incluso cuando descansan. Cobran actualmente novecientas libras esterlinas al año como máximo; deben vestir con mucho decoro, si no tan rebuscadamente como el famoso personaje de Fleming, deben también afrontar gastos excepcionales en el ejercicio de sus funciones y están expuestos a continuas insidias.» Pero el agente secreto y su autor, adorados por el público, tienen también detractores y enemigos, sobre todo entre los intelectuales y los moralistas. «Fleming -escribe severamente el crítico Bernard Bergonzi en 'Twentieth Century'- sabe muy bien lo que hace, pero el hecho de que sus libros sean publicados por una casa editora seria es más indicativo de nuestra cultura que cuanto lo sería un volumen íntegro de denuncia.» El «Manchester Guardian» no está de acuerdo: Si uno de los pueblos más burgueses y pacíficos de la tierra -sostiene en un editorial- establece que una cierta dieta de sexo y violencia es la cosa que mejor le va, ¿no será porque de esta manera puede descargar sus peores tendencias antisociales? El «Ejército de Salvación» está alarmado y el teniente coronel Bernard Watson expresa en «El Grito de Batalla», revista de la asociación, todas sus ansias moralistas: «James Bond mata donde sea, pero esto no es considerado como un delito. Tiene licencia para matar: así la violencia asume el estadio de la psicopatía. Las muchachas de Bond invariablemente no son castas, y raramente en el proyecto del agente secreto figura el matrimonio. Por otra parte Bond amenaza hacer fracasar la campaña para la seguridad en carretera con su manía de perseguir a las chicas en coche a velocidad loca, manía qué los lectores no maduros podrían imitar simiescamente. James Bond no es ni siquiera inmoral, es amoral: en él existe una total ausencia de reglas éticas.» Hecho curioso, entre los enemigos de Bond está también Sean Connery, el actor inglés que ha representado en la pantalla el personaje de 007. «Bond me da dentera, me es antipático -dice-. Si fuera por mí lo haría enfermar de reumatismo y transportar por un par de muchachas en el próximo episodio. Es poco humano e incapaz de verdaderos pensamientos y sentimientos. Cuando me veo sobre la pantalla en el papel de Bond me dan ganas de reír y espero de todo corazón que no exista un tipo como él. En el fondo, seamos sinceros, aquellos del Ejército de Salvación no están equivocados del todo: mis películas enseñan poco y pueden subirse a la cabeza de algún muchacho abobado. Lo veo por las cartas que me llegan: por millares y todas en tono exaltado. Sobre todo las cartas de las mujeres son de una impudicia, de una desfachatez insoportable. Naturalmente la gente no me escribe a mí, sino a Bond: se dirigen a mí como si fuera él, se enamoran de mí porque soy él, me piden también que les resuelva casos particulares. Un comerciante parisiense, por ejemplo, me ha escrito explicándome que era el blanco de una lucha obstruccionista por parte de algunas casas rivales. Quería mi intervención y estaba incluso dispuesto a pagarme muy bien.» Sean Connery da pruebas de una clamorosa ingratitud, porque debe a Bond su enorme éxito internacional y su actual ganancia que es de ciento sesenta y dos millones por film. Antes habla desempeñado diversos trabajos, entre ellos el de mozo de bar; había entrado en el mundo del espectáculo por la puerta de servicio, como bailarín de fila en la compañía que hacía la tournée de la famosa revista musical |