El mundo posterior a la Guerra Fría y en Nuevo Orden Internacional






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fecha de publicación07.08.2017
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El mundo posterior a la Guerra Fría y en Nuevo Orden Internacional
Los Estados Unidos en el post reaganismo
En 1988 George Bush derrotó a Ronald Reagan, por lo que este último no vio el fin de la Guerra Fría como presidente.

En política exterior, el presidente Bush había demostrado poseer una capacidad de actuación más sutil y meditada que la de Reagan. Esto se apreció en las reuniones con Gorbachov (que acabaron definitivamente con la Guerra Fría) y en la intervención en Panamá para derrocar y detener al presidente Manuel Antonio Noriega (reo de tráfico de drogas en el área del Caribe). Esta intervención fue un modelo de eficacia tanto a nivel militar como en política mediática.

Pero el momento de gloria llegó con la guerra del Golfo. La Operación Tormenta del Desierto (1991) abrió camino para el replanteamiento global de la situación política en Oriente Medio y pareció mostrar el final de las armas y estrategias de origen soviético, que eran las empleadas por las derrotadas tropas iraquíes.

La decisión final de no asaltar Bagdad para destruir el poder de Saddam Hussein fue acertada, al menos desde el punto de vista de una gran superpotencia pero desde el punto de vista del pueblo fue un rasgo de debilidad ya que el dictador iraquí fue satanizado durante meses en los medios de comunicación, por lo que creían que no podía quedar sin castigo.

En junio de 1991, 5 millones de refugiados, compuesto tanto de kurdos como de shiítas, abandonados a su suerte, evidenciaban el carácter moralmente dudoso de la victoria militar. La velocidad y la trascendencia de los cambios hicieron que George Bush actuase más bien a remolque de unos acontecimientos que estaban trastocando las relaciones internacionales.

El talante dubitativo de Bush quedo claro en la crisis de Yugoslavia. Éste actuó con cautela a pesar de la fuerte presión intervencionista durante el verano de 1992. Esto resaltaba la actitud aislacionalista de Bush
En cuanto a la política interior, cuando Bush llego al poder la revolución neoliberal había fracasado y no solo por sus impotencias internas sino porque en ultimo termino esta experiencia se explicaba en función del gran enfrentamiento con el “Imperio de Mal” ahora esfumado.

Desde finales de 1989, la recesión golpeó a la economía norteamericana sin solución de continuidad elevando el índice de desempleo. Grandes empresas quebraron o estuvieron apunto de hacerlo y la competencia extranjera amenazaba seriamente algunos sectores.
En 1992 muchos norteamericanos se planteaban la necesidad de un cambio no sólo de línea política, sino incluso generacional. Este mismo año fue elegido presidente Bill Clinton por varias razones:


  • Por el rechazo del electorado a la política económica de Bush

  • Por el apoyo a unos planteamientos demócratas moderados

  • Y por último porque personificaba una nueva era. Una generación ajena a la Segunda Guerra Mundial y que rechaza a Vietnam.


Las contradicciones de la nueva Europa
Los resultados fueron peores para Europa, las implicaciones de la Guerra Fría eran más profundas de lo que se había creído y su superación resultó ser más traumática.
La cuestión central que se debatía era la pervivencia del Estado benefactor, fenómeno que había nacido con la Guerra Fría y en buena medida se había extendido y afianzado como consecuencia de ella. Hacia finales del siglo, el elevado coste de las prestaciones sociales era el argumento angular sobre el que se apoyaba el discurso neoliberal.

Otro debate sobre costes y beneficios afectaba a la pervivencia de la OTAN, teóricamente innecesaria desde la caída del Muro en 1989.

La incorporación de los estados ex comunistas en las estructuras supra-nacionales europeas pronto se reveló como un fenómeno caro y cargado de todo tipo de complejidades. Tras un largo paréntesis de grandes proyectos la iniciativa de acelerar el proceso de Unión Europea también tuvo que ver con la distensión final en la Guerra Fría. Las grandes expectativas de la Unión Europea crecían al mismo ritmo que los entusiasmos generados por la caída del Muro. Las tendencias disolventes en algunos de los estados del Este, cuyo contrapunto más dramático fueron las guerras de secesión yugoslavas.
Irán y el fundamentalismo
Los antecedentes del fundamentalismo se dan en Egipto, sin embargo la explosión fundamentalista no comenzó en tierras árabes, sino en Irán, poblado mayoritariamente por persas, los cuales, aunque musulmanes, pertenecían al grupo shií, y no al sunní, predominante en los países árabes.

Las razones estructurales de la revolución de 1978 fueron las mismas que aquejaban a los Estado árabes del Oriente Medio.

En 1921 un golpe de estado llevó al poder a Reza Mirza, suboficial de origen persa de origen campesino ahora transformado en monarca (Sha) y dispuesto tanto a crear su propia dinastía (Pahlevi) como a iniciar la transformación occidentalizadota de un país que abandonaba el antiguo nombre de Persia y pasaba a denominarse Irán (1935).

El gran modelo del Sha Reza Pahlevi era la Turquía republicana de Kemal, pero en 1953, impulsado por británicos y norteamericanos, se produjo un golpe de Estado que terminó con el primer ministro. El Sha se encargó de reprimir los fervores nacionalistas y en 1962 inauguró la Revolución Blanca. En Irán el Estado socialista- nacional de los árabes era reemplazado por una monarquía que terminó cayendo en la megalomanía. Fue la sobreabundancia de divisas obtenidas a raíz de la crisis petrolífera de 1973 la causante de un enorme caos económico y social que terminó por descoyuntar al país. La enorme inmigración desde el campo, el empeño del Sha en una modernización y la dureza del régimen contribuyeron a que los iraníes se volvieran hacia la tradición.

A lo largo de 1978 las protestas populares crecieron en violencia a medida que se intensificaban la represión y se fueron transformando en una revolución religiosa. En enero de 1979, el Sha abandonó el país y al mes siguiente el regreso del exilio del ayatollah Jomeini, el líder espiritual shiíta, señaló la culminación de la revolución.
Pronto el fundamentalismo se convirtió en una pesadilla para Occidente. Irán jugaba un importante papel en el despliegue defensivo de la Guerra Fría, en consecuencia los norteamericanos les habían suministrado armamento sofisticado. Pero el nuevo poder iraní no tenía nada que ver con los manejos soviéticos. En noviembre de 1979 varios centenares de estudiantes islámicos ocuparon la Embajada de los Estados Unidos en Teherán y tomaron como rehenes a medio centenar de ciudadanos norteamericanos, la situación se agravó. Cayó el gobierno de Bazargan, con el que Washington mantenía relaciones, y fue sustituido por un Consejo Revolucionario islámico. Los norteamericanos se quedaron sin interlocutores políticos válidos. El nuevo gobierno iraní se inhibía de los estudiantes islámicos y lo mismo hacía el ayatollah Jomeini. Los ocupantes de la Embajada eran tolerados por las autoridades iraníes y sólo pedían que los Estados Unidos obligaran al derrocado Sha a regresar a Irán para ser juzgado. En Washington se desconocía como abordar la emergencia. Se dio luz verde a una sofisticada operación militar para librera a los rehenes que fue un fiasco, incluso contribuyó a acabar con la carrera política del presidente Carter.
Afganistán, el Vietnam soviético
Moscú estaba preocupado por la posible influencia de la revolución fundamentalista iraní en sus propias repúblicas musulmanas del Asia Central. Temían que el contagio islamista pudiera operarse a partir de un aliado de los soviéticos, Afganistán.

Entre 1946 y 1973 este país había jugado a una cierta política de equilibrio entre los dos bloques, pero a partir de este último año el príncipe Mohammed Daud tomó el poder convirtiendo Afganistán en una república. A partir de entonces Kabul se acercó a Moscú. Sin embargo el reforzamiento del Estado socialista con ayuda soviética contra el auge de la contestación islámica no terminaba de dar buenos resultados.

En 1978, el inminente colapso económico, el descontento en el ejército y la activa oposición islámica vaticinaban un desastre, además los sucesos del vecino Irán contribuían a la situación. Daud estaba imponiendo un régimen dictatorial conservador que marginaba a los comunistas del poder, en 1978 el presidente intentó descabezar a las facciones comunistas, que reaccionaron con un golpe de Estado y asesinando a Daud. La tensión creció y los propios comunistas se enfrentaron entre sí.

Desde Moscú se planeó y ejecutó implacablemente una intervención militar pero la táctica soviética que había funcionado en Hungría y Checoslovaquia, fracasó en Afganistán. La mitad del ejército afgano desertó o se unió a las guerrillas mujaidines, lo que obligó a los soviéticos a intensificar su participación en el conflicto. A lo largo de siete años los soviéticos libraron en Afganistán una contienda equivalente a la que los norteamericanos habían combatido en Vietnam.

Como es el caso de los norteamericanos, el abandono final de Afganistán en 1988 obedeció más a causas políticas que a militares. Fueron los abusos contra la población civil los que destruyeron cualquier imagen de los soviéticos como liberadores o civilizadores.

Finalmente los numerosos grupos de guerrilleros terminaron enfrentándose entre sí.

La invasión soviética de Afganistán fue el inicio formal de la Segunda Guerra Fría. La agresión generó una gran indignación en los Estados Unidos y el presidente Carter se decidió a tomar medidas de represalia. Pero los soviéticos no trataban de llegar al Índico o incluso a Europa por la puerta trasera de Afganistán, como insistía una y otra vez la propaganda norteamericana. Los soviéticos habían actuado para evitar un contagio fundamentalista musulmán en sus propias repúblicas de población islámica.
Irak
El año 1990 trajo la confirmación definitiva de lo que entonces pasó a denominarse en Nuevo Orden Internacional.

En agosto el ejército iraquí, dirigido por Saddam Hussein invade en un solo día a Kuwait. Hacía muy poco tiempo que Irak había salido de una larga y mortífera guerra contra Irán (1980-1988) y la contienda había dejado a Irak al borde del colapso económico y ante una costosa reconstrucción. Saddam contaba con el petróleo kuwaití para subir los precios del crudo y liquidar gastos. Además Saddam necesitaba éxitos en política internacional.

La reacción norteamericana y de parte del mundo árabe fue rápida y energética. La ONU autorizó la expulsión del invasor “por todos los medios necesarios”.

Con la URRS colaborando en el Consejo de Seguridad, la ONU parecía haberse convertido en un instrumento realmente útil para imponer ese Nuevo Orden mundial.

Debido a que los iraquíes combatían en parte con armas y doctrinas soviéticas, se puede considerar que la operación tenía pretensiones de convertirse en la última batalla de la Guerra Fría. Pero, sobre todo, existía una clara voluntad de corregir el equilibrio de fuerzas en el siempre inestable Oriente Medio, tras la descongelación de la Europa oriental. La operación Tormenta del Desierto se llevó con gran precisión y eficacia, liberaron Kuwait en un tiempo récord de cuatro días. En medio de la embriaguez de optimismo que vivía Occidente en 1990, parecía que poco conflictos quedarían son resolver tras la definitiva postergación de los soviéticos.
Fundamentalismo
El fundamentalismo es la exigencia intransigente de sometimiento a una doctrina o práctica establecida.

Surgió sobre las ruinas y fracasos de unos estados musulmanes que habían tratado de copiar el modelo laico desarrollado por Turquía añadiéndole trazos de socialismo-nacional o de un desarrollismo a lo occidental. Los fracasos en sus intentos por convertirse en potencias industriales o militares regionales conllevaron la ruina, y con ella llegó la pobreza y el hundimiento de los precarios estados de bienestar. Parecía un ideario más auténtico que el social-nacionalismo de las élites surgidas de la descolonización y que había crecido aprovechando las contradicciones de la Guerra Fría.
La “bomba islámica” era un fenómeno de los años ochenta, sin embargo a lo largo de 1991 la pesadilla del peligro islámico despertaron la conciencia occidental.

En algunas de las nuevas repúblicas del Asia Central ex soviética aparecieron movimientos islamistas. Algunos estaban respaldados por Irán, otros conectaban directamente con los que operaban en Afganistán, país que continuaba en perpetua guerra civil entre una multitud de facciones armadas.

En Argelia, el Frente Islámicos de Salvación (FIS) obtuvo un triunfo aplastante en la primera vuelta de las elecciones de diciembre de 1991. Ante esa situación, el ejército dio un golpe de estado, respaldado por Francia. En marzo de 1992 el FIS fue ilegalizado y comenzó una guerra civil.

En Egipto los grupos fundamentalistas armados comenzaron a manifestarse. Primero contra la minoría copta (egipcios que profesan las religiones cristianas) y luego contra los intelectuales críticos y turistas.

Más tarde, los palestinos integristas de Hamas ocuparon la posición de vanguardia en la lucha contra Israel.

En consecuencia se comenzó a hablar de una difusa internacional islamista.

La recuperación del orgullo islámico llevó a incomodas polémicas sobre los límites de aceptación legal que un estado occidental podía tolerar hacia ciertas manifestaciones culturales propias de algunas comunidades poco integradas.

La aparición del FIS entre la comunidad argelina en Francia sucedía al activismo desplegado en Gran Bretaña por la Fundación Islámica y el Parlamento Musulmán. Estas cuestiones favorecieron la reaparición de movimientos de ultraderecha y neonazi en Europa occidental, pero también en la oriental.

La amenaza islámica era una continuidad del mundo en la Guerra Fría más que un fenómeno nuevo. Era el guión perfecto para encontrar un enemigo global sustitutorio al “Imperio del Mal” soviético, restañar temporalmente las nostalgias de la Guerra Fría y con ellos encontrar una salida al aparente fracaso del Nuevo Orden, afectado por una serie de guerras aparecidas desde 1991. Los medios de comunicación occidentales contribuyeron a constituir tales mitos.

En Occidente el nuevo discurso fundamentalista islámico se confundió con planteamientos pasados y se malinterpretó como más de lo mismo.

El panislamismo es una idea política que aboga por la unidad de todos los musulmanes bajo un Estado Islámico mientras que el panarabismo tiene como objetivo la unidad y la independencia de árabes, independientemente de la religión, abogan por la unidad y la independencia de los musulmanes sin hacer distinciones étnicas. Tras medio siglo de triunfo panárabe, el panislamismo salía a la superficie.

En los años ochenta este conflicto fue decantándose en el mundo árabe hacia la Guerra Civil. La dureza del conflicto interno del mundo árabe-musulmán llevó a la contradicción final de la guerra entre Irak e Irán.

El fundamentalismo representaba la voluntad de promoción social autónoma, al margen del Estado, preservando a la vez una herencia cultural y natural previa a la urbanización industrial y aprovechando todos los beneficios individualizadotes de la tecnología.

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