En un ensayo ya clásico para todo lector de lengua castellana, Jose Ortega y Gasset dejó sentada esta verdad política a menudo olvidada: “la realidad histórica






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El ser humano, como simple eslabón del ciclo biológico, esta condicionado por un determinismo geográfico y ecológico del cual no puede sustraerse.
Estamos, pues, en un campo nuevo de la realidad nacional e internacional, en el que debemos comprender la necesidad –como individuos y como Nación- de superar estrechas miras egoístas y coordinar esfuerzos.
Hace casi 30 años, cuando aún no se había iniciado el proceso de descolonización contemporánea, anunciamos la Tercera Posición en defensa de la soberanía y autodeterminación de las pequeñas naciones, frente a los bloques en que se dividieron los vencedores de la Segunda Guerra Mundial.
Hoy, cuando aquellas pequeñas naciones han crecido en número y constituyen el gigantesco y multitudinario Tercer Mundo, un riesgo mayor que afecta a la Tierra, y pone en peligro su misma supervivencia , nos obliga a plantear la cuestión en nuevos términos, que van mas allá de lo estrictamente político, que superan las divisiones partidarias e ideológicas, y entran en esfera de las relaciones de la humanidad con la naturaleza.
Creo que ha llegado la hora en que todos los pueblos y gobiernos del mundo cobren conciencia de la marcha suicida que la humanidad ha emprendido a través de la contaminación del medio ambiente y la biosfera, la dilapidación de los recursos naturales, el crecimiento sin freno de la población y la sobreestimación de la tecnología y de la necesidad de invertir de inmediato la dirección de esa marcha, a través de una acción mancomunada internacional.
El ser humano no puede ser concebido aisladamente del medio ambiente que él mismo ha creado. Ya es una poderosa fuerza biológica, y si continua destruyendo los recursos vitales que brinda la tierra solo puede esperar catástrofes nacionales para las próximas décadas.
La humanidad esta cambiando las condiciones de vida con tal rapidez que no llega a adaptarse a las nuevas relaciones; va mas rápido que su captación de la realidad y no ha llegado a comprender, entre otras cosas, que los recursos vitales para él y sus descendientes derivan de la naturaleza y no de su poder mental. De este modo, a diario su vida se transforma en una interminable cadena de contradicciones.
En el último siglo se ha saqueado continentes enteros y le han bastado un par de décadas para convertir ríos y mares en basurales, y al aire de las grandes ciudades en un gas tóxico y espeso. Inventó el automóvil para facilitar su traslado, pero ahora ha erigido una civilización del automóvil, que se asienta sobre un cúmulo de problemas de circulación, urbanización, seguridad y contaminación de las ciudades, y que agrava las consecuencias de su vida sedentaria.
Las mal llamadas “sociedades de consumo” son, en realidad, sistemas sociales de despilfarro masivo, basados en el gasto, porque el gasto produce lucro. Se despilfarra mediante la producción de bienes innecesarios o superfluos y, entre éstos, a los que deberían ser de consumo duradero, con toda intención se les asigna corta vida porque la renovación produce utilidades. Se gastan millones en inversiones para cambiar el aspecto de los productos, pero no para reemplazar los bienes dañinos para la salud humana. Como ejemplo, bastan los automóviles actuales que debieran haber sido reemplazados por otros con motores eléctricos, o el tóxico plomo que se agrega a las naftas simplemente para aumentar el pique de los mismos.
No menos grave resulta el hecho de que los sistemas sociales de despilfarro de los países tecnológicamente mas avanzados funcionan mediante el consumo de ingentes recursos naturales aportados por el Tercer Mundo. De este modo el problema de las relaciones dentro de la humanidad es paradójicamente doble: algunas clases sociales –las de los países de baja tecnología en particular- sufren los efectos del hambre, el analfabetismo y las enfermedades, pero al mismo tiempo las clases sociales y los países que asientan su exceso de consumo en el sufrimiento de los primeros, tampoco están racionalmente alimentados, ni gozan de una autentica cultura o de una vida espiritual o físicamente sana. Se debaten en medio de la ansiedad y del tedio y los vicios que produce el ocio mal empleado.
Lo peor es que, debido a la existencia de poderosos intereses creados o por la falsa creencia generalizada de que los recursos naturales vitales para el hombre son inagotables, este estado de cosas tiende a agravarse. Mientras un fantasma –el hambre- recorre el mundo devorando 55.000.000 de vidas humanas cada veinte meses, afectando hasta a países que hasta ayer fueron graneros del mundo y amenazando expandirse de modo fulmíneo las próximas décadas, en los centros de mas alta tecnología se anuncia, entre otras maravillas, que pronto la ropa se cortará con rayos láser y que las amas de casas harán sus compras desde sus hogares por televisión y las pagarán mediante sistemas electrónicos. La separación dentro de la humanidad se está agudizando de modo tan visible que parece que estuviera constituida por mas de una especie.
El ser humano, cegado por el espejismo de la tecnología, ha olvidado las verdades que están en la base de su existencia. Y así, mientras llega a la luna gracias a la cibernética, la nueva metalurgia, combustibles poderosos, la electrónica y una serie de conocimientos fabulosos; mata el oxígeno que respira, el agua que bebe y el suelo que le da de comer, y eleva la temperatura permanente del medio ambiente sin medir sus consecuencias biológicas. Ya en el colmo de su insensatez, mata al mar, que podía servirle de última base de sustentación.
En el curso del último siglo el ser humano ha exterminado cerca de doscientas especies animales terrestres. Ahora ha pasado a liquidar especies marinas. Aparte de los efectos de la pesca excesiva, amplias zonas de los océanos, especialmente costeras, ya han sido convertidas en cementerios de peces y crustáceos, tanto por los desperdicios arrojados como por el petróleo involuntariamente derramado. Solo el petróleo liberado por los buques cisterna hundidos ha matado en la última década cerca de 600.000 millones de peces. Sin embargo, seguimos arrojando al mar mas desechos que nunca, perforamos miles de pozos de petróleo en el mar o sus costas y ampliamos al infinito el tonelaje de los petroleros sin tomar medidas de protección de la fauna y flora marinas.
La creciente toxicidad del aire de las grandes ciudades es bien conocida, aunque muy poco se ha hecho por disminuirla. En cambio, todavía ni siquiera existe un conocimiento mundialmente difundido acerca del problema planteado por el despilfarro del agua dulce, tanto para consumo humano como para la agricultura. La liquidación de aguas profundas ya ha convertido en desiertos extensas zonas del globo, y los ríos han pasado a ser gigantescos desagües cloacales mas que fuentes de agua potable o vías de comunicación. Al mismo tiempo, la erosión provocada por el cultivo irracional o por la supresión de la vegetación natural se ha convertido en un problema mundial, y se pretende reemplazar con productos químicos el ciclo biológico del suelo, uno de los mas complejos de la naturaleza. Para colmo, muchas fuentes naturales han sido contaminadas; las reservas de agua dulce están pésimamente repartidas por el planeta, y cuando nos quedaría como último recurso la desalinización del mar, nos esteramos que una empresa de ese tipo, de dimensión universal, exigiría una infraestructura que la humanidad no está en condiciones de financiar y armar en este momento.
Por otra parte, a pesar de la llamada revolución verde, el Tercer Mundo todavía no ha alcanzado a producir la cantidad de alimentos que consume, y para llegar a su autoabastecimiento necesita un desarrollo industrial, reformas estructurales y la vigencia de una justicia social que todavía está lejos de alcanzar. Para colmo, el desarrollo de la producción de alimentos sustitutivos está frenado por la insuficiencia financiera y las dificultades técnicas.
Por supuesto, todos estos desatinos culminan con una tan desenfrenanda como irracional carrera armamentista, que le cuesta a la humanidad 200.000 millones de dólares anuales.
A este complejo de problemas creados artificialmente se suma el crecimiento explosivo de la humanidad. El número de seres humanos que puebla el planeta se ha duplicado en el último siglo y volverá a duplicarse a fines del actual o comienzos del próximo, de continuar al mismo ritmo de crecimiento. De seguir por éste camino, en el 2500 cada ser humano dispondrá de un solo metro cuadrado sobre el planeta . Esta visión global esta lejana en el tiempo pero no difiere mucho de la que ya corresponde a las grandes urbes, y no solo debe olvidarse que dentro de veinte años más de la mitad de la humanidad vivirá en ciudades grandes y medianas.
Es indudable, pues, que la humanidad necesita una política demográfica. Debe tenerse en cuenta que una política demográfica no produce los efectos deseados si no va acompañada de una política económica y social correspondiente. De todos modos, mantener el actual ritmo de crecimiento de la población humana, no es tan suicida como mantener el despilfarro de los recursos naturales de los centros altamente industrializados donde rige la economía de marcado, o en aquellos países que han copiado sus modelos de desarrollo. Lo que no debe aceptarse es que la política demográfica este basada en la acción de píldoras que ponen en peligro la salud de quienes las toman o de sus descendientes.
Si se observan en su conjunto los problemas que se nos plantean y que hemos enumerado comprobaremos que provienen tanto de la codicia y la imprevisión humana, como de las características de algunos sistemas sociales, del abuso de la tecnología, del desconocimiento de las relaciones biológicas y de la progresión natural del crecimiento de la población humana. Esta heterogeneidad de causas debe dar lugar a una heterogeneidad de las respuestas, aunque en última instancia tengan como denominador común la utilización de la inteligencia humana. A la irracionalidad del suicidio colectivo debemos responder con la racionalidad del deseo de supervivencia.
Estos conceptos, que tienen su origen es torno a las reflexiones acerca del problema mundial de la ecología, son validos también para nuestro país. Sin embargo, afortunadamente, tenemos una enorme ventaja. Nuestro extenso territorio con enormes reservas naturales, aún no explotadas, nos permite albergar la esperanza de salvarnos de muchos de los peligros mencionados a poco que evitemos cometer los mismos errores en que incurrieron las grandes naciones.
De hecho, la solución no surgirá solamente de lo que realicemos en el orden interno, sino que tendrá mucho que ver con lo que hagan los demás países en la materia. Es por esto que debemos insistir denodadamente ante el mundo para que se ponga freno a esta carrera que nos llevará inexorablemente a nuestra autodestrucción.

EN EL AMBITO INSTITUCIONAL
Las instituciones que aquí analizo son las jurídicas, es decir, las creadas por el Derecho.
El método de creación de las instituciones jurídicas debe comenzar por establecer funciones. Para esto es necesario definir, en cada caso, como se cumplirán dichas funciones y cuales serán las responsabilidades concretas a fijar. De esta forma, es posible caracterizar el marco jurídico en el cuál tienen que funcionar.
Pero este marco jurídico debe incluir no solo la creación y función de los entes respectivos, sino también las relaciones entre los distintos entes y la naturaleza, características y forma de uso de los medios a utilizar. Lamentablemente, no siempre se ha trabajado con tal forma de programación institucional. En su lugar, hemos encontrado numerosos ejemplos en sentido contrario. Es decir, que se dictó la ley primero, se crearon luego los entes, se les asignaron las funciones y después, en la practica, se verificó si las funciones asignadas estaban totalmente ajustadas a lo que se quería.
Este defecto metodológico tiene menor importancia en el Estado liberal, que confía principalmente en la acción privada.
Por eso, la forma juridicista de crear instituciones empezando por la ley, no es tan peligrosa para los designios de los conductores de ese Estado.
En cambio, para nuestro país el problema es diferente. Necesitamos mas gobierno y mas eficiencia en el mismo, puesto que lo concebimos como un verdadero proveedor se servicios a la comunidad. Para ello tiene que programar funcionando, como un sistema de vasos comunicantes. En él debe eliminarse el despilfarro de recursos, porque cada recurso desperdiciado representa un servicio menos que se le presta al ciudadano y al país.
Por lo tanto, no podemos copiar el método juridicista que ha sido útil para el Estado liberal.
El Estado liberal, mientras no tuvo necesidad de elevar al máximo la eficiencia del gobierno, pudo permitirse actuar con muchas instituciones formalmente establecidas y una burocracia adecuada a sus estatutos jurídicos, pero sus servicios al país no guardaron relación con las verdaderas necesidades sociales.
También se ha visto una interesante evolución en el problema institucional.
En la época liberal, la intervención estatal ha sido naturalmente escasa, porque ello respondía a su propia filosofía. Cuando el Justicialismo comenzó a servir al país, nuestra concepción exigió un incremento de la intervención estatal. Junto a esto pusimos el peso que otorgaba la ley a la autoridad del Poder Ejecutivo. Este procedimiento fue criticado como “autoritarista”.
Fue necesario adoptar dicha actitud, porque teníamos que esforzarnos en la obtención de un justo medio que nos alejara de extremos indeseables.
Luego, cuando se produjo la reacción liberal, el nivel de intervención estatal era elevado, precisamente por la naturaleza misma de los problemas que el Estado Argentino tenía que afrontar.
Como el gobierno liberal, que no comprendió ni escucho las razones de ese crecimiento, se encargó de destruir la administración pública y realizó su labor golpeando muy especialmente a la intervención pública, ahora tenemos que reconstruir una administración pública adaptada a nuestras necesidades. Para ello, debemos hacer un serio esfuerzo para jerarquizar el funcionario público, restituyéndole la dignidad que el país la había reconocido.
Por supuesto no necesitamos saturarnos de funcionarios. Debemos tener solo los que nos hagan falta, pero con el máximo nivel de capacidad y responsabilidad que corresponda a cada cargo.
Mi experiencia anterior me ha enseñado que la conducción gubernamental necesita de una administración pública vigorosa y creativa. De lo contrario, la labor de conducción no llega al ciudadano, por bien inspirada que esté.
Por otra parte, constituir las instituciones primero y conferirles funciones después ha dado lugar al nacimiento de burocracias que, sin objetivos claros, concluyen siendo un fin en si mismas y sirviendo solo a su autoconservación.
Tales burocracias sirven exclusivamente para proponer lo que es visible para el gobierno de turno. Debemos procurar, precisamente, lo contrario: ajustar las estructuras de poder a lo que el país necesita.
Si no procedemos con esta mentalidad, será imposible introducir cambios de fondo, porque la eficiencia de la administración pública resulta limitada por las propias restricciones institucionales y porque esas burocracias han aprendido que duran mas los que menos deciden.

1- La exigencia de un Modelo:
Cuando caractericé el Modelo Argentino y expuse sus objetivos principales, quedó claro que constituye una exigencia prospectiva que debe contribuir a consolidar la Patria por la que todos bregamos.
Ahora es evidente, además, que la experiencia mundial y el proceso histórico argentino conducen, rectamente, a la misma necesidad. Volvemos entonces al comienzo de este trabajo añadiendo, al concepto de modelo y sus objetivos, la clara conciencia de su inexorabilidad histórica.
A ello debemos agregar que, para elaborar con precisión en Modelo Argentino, es conveniente una evaluación orgánica de la situación presente, lo que resulta imposible sin una perspectiva histórica: la historia no es una acumulación de etapas inconexas sino un proceso generativo, dinámico y constante.
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