Resumen En este trabajo nos interesa desarrollar dos percepciones relativas al gusto musical de los jóvenes en la Argentina: por un lado que existe un “más allá” de las comunidades interpretativas fijas y homogéneas que no sólo revela más riqueza sino,






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Música e identidad: anclando las interpelaciones en tramas narrativas

Introducción

Sin embargo, el problema que enfrenta la teoría de la articulación y las interpelaciones (mis trabajos sobre tango incluídos) es, de alguna manera, similar al problema que enfrentó la teoría subculturalista inglesa: no puede dar cuenta precisamente de lo que es su marca identificatoria. En este caso esta propuesta teórica tiene dificultades en mostrar como las articulaciones se producen en actores sociales concretos, pero sobre todo, en explicar por qué una interpelación es más exitosa que otra sin, en última instancia, apelar a algún tipo de homología estructural o, peor aún, a algún residuo cartesiano que todavía acecha en las sombras para volver a "centrar" una identidad que se creía definitivamente descentrada.

Yo creo que tales residuos cartesianos están ligados al origen intelectual de la idea de interpelación: el psicoanálisis en su versión Lacaniana, donde la "idea clara y distinta" aún parece asomarse en la explicación de por qué una interpretación psicoanalítica es aceptada por un paciente, mientras que otras son descartadas. De manera similar, si bien se habla en la teoría de la articulación de la lucha por el sentido y de cómo distintas interpelaciones luchan por establecer una correlación entre realidad y discurso, nunca queda claro por qué una interpelación es más exitosa que otra, salvo recurriendo, teleológicamente, a la idea de hegemonía, que era, en principio, lo que se quería explicar.

Es aquí donde la idea de narrativa puede venir a ayudarnos a entender mejor cómo funcionan las interpelaciones en la vida real de actores sociales concretos y por qué algunas interpelaciones (en este caso aquellas ligadas a la música popular) "pegan" y otras no. De ahí que mi propuesta teórica para el estudio de la música popular busca resolver los problemas de la teoría interpelatoria usando los desarrollos de la teoría narrativa.



Categorías sociales e interpelaciones en la lucha por el sentido

El post-estructuralismo sugiere que la experiencia carece de sentido esencial inherente: "It may be given meaning in language through a range of discursive systems of meaning, which are often contradictory and constitute conflicting versions of social reality" (Weedon 1989: 34). De ahí que la experiencia no sea algo que el lenguaje "refleje", sino que, por el contrario, siempre y cuando sea una experiencia con sentido, la misma es constituída por el lenguaje. Si la experiencia es creada discursivamente, de esto se desprende que necesariamente existe una lucha entre diversos discursos por la conformación de tal experiencia. En este sentido, el reconocimiento social de "su verdad" es la posición estratégica a la que aspiran la mayoría de los discursos. Pero para adquirir el estatus de "verdad" estos discursos tienen que desacreditar todas las otras alternativas de sentido y transformarse en "sentido común". Aquí encontramos la sombra de Gramsci en algunas de las teorías post-estructuralistas. Así, para este tipo de postura, las relaciones en las cuales los actores sociales participan son múltiples: relaciones de producción, raciales y étnicas, nacionales, de género, familiares, etarias, de clase, etc. Todas estas relaciones tienen el potencial de ser, para un mismo actor, espacio de posibles identidades. Adicionalmente, cada posición social que el actor ocupa es el espacio de una lucha por el sentido de tal posición. En otras palabras, cada posición es cruzada por distintos discursos los cuales tratan de darle su particular sentido a dicha posición social.

Así, nuestra posición teórica sostiene que la identidad social se basa en una contínua lucha discursiva acerca del sentido que define a las relaciones sociales y posiciones en una sociedad y tiempo determinados. Uno de los resultados de esta lucha discursiva es que los nombres y rótulos que definen a las diversas relaciones y posiciones sociales entran a formar parte del reino del sentido común (Gramsci 1975: 1396) impregnados con las connotaciones propuestas por los "ganadores" de esta batalla por el sentido. Esto es así porque este proceso de uni-acentualidad implica una práctica de "clausura", esto es, el establecimiento de un particular sistema de equivalencias entre lenguaje y realidad (Volosinov 1973: 23). Así, la construcción social de las identidades involucra una lucha alrededor de las formas en que el sentido queda "fijado". Sin embargo, esta noción de clausura es siempre condicional en este tipo de planteo teórico, ya que los sentidos que han sido exitosamente acoplados a cierta realidad, siempre pueden ser desacoplados de la misma. De ahí que la lucha por el sentido de una identidad o posición de sujeto nunca está completamente cerrada. En otras palabras, la identidad social y la subjetividad son siempre precarias, contradictorias y en proceso, y los individuos son siempre el espacio de lucha de conflictivas formas de subjetividad. Esta idea de la naturaleza precaria de la identidad (y del orden social en general) es muy bien capturada por Laclau y Mouffe (1985; Laclau, 1991) con su noción de la "imposibilidad de la sociedad":

... "Society" is not a valid object of discourse ... Any discourse is constituted as an attempt to dominate the field of discursivity, to arrest the flow of differences, to construct a centre. We will call the privileged discursive points of this partial fixation, nodal points ... The practice of articulation, therefore, consists in the construction of nodal points which partially fix meaning; and the partial character of this fixation proceeds from the opennes of the social, a result, in its turn, of the constant overflowing of every discourse by the infinitude of the field of discursivity (Laclau y Mouffe 1985: 111-113).

Por lo tanto, las diferentes posiciones de sujeto que convergen para formar lo que a primera vista aparece como un individuo "único y unificado" son en realidad construcciones culturales discursivas (entendiendo por discurso a las prácticas lingüísticas y no lingüísticas que acarrean y confieren sentido en un campo de fuerzas caracterizado por el juego de relaciones de poder) (Laclau y Mouffe 1987). Usualmente la gente encuentra los discursos que les permiten armar sus identidades en las diferentes construcciones culturales de una época y una sociedad determinadas. Así, es precisamente en el reino de la cultura donde se desarrolla la lucha por el sentido de las diferentes posiciones de sujeto, y la música es una fuente muy importante de tal tipo de discursos.

Por supuesto no todas las opciones culturales tienen la misma fuerza en la lucha por el sentido, y aquí aparece el problema de la construcción de la hegemonía (Gramsci 1971: 161). Esto es así dado que dicha construcción se realiza, esencialmente, a través de la propuesta de identidad que se les hace a los diferentes actores sociales; propuesta de identidad o de posiciones de sujetos que son funcionales a los intereses de los grupos hegemónicos. De ahí que se pueda afirmar que la batalla hegemónica más importante se gana cuando los actores sociales aceptan (por supuesto a través de un proceso muy complejo de reconocimiento, lucha y negociación) las posiciones de sujeto tal cual son ofrecidas por el grupo hegemónico. Y es aquí justamente donde el tema de las interpelaciones converge con el de los sistemas clasificatorios y las identidades narrativas.

En The Order of Things, Foucault, citando a Borges, nos cuenta que una antigua enciclopedia china propone una muy peculiar clasificación de los animales. De acuerdo con la misma los animales se dividirían en: "a) pertenecientes al Emperador; b) embalsamados; c) amaestrados; d) lechones; e) sirenas; f) fabulosos; g) perros sueltos; h) incluidos en esta clasificación; i) que se agitan como locos; j) innumerables; k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello; l) etcétera; m) que acaban de romper el jarrón; n) que de lejos parecen moscas" (Foucault 1970: xv).

Lo absurdo de esta clasificación enseguida nos llama la atención acerca de lo arbitrario de todo sistema clasificatorio y de como, en realidad, la viabilidad de una taxonomía no depende ni de su "ajuste" con la realidad, ni de su consistencia interna, sino del campo de fuerzas dentro del cual se desarrolla la lucha por el sentido acerca de tal clasificación en un momento determinado de la historia de una sociedad. Lo que Foucault nos propone preguntarnos es qué tipo de auto-definiciones nos son permitidas dada la organización de nuestro lenguaje, o dicho en otras palabras, que nos interroguemos acerca de la forma en que los rótulos que utilizamos en la cotidianidad canalizan determinadas formas de dar cuenta de la subjetividad de manera tal que sean aceptables para la sociedad. Foucault plantea que si por un lado lo que cuenta como conocimiento verdadero es ostensiblemente definido por los individuos, por otro lado lo que es permitido que cuente es definido por el discurso. Así, lo que se habla y quien puede hablar, son cuestiones relacionadas al poder (Parker 1989: 61).

Y este tipo de pregunta es crucial, porque en nuestra cotidianidad vivimos inmersos en sistemas clasificatorios de cuya credibilidad y ajuste con la realidad nunca dudamos. Todo el andamiaje del sentido común se construye sobre esta premisa, dado que sería imposible ponerse a cuestionar diariamente si las categorías que propone la zoología contemporánea son correctas (nuestra versión de la clasificación china de los animales que antes describí); si las leyes de Mendeleiev que clasifican los elementos químicos son apropiadas; o si la geometría no Euclideana realmente se aproxima mejor que la Euclideana a una descripción del espacio. De tanto en tanto la ciencia produce una revolución que da por tierra con alguno o varios de estos sistemas clasificatorios, pero el sentido común se toma un tiempito en incorporar este cambio en el manejo cotidiano de la realidad. Así, nadie duda en afirmar que "en invierno el sol sale más tarde" a pesar de que pronto se van a cumplir quinientos años del crucial descubrimiento de Copérnico y de que en 1992 la Iglesia Católica haya decidido finalmente "perdonar" a Galileo por haber salido en su defensa (defensa que casi le costara la cabeza).

Y si en nuestra vida cotidiana los sistemas clasificatorios que la ciencia ha desarrollado para dar cuenta de la naturaleza se nos imponen como dados, algo similar ocurre con aquellos sistemas taxonómicos que, en lugar de clasificar animales, plantas y planetas, clasifican seres humanos. Así, nuestro sentido común acerca de nosotros mismos y nuestros semejantes opera sobre la base de diferentes clasificaciones: edad, sexo, raza, lugar de nacimiento, ocupación, estado civil, etc. Estas clasificaciones de lo humano se nos presentan como tan "probadas" que ya parecen pertenecer al reino de lo natural. Pero si pensamos, con Foucault, que el conocimiento que circula en los distintos discursos es empleado en nuestras interacciones cotidianas, entre ellas en aquellas interacciones que reproducen la dominación, queda claro que los sistemas clasificatorios no son identificaciones naturales o neutrales. Por el contrario, tales clasificaciones están cargadas de sentido y tal sentido usualmente está ligado a la construcción de hegemonía en una sociedad y un tiempo determinados. Así las distintas posiciones de nuestros sistemas clasificatorios generalmente vienen acompañadas de cierta "información" acerca de los ocupantes de tales posiciones, información que damos por sentada y que influye en nuestra relación con el "otro". Esto es así porque toda interacción social siempre es, entre otras cosas, una interacción con el "otro" como categoría, ya que la única manera que tenemos de conocer al "otro" es a través de la descripción que hacemos del mismo, y esta descripción hace uso intensivo de los distintos sistemas clasificatorios de que disponemos en un particular contexto cultural. En este sentido, estas categorías producen sujetos con varios adjetivos adheridos a los mismos, los cuales, por un lado, dirigen nuestro encuentro con el "otro", y, por otro lado, predisponen a dichos sujetos a un particular tipo de vigilancia. Como resultado de todo esto, es imposible conocer e interactuar con el "otro" real, dado que sólo podemos conocer al "otro" a través de descripciones, es decir, a través de las narrativas y los sistemas clasificatorias que, siendo una parte esencial de la batalla por el sentido, están presentes en un contexto cultural particular.

Y es precisamente aquí donde nuestro acercamiento a la problemática de las identidades sociales difiere de la psicología social americana influenciada por Mead -psicología social que también utiliza la idea del "otro" como fuente y garante de la identidad socialmente construída. Esto es así porque nuestro "otro" no sólo es un "otro" históricamente constituído, y el "otro" en Mead no lo es, sino también el "otro" del cual nosotros hablamos está totalmente sumergido en la lucha de poder acerca del sentido que siempre está detrás de toda taxonomía social de una manera en que el "otro" a la Mead no lo está. En este sentido, el poder se convierte en un atributo relacional fundamental en cualquier intento de entender el proceso de construcción identitaria. Como bien dice Parker: "We need ... to ask how the self is implicated moment by moment, through the medium of discourse, in power" (Parker 1989: 68).

A pesar de que tales taxonomías sociales se proponen a sí mismas como reales y permanentes, las mismas cambian contínuamente. Y cambian siguiendo un muy complejo proceso de negociación de sentido entre diferentes grupos e instituciones acerca de los sistemas clasificatorios en sí y de las categorías que los mismos contienen (Hall 1982). Algunas veces, tanto los sistemas clasificatorios como las posiciones dentro de los mismos cambian por decisión unilateral de los grupos dominantes. En otros casos, sin embargo, dichos cambios son iniciados por aquellos actores sociales que, no habiendo sido los autores intelectuales de las taxonomías no han salido tan bien parados en las mismas. Estos actores en determinado momento se dan cuenta que sus identidades narrativas no condicen con la forma en que se les describe hegemónicamente, y un buen día deciden cuestionar la imagen negativa que el sentido común acepta como válida y se lanzan a proponer nuevas imágenes acerca de sí mismos. Este proceso puede ser más o menos conflictivo, y muchas veces deviene en una negociación entre los actores sociales y el Estado acerca de las taxonomías y las posiciones concernientes a los actores en cuestión dentro de las mismas. Como apunta Rorty:

To be a pragmatist rather than a realist in one's description of the acquisition of full personhood requires thinking of its acquisition by blacks, gays and women in the same terms as we think of its acquisition by Galilean scientists and Romantic poets. We say that the latter groups invented new moral identities for themselves by getting semantic authority over themselves. As time went by, they succeeded in having the language they had developed become part of the language everybody spoke. Similarly, we have to think of gays, blacks and women inventing themselves rather than discovering themselves, and thus of the larger society as coming to terms with something new. This means taking Frye's phrase "new beings" literally, and saying that there were very few female full persons around before feminism got started ... (Rorty 1990: 249)

En este sentido podemos sostener que la renovación del discurso público crea oportunidades de "auto-posesión" antes inexistentes: "Constantly energized by the various collective struggles, new categories for understanding social life endow stammered, vague complains with a recognized topicality." (Rosenwald 1992: 280).

El objetivo de las luchas por el sentido de las posiciones sociales es tan complejo como el proceso de cambio descrito más arriba. Algunas veces estos actores sociales que cuestionan las imágenes hegemónicas eligen tratar de modificar el contenido del rótulo que los describe, pero sin cuestionar ni el sistema clasificatorio que los enmarca, ni el nombre que la taxonomía les adjudicó (Hall 1982: 80). En otros casos, dichos actores luchan para cambiar el nombre que el sistema clasificatorio les adjudica, dado que descubren que dicho nombre está tan cargado de contenido hegemónico, que hace imposible el cambio de contenido del rótulo sin un drástico cambio en el nombre. Finalmente, otros grupos son más radicales aún, y proponen un sistema clasificatorio completamente nuevo para poder así cambiar el contenido de la imagen de su grupo.

Las más de las veces, sin embargo, estos movimientos sociales que buscan redefinir las identidades colectivas de una sociedad y época determinadas son la excepción y no la regla, y la gente usualmente se contenta con aceptar sin mucha discusión el o los sistemas clasificatorios hegemónicamente construidos y edificar su identidad social al interior de los mismos; o pragmáticamente "negocia" ciertos espacios de identidad valuada dentro de estos sistemas clasificatorios. Que la aceptación o la transacción de sentido sean más comunes que los cambios drásticos en los sistemas clasificatorios habla a las claras de la fuerza que tiene la construcción hegemónica a estas alturas del desarrollo de nuestras sociedades.

A través de esta compleja conformación de sentido es que los nombres de los distintos actores sociales van tomando forma y contenido en sistemas clasificatorios que utilizamos cotidianamente para "ordenar" y entender la realidad que nos rodea. Así vamos encontrando en distintos artefactos culturales los distintos nombres que utilizamos para interpelar (o que aceptamos para ser interpelados), nombres y contenidos que refieren a las distintas posiciones de sujetos que ocupamos en nuestra vida diaria: posiciones familiares, laborales, etarias, de género, étnicas, de clase, etc. Demás está decir que la música popular ocupa un lugar privilegiado en la articulación de sentidos y en la interpelación de actores sociales.

Pero como dijimos anteriormente, esta forma de entender la construcción de las identidades sociales no nos dice por qué algunas articulaciones de sentido son posibles y otras no, ni tampoco por qué algunas interpelaciones son exitosas y otras fracasan estrepitosamente en su intento por definir una particular identidad social. Veamos el caso, por ejemplo, de uno de los usos más sofisticados de esta teoría en el campo de la música popular. Me estoy refiriendo a los trabajos de Peter Wicke (1989, 1990).

... the sounds of music provide constantly moving and complex matrices of sounds in which individuals may invest their own meanings. The critical element in [Wicke's] theory is that while the matrices of sounds which seemingly constitute an individual "piece" of music can accommodate a range of meanings, and thereby allow for negotiation of meaning, they cannot accommodate all possible meanings ... This means that while the meanings and values of music are not intrinsic to music's sounds -they are intrinsic to the individuals who invest them in the sounds- music's sounds are nonetheless heavily implicated in the construction and investment of those meanings and values. The sounds of music ... do not cause meanings and they do not determine meanings. They do not even carry meanings. The most that we can say is that they call forth meanings (Shepherd 1994: 135).

De este modo, si por un lado el autor alemán resuelve el tema de la articulación de la música con la identidad permitiendo el proceso de negociación de sentido que está ausente cuando se habla de que el sentido de la música reside intrínsecamente en su sonido; por otro lado deja sin resolver el tema de por qué una particular configuración de sentido hace "pie" en una determinada matriz musical, mientras otra es inacapaz de articularse en dicha matriz musical (o, viceversa, por qué una misma matriz musical es capaz de articular muy distintas configuraciones de sentido, mientras que otra sólo logra articular configuraciones de sentido muy similares entre sí). En otras palabras, Wicke tampoco puede dar cuenta de por qué una articulación de sentido es exitosa mientras otra fracasa. Un problema similar aqueja a Middleton "... it seems likely that some signifying structures are more easily articulated to the interests of one group than are some others; similarly, that they are more easily articulated to the interests of one group than to those of another" (Middleton 1990: 10); como así también a Slobin: "... it is not that music has nothing to say, but that it allows everyone to say what they want. It is not because it negates the world, but because it embodies any number of imagined worlds that people turn to music as a core form of expression" (Slobin 1992: 57).

Yo creo que para tratar de resolver este problema hay que avanzar un poco más en por qué "... music's sounds [not having meaning in themselves] are nonetheless heavily implicated in the construction and investment of those meanings and values". En este sentido quiero proponer que muchas veces una determinada matriz musical "permite" la articulación de una particular configuración de sentido cuando los seguidores de tal matriz cultural sienten que la misma se "ajusta" (por supuesto luego de un muy complejo proceso de ida y vuelta entre interpelación y trama argumental) a la trama argumental que organiza sus identidades narrativas.

Y lo que a primera vista parece una tautología, donde la gente parece aceptar una propuesta de sentido porque ésta tiene sentido para su construcción identitaria, esconde un intrincado proceso de ida y vuelta entre interpelaciones y tramas argumentales en donde ambas se modifican recíprocamente. De esta manera, si por un lado estamos de acuerdo con Wicke en que la música no tiene un sentido "intrínseco", por otro lado pensamos que Wicke no está en lo cierto cuando plantea que la música no tenga sentido y que tal sentido siempre proviene de los oyentes, quienes simplemente lo "volcarían" en la formación musical. La música para nosotros sí tiene sentido (no intrínseco, pero sentido al fin), y tal sentido está ligado a las articulaciones en las cuales ha participado en el pasado. Por supuesto que estas articulaciones pasadas no actúan como una camisa de fuerza que impide su re-articulación en configuraciones de sentido nuevas, pero, sin embargo, sí actúan poniendo ciertos límites al rango de articulaciones posibles en el futuro. Así, la música no llega "vacía", sin connotaciones previas al encuentro de actores sociales que le proveerían de sentido, sino que, por el contrario, llega plagada de múltiples (y muchas veces contradictorias) connotaciones de sentido.

Y es justamente en este proceso constante de articulación y re-articulación de sentido donde la idea de trama argumental puede servirnos para entender los límites posibles de tales articulaciones y, con ello, tener un conocimiento un poco más preciso de por qué algunas articulaciones son más exitosas que otras. Mi idea es que los eventos sociales en general (entre ellos los ligados a la música) son construídos como "experiencia" al interior de tramas argumentales que les dan sentido. Así, es justamente la trama argumental de mi identidad narrativa la que dirige el proceso de selección de lo "real" que es concomitante a toda construcción identitaria.


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