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La economía del siglo XVI: El trabajo obligatorio y la explotación indígena Los conquistadores españoles, pertenecientes a grupos postergados de la península ibérica, venían a transformarse en señores de una nueva sociedad regida por la cruz y por la espada. La riqueza en oro era, para ellos, la condición fundamental del ascenso social. Es por ello que, en el siglo XVI, los esfuerzos de los conquistadores de Chile estuvieron dirigidos a la conformación de las bases productivas de una economía que girara en torno a la extracción de oro, es decir, a la búsqueda del metal, y de la mano de obra que habría de sacarlo. Así, a la señorialización de unos (españoles), correspondía la servilización de otros (indígenas). Los conquistadores consideraban que el trabajo, además de ser ajeno, debía ser exprimido con la mayor rapidez, dada la impaciencia en acumular y enriquecerse que los caracterizó. Pero en ello no pudieron actuar con discrecionalidad. Como se sabe, el rey había decidido otorgar a los indígenas el estatus de súbditos, lo cual impedía un régimen esclavista. Abiertamente al menos. Por otro lado, la corona comprendía que la incorporación de los extensos territorios americanos no podía ser acometida sin el aliciente de un rápido enriquecimiento. La respuesta a esos dilemas fue el sistema de encomienda de indios, sistema que se sustentaría tanto en justificaciones económicas como ideológicas: las económicas, como veíamos, dicen relación con la necesidad de contar con mano de obra barata y masiva que asegurara un rápido desarrollo de la actividad económica, especialmente la minería, mientras que las ideológicas se vinculan fundamentalmente con el status que tendrá el indígena, al cual, si bien se le reconoce como súbdito, se le asignará la misma calidad que las mujeres y los niños, es decir, que no tiene la capacidad de valerse por si mismo, por lo cual es necesario asegurar su bienestar quedando bajo la tuición de un hombre (el encomendero), quien velaría por él. La encomienda, en términos prácticos, era un sistema mediante el cuál un español (encomendero) se hacía cargo de un número de indios (encomendados) comprometiéndose a cuidarlos, evangelizarlos y a defender la soberanía de la corona en esos territorios a cambio de percibir los tributos que los indios, en cuanto flamantes súbditos, le debían al rey. Los españoles que recibían encomienda de indios eran los más destacados en las empresas de conquista. Así, la corona se transformó en la suprema dispensadora de un factor productivo esencial: el trabajo. Tasa de Santillán (1558) -El servicio personal es lícito, necesario y obligatorio para los indios. -El trabajo en los lavaderos de oro se hará por un sistema de turnos denominados mita. -Quedarán sometidos a la mita sólo los indígenas entre 18 y 50 años. -Quedan excluidas de la mita las mujeres embarazadas. -Un sexto de la producción de oro quedará para los indígenas, bajo administración del encomendero, el que deberá invertirlo en los enseres necesarios para el buen sustento de los naturales. En Chile, el sistema de encomiendas fue de difícil aplicación. De inmediato los españoles quisieron que el tributo indígena se pagase en trabajo (servicio personal) en los lavaderos de oro. El servicio personal fue denunciado como ilegal e ilegítimo por algunos elementos del clero, especialmente por los jesuitas, a fines del siglo XVI; los mismos que cuestionaban la ilegitimidad de la guerra en el Sur. Los encomenderos, por su parte, alegaban que los indios de Chile eran tan pobres, que sin servicio personal no se podía sostener la conquista del territorio. A la corona le quedó claro que a la encomienda había que complementarla con una legislación que protegiera a los indígenas en la que se aclarara las formas de pagar el tributo que se permitían. Así nacieron las Tasas que eran legislaciones acerca del trabajo de los indígenas encomendados, La principal de las tasas del siglo XVI fue la Tasa de Santillán, del año 1558. Las denuncias del clero jesuita en orden a que ni siquiera las disposiciones de la Tasa de Santillán, claramente favorables a los encomenderos, se cumplían y que los españoles se las arreglaban para sobreexplotar a los indios, derivó en el reemplazo de la tasa de 1558 por la Tasa de Gamboa del año 1581. En ella se sustituyó el servicio personal por la encomienda de tributo, es decir, los indios quedaban libres para vender su trabajo y pagar el tributo a su encomendero en oro o especies. La Tasa de Gamboa propendía también al agrupamiento de indios en pueblos. Esta tasa fue impracticable y hubo de volverse a la de Santillán, en el aciago año de 1598. Sólo en el año 1635, con la Tasa de Lazo de la Vega, se pudo restablecer la encomienda de tributo, cuando el sistema estaba en plena decadencia debido a la mortandad indígena y al fracaso español en la Guerra de Arauco. Los encomenderos en Chile se encontraron entre la espada y la pared en sus posibilidades de enriquecimiento. De un lado, los poderes extraeconómicos, el Estado y la Iglesia, se transformaron en árbitros supremos en la provisión de la mano de obra indígena. Del otro, la imbatible resistencia araucana no permitía ir sustituyendo los lavaderos y la mano de obra sometida por otra nueva situada más al Sur, ni aún con un ejército profesional de por medio. En fin, el propio afán de rápido enriquecimiento de ellos mismos, los llevó a eliminar rápidamente la mano de obra de la zona sometida. Cuando los encomenderos y españoles en general vieron que desaparecían las bases productivas de la economía aurífera (mortandad de los indios, agotamiento de los lavaderos), extremaron sus esfuerzos en expandirse al Sur del Bío- Bío. El año 1598 demostró que la solución no era tan sencilla. El mestizaje, un fenómeno de amplias dimensiones: Uno de los fenómenos más importantes que implicó la conquista americana fue el proceso de mestización hispano - indígena, proceso que no sólo implicará una cuestión racial, el surgimiento del “mestizo”, sino que tendrá manifestaciones en la conformación de una “cultura mestiza” que no siempre es asumida, especialmente en países supuestamente “blanqueados” como el nuestro. La mestización comenzó con los primeros pasos de la conquista, en buena parte por que la mayoría de las expediciones no contó entre sus filas con mujeres blancas, de ahí que la relación con las indígenas fue un espacio común, ya sea a través de la violencia sexual o bien a través del “amancebamiento”. En el caso chileno quienes originalmente fueron violentadas o amancebadas, convirtiéndose en el vehículo que posibilitó la mestización, fueron las mujeres picunche, ya que fueron ellas quienes se encontraron en el aréa donde se asentó en primer lugar la conquista, convirtiéndose a la larga no sólo en reproductoras de niños mestizos, sino que además en el primer puente entre la cultura hispana e indígena, heredando a sus hijos los primeros trazos de una “cultura mestiza” donde predominarían los componentes españoles. El proceso de mestización, como decíamos, se inició rápidamente, y en el caso chileno ya antes de la primera década de conquista se podía observar su presencia. En ese sentido, Nicolás Palacios, autor de “Raza Chilena” (1904), entrega dos testimonios importantes: primero, hace referencia a una carta de Pedro de Valdivia a Carlos V fechada en 1545, en la que plantea que los soldados de San Bartolomé de La Serena estarían "trabajando, muertos de ambre y frío, con las armas a cuestas, arando y sembrando con sus propias manos para la sustentación suya y de sus hijos”; y segundo, se refiere a una acta del Cabildo de Santiago del 13 de octubre de 1549, donde ésta institución se queja de que los españoles estarían burlando una impuesto para la guerra que se aplicaba según el número de yeguas que poseían, colocando dichos animales a nombre de sus hijos mestizos para evitar el cobro. El proceso de mestización no se detuvo en la zona central, sino que continuó una vez que los conquistadores comenzaron a avanzar hacia el sur (1550), donde se concentraba la masa indígena. En ésta zona el mestizaje fue evidentemente más violento, marcado por la situación de guerra constante que se vivía, y se nutrió fundamentalmente a partir de la captura de indígenas, incluso antes de que la esclavización de éstos fuese autorizada. Una vez que está se legalizó (1608 – 1683), la captura de indígenas se acentuó, instituyéndose la maloca (entrada de fuerzas españolas a territorios mapuches para capturar indígenas), lo que implicó no solo el desarraigo físico del indígena, que eran vendidos al Valle Central y Perú, sino que sobretodo el desarraigo cultural, continuándose así la mestización, la que a éstas alturas era un proceso de amplia difusión. La nueva situación de guerra también implicó el desarrollo de un “mestizaje al revés”, ya que los mapuche también recurrieron al expediente de la captura, especialmente de mujeres, fenómeno que ya se podía observar a fines del siglo XVI, cuando, según Nicolás Palacios, en la toma de Valdivia e Imperial (1599) éstos se hicieron de más de 400 “mujeres rubias”. En éste nuevo mestizaje, ésta vez posibilitado por la “chiñurras” (derivación mapuche de “mujer huinca”), predominarán los elementos aborígenes, sin desaparecer los elementos hispanos, que la madre blanca se preocupa de mantener. Este mestizaje que se desarrollará en la frontera tendrá elementos comunes y de diferenciación con aquel que se produce en el territorio español: lo común es que el expediente de la violencia sexual se mantiene, y la principal diferencia se dará en el sentido que la mujer y sus hijos mestizos no quedan desplazados posteriormente del hombre mapuche, sino que son integrados en las familias y adquieren el apellido y el linaje de él, situación que normalmente en el mundo hispano no se dará, quedando la mujer indígena y sus hijos relegados o directamente abandonados, surgiendo por ejemplo la figura del “huacho”. Esta integración a la sociedad mapuche será importante porque facilitará la mestización cultural, y a su vez permitirá que en su momento se hagan más fluidas las relaciones en una frontera que poco a poco se va estabilizando. La estabilización de la frontera se irá produciendo a partir de mediados del siglo XVII, cuando los españoles, en la práctica, abandonan su opción por la ocupación del territorio y optan por la negociación y el intercambio económico, el cual hacia fines del siglo se hará habitual, facilitado por que la principal causa de fricción que permanecía, la captura y esclavización de indígenas, es prohibida en 1683, en buena medida porque la masa mestiza existente a esas alturas satisfacía las necesidades de mano obra del país, disminuyendo así la presión por obtener mano de obra indígena. Con la estabilización de la frontera se dará paso entonces al desarrollo de relaciones fronterizas donde predominarán los tratos pacíficos, la estabilidad del comercio y el incremento del mestizaje y del contacto cultural, lo que irá acercando el mundo hispano fronterizo y la zona mapuche, permitiendo así “... que el mestizaje fuera un fenómeno extendido en la Araucanía del siglo XVIII, en la que según algunos cronistas, las tres cuartas partes de la población no eran mapuche puros, sino españoles o mestizos” (Lucía Valencia y otros. Ciencias Sociales II, p. 76) El mestizaje, pese a ser un fenómeno común y de amplias dimensiones, no fue del todo asimilado en la época, tanto por la institucionalidad española como por los mismos sujetos mestizos. Por ejemplo, la institucionalidad, al contrario de cómo había ocurrido con la mano de obra indígena, no buscó o no pudo regular el trabajo de ésta masiva nueva mano de obra, por lo cual en las mismas relaciones económicas se fueron definiendo, de facto, las formas de trabajo, de pago, de relación patrón - trabajador, etc. A su vez, los sujetos mestizos, en una sociedad donde se había instaurado el privilegio del color y la negación de lo “híbrido” (la mezcla) buscarán su “blanqueo”, lográndolo aquellos donde los componentes indígenas eran menos notorios, pero aquellos que no tenían dicha posibilidad recurrirán al “blanqueo” simbólico, es decir, negarán su cultura “de la mezcla” y se harán de los símbolos de aquellos que tenían el poder y los privilegios - vestimenta, costumbres, idioma, religión -. Las implicancias que tendrá lo anterior no serán menores, y sin lugar a dudas hasta hoy se pueden sentir. Sin ir más lejos, cuántos términos se utilizan para identificar a aquellos que no son blancos y con qué intencionalidad negativa, en muchos casos, se plantea. En otro sentido, y que a diario lo podemos observar en la prensa escrita y la televisión, cuáles son los modelos de belleza y de triunfo que se difunden normalmente, a qué imagen física aluden. Con los ejemplos y preguntas podríamos sumar y seguir, pero lo importante es dimensionar el peso real que alcanza el mestizaje en nuestro país y en general en las sociedades latinoamericanas, y reflexionar sobre las implicancias negativas que conlleva esa negación que comenzó hace siglos.
La evangelización y la conquista de las “almas” indígenas: El proceso de expansión española comienza a la par que se logra el triunfo definitivo sobre los árabes en la península, triunfo que no sólo implicaba la definitiva reconquista del territorio, que había tardado siete siglos, sino que además la derrota del “infiel”, el triunfo del Cristianismo sobre el Islam. Ese carácter religioso de guerra contra el infiel también se reproduciría entre los conquistadores y religiosos que pasaron a América (de ahí la barbarie y estupidez de muchos de ellos), acentuado en tanto el Papa otorgaba los territorios americanos con la expresa petición de cristianizar los territorios conquistados, evangelizando y protegiendo a las nuevas almas, a la vez que la corona también debía proveer la protección y beneficio de la iglesia. De esta forma la conquista se realizó con “la cruz y la espada”, y la función de la primera, sino en espectacularidad, en eficiencia fue absoluta. La evangelización no estuvo libre de tensiones. Desde la original discusión sobre el carácter de los indígenas, sino tenían o no alma, si era posible evangelizarlos, hasta la forma de ocupar su mano de obra fueron temas de no facil resolución, y enfrentaron en diversos momentos a teólogos y autoridades eclesiásticas, en una discusión donde las definiciones religiosas tenían efectos económicos, específicamente en lo que se refería a la existencia y forma de la encomienda. En este sentido, uno de los teólogos que apoyó sin mayores cuestionamientos la explotación indígena fue Juan Ginés de Sepúlveda, quien sostuvo el principio de la desigualdad social en los primeros tiempos de la conquista a través de su “Democrates Alter”: “Nada hay más contrario a la justicia distributiva que dar iguales derechos a cosas desiguales, y a los que son superiores en dignidad, en virtud y en méritos igualarlos con los inferiores, ya en ventajas personales, ya en honor, ya en comunidad de derecho...” agregando “Bien puedes comprender ¡oh Leopoldo¡ si es que conoces las costumbres y naturaleza de una y otra parte, que con perfecto derecho los españoles imperan sobre estos bárbaros del Nuevo Mundo e islas adyacentes, los cuales en prudencia, ingenio, virtud y humanidad son tan inferiores a los españoles como los niños a los adultos y las mujeres a los varones, habiendo entre ellos tanta diferencia como la que va de gentes fieras y crueles a gentes elementalísimas, de los prodigiosamente intemperantes a los continentes y templados, y estoy por decir que de monos a hombres”. Por su parte, los defensores de los indígenas comenzarían a alzar la voz para frenar la explotación que éstos últimos sufrían, y en este ámbito destacó Fray Antonio de Montesinos, quien ya en 1510 en La Española enfrentaría a los encomenderos: “Decid: ¿Con qué derecho, con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a aquellos indios, y con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los teneís tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos de sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les daís incurren y se os mueren, y por decir mejor los matáis, por sacar y adquirir oro cada día?... ¿Estos no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No son obligados a curallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís?”. Esta discusión, que refleja una de las tensiones de la evangelización y que permite entender la posición a veces ambivalente de la iglesia frente al tema de los indígenas, no implicó el fin de la explotación indígena, pero obligó a la corona a ir tomando una serie de medidas para minimizar los efectos del trabajo de los naturales, surgiendo con el tiempo las Tasas, los protectores de indios y otras formas de asegurar el “buen” trato de los indígenas, a la vez que la Iglesia se situaba en un rol que la corona no podía obviar. La labor de los religiosos, más allá de su trabajo en la protección de las “nuevas almas” se concentró en la evangelización de éstas, logrando no sólo imponer el cristianismo, sino que además buena parte de la cultura occidental, neutralizando en la práctica los elementos culturales indígenas. En ese sentido, la función de la “cruz” fue mucho más efectiva que la “espada”.
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