La Revolución de Mayo: ¿separatista o democrática?






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fecha de publicación01.07.2016
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La Revolución de Mayo: ¿separatista o democrática?

La historia argentina según la revista “Billiken” .

En esta época en que los argentinos buceamos acerca de nuestra identidad es conveniente remontarnos a aquella fecha que la historiografía oficial consigna como la del nacimiento de la Patria. ¿Nacimos el 25 de mayo de 1810? ...¿O el 9 de julio de 1816, al declararse la independencia? ¿Nacimos buscando el comercio libre, en cuyo caso el librecambio nos resulta congénito? ¿Nacimos bajo la protección anglosajona de tal modo que ese padrinazgo, junto al librecambio congénito, podría conducirnos a tratados de libre comercio con Estados Unidos? ¿O nacimos para reemplazar a un representante del absolutismo –el virrey- por una junta popular propugnada por los activistas obedeciendo a la voluntad de los manifestantes de la plaza?

Desde Mitre en adelante, vía Grosso, Levene, Astolfi, Ibáñez y otros, se ha caracterizado a la Revolución de Mayo como un movimiento separatista, independentista, fuertemente antiespañol y probritánico . Las ideas de independencia habrían sido difundidas por los soldados ingleses que quedaron en Buenos Aires después de frustradas las invasiones de 1806 y 1807, Lord Strangford habría dado ayuda a los patriotas y años después (1825), el Primer Ministro George Canning nos reconoció como país autónomo. El origen del movimiento residiría en “la gente decente”, es decir, los vecinos propietarios y prestigiosos de la ciudad que concurrieron al Cabildo Abierto del día 22. El programa sería la libertad de comercio y el documento liminar, la Representación de los Hacendados. Su autor y principal figura de la Revolución –Mariano Moreno- sería un abogado cuya fogosidad provendría de su juventud y no de su ideología, que había defendido profesionalmente a comerciantes ingleses y que constituía el antecedente de ese gran prócer devoto del Imperio Británico llamado Bernardino Rivadavia.

Sin embargo, esta interpretación divulgada por “Billiken”-revista para niños editada por la familia Vigil- y a su vez, enseñada inocentemente por las maestras, como también avalada por los retratos escolares y los letreros de calles y plazas , se halla controvertida por varios hechos históricos debidamente comprobados, entre otros, los siguientes: el libre comercio lo instaló el virrey Cisneros, en 1809, previamente a la revolución; el 26 de mayo de 1810, la Primera Junta juró obediencia al rey Fernando VII; los ejércitos criollos carecieron de bandera durante varios años; la independencia se declaró recién seis años después en Tucumán; Moreno y los morenistas fueron opositores a Rivadavia y su grupo.

Con respecto a esta información que impugna a la versión mitrista, los historiadores vinculados orgánicamente a la clase dominante, se hicieron los distraídos, en algunos casos y en otros, apelaron a argumentos que hoy son poco convincentes.

Por ejemplo, sostuvieron que el juramento de obediencia al rey Fernando, del día 26 de mayo, obedecía al propósito de ocultar el verdadero objetivo de la revolución, que era la independencia y denominaron a este hecho como “la máscara de Fernando VII”. Hoy se sabe algo que Mitre ignoraba seguramente: las revoluciones no pueden ocultar sus objetivos porque son los pueblos y no los individuos los que hacen la historia, de tal modo que si la Junta juraba someterse al Rey Fernando –contrariando el propósito separatista del pueblo- éste, comandado por los chisperos, la habría obligado a renunciar , así como obligaron a renunciar a la junta tramposa del 24 de mayo, armada por el síndico Julián de Leiva y don Baltasar Hidalgo de Cisneros. Si se dijera, en cambio, que también el pueblo compartía el secreto y aceptaba “la máscara” con un guiño a los integrantes de la Junta, es evidente que el secreto dejaba de ser tal y no podía engañar a nadie, ni a España, ni al Rey, ni al resto del mundo, perdiendo todo sentido la simulación de la jura.

Dijeron también que la independencia se declaró en 1816 porque hasta esa fecha no existían condiciones en la política mundial para el surgimiento de la patria autónoma, lo cual es falso porque las condiciones eran mejores en 1810 que en 1816, pues en este último año imperaba en Europa la más profunda reacción, con la Santa Alianza y Metternich a su frente. Del mismo modo, disimularon los hechos de tal manera que no pudiera detectarse que los amigos de Moreno fueron adversarios políticos de los rivadavianos.

La versión mitrista resulta tan inconsistente que hoy se levantan voces desde la Universidad manifestando su disidencia. Por ejemplo, el historiador Luis Alberto Romero, una de las máximas expresiones de la corriente historiográfica denominada”Historia Social”, con motivo de un aniversario de la Revolución de Mayo, señala que los historiadores “estamos lejos de lo que se enseña en la escuela y también del sentido común. Sin duda, hay una brecha que debe ser cerrada, pues en Historia, tanto como en Física o Matemática, no puede admitirse tal distancia entre el saber científico y el escolar. Pero hay que hacerlo con cuidado...”. El relato escolar, según admite Romero, se sigue manteniendo como en la vieja época pero “hace tiempo que los historiadores en serio vienen criticando esta explicación” ( 1 ). Dos años después, en otro aniversario de la Revolución de Mayo, el historiador José Carlos Chiaramonte sostiene, respecto a la jura del día 26 de mayo: “Había un relato escolar, que creo que ya no se cuenta más, según el cual todos los criollos querían ser independientes, pero en 1810 los realmente independentistas eran una absoluta minoría ...Esta (la jura del día 26) fue interpretada como una simulación (máscara de Fernando VII), pero yo creo que en la mayoría de la gente no fue una simulación ...La historia inventa un pasado que a veces no fue el pasado que realmente hubo, en función de las necesidades del presente... En esa construcción se dibuja una visión del pasado que después no logra explicar todas las contradicciones que se van encontrando..”. De esto, Chiaramonte deduce , generalizándolo para la lucha entre unitarios y federales, que “hay que encontrar otro tipo de explicación” ( 2 ). Efectivamente, de eso se trata: “buscar otra explicación”.

Pero hasta ahora no la han encontrado aunque, en el artículo referido, Romero afirma que “los sucesos de Mayo no fueron fruto de un plan previo sino la imprevista consecuencia de un evento lejano: el derrumbe del imperio español luego de la invasión napoleónica”( 3 ) De esta manera, se acerca a la explicación de algunos revisionistas rosistas según los cuales Mayo se hizo para evitar la dominación napoleónica sobre estas tierras de América. Pero, en ese caso, si bien la revolución no sería separatista sino para resguardar estas tierras para la corona española, no habría existido declaración de la independencia en 1816 cuando la causa -Napoleón- ya había cesado.

La explicación es otra pero se basa nada menos que en la impugnación de la historia mitrista realizada por el gran enemigo de Mitre: Juan Bautista Alberdi. Y para entrar en esos caminos, se necesita mucha audacia porque, como decía Homero Manzi, “Mitre se dejó un diario de guardaespaldas”. Además, si se cae la historia mitrista –por su errónea caracterización de la Revolución de Mayo- se caen también Grosso, Levene, Astolfi, Ibáñez, etc. y arrastran consigo los letreritos de las calles y las plazas obligando a un replanteo profundo acerca de nuestra identidad nacional.

Ante la gravedad de lo que podría ocurrir, los hombres de la corriente historiográfica llamada “Historia Social” toman cierta distancia de la versión del Billiken – pues ésta es insostenible- pero no avanzan en otra interpretación ni, por supuesto, la transmiten a los docentes para “cerrar esa brecha” entre la Universidad y el relato escolar.

La cuestión tiene consecuencias graves no sólo en lo referido a nuestra identidad nacional sino en casos específicos como el de la valoración del Padre de la Patria. El verdadero San Martín –alto oficial del ejército español, que hablaba “como un gallego” pues estaba modelado por casi 30 años de residencia en España- no entra ni con calzador en esta historia de un Mayo antihispánico: ¿por qué dejaría el ejército español para venir al Río de la Plata a luchar contra el ejército español? Mitre no lo explica. En cambio, esta interpretación deficiente de la revolución de Mayo ha permitido que el Dr. Juan Bautista Sejean, en su libro “San Martín y la tercera invasión inglesa” ( 4 ) sostenga que la única explicación reside en que fue sobornado por los ingleses, para arrancar a Hispanoamérica del control español y luego, dividiéndola, ponerla al servicio del Imperio Británico. De modo tal que la versión del Mayo separatista nos deja sin Padre de la Patria y en definitiva, nos deja sin Patria porque si la revolución fue probritánica y el Padre de la Patria fue agente inglés, ¿ de qué Patria estamos hablando?

¿Y para qué entonces la identidad que pretendió otorgarnos Mitre, si esa identidad es identidad colonial y no nacional? Ella solamente serviría a la clase dominante para justificar su sumisión al Imperio Británico y más tarde, a los Estados Unidos. Ella precisamente escribió esa historia falsa a través de uno de sus hombres más lúcidos y polifacéticos, con un pie en la Presidencia, otro en la formación de opinión pública a través de un prestigioso matutino y otra, en sus vínculos cariñosos con el Banco de Londres y las empresas ferroviarias. Evidentemente, nada tiene que ver el pueblo argentino con esa historia.

La otra historia.


La interpretación más veraz y fundamentada es otra, pero afecta a la historia mitrista y por eso ha sido rechazada durante tanto tiempo, en tanto esa historia mitrista ayudó a justificar nuestra condición de país dependiente, apéndice del Imperio.

La revolución no es antihispánica, ni probritánica, ni liderada por la aristocracia, ni para el comercio libre. Es un movimiento democrático (reemplaza al virrey, representante del absolutismo, por una Junta Popular) estableciendo que la soberanía reside en el pueblo, para arrasar con la Inquisición, los instrumentos de tortura, los escudos nobiliarios, la opresión ideológica y política. Sus banderas son las de la revolución española iniciada en mayo de 1808, las mismas que se enarbolan en toda Hispanoamérica entre 1809 y 1811. Sus reivindicaciones concretas son aprobadas por la Asamblea del año XIII, que se corresponden con la constitución española dictada en Cádiz en 1812 y que, por otra parte, son idénticas a las sancionadas por San Martín como Protector del Perú. A su vez , ellas están inspiradas por las ideas revolucionarias que recorren el mundo en ese momento, que no corresponden a revoluciones anticolonialistas sino a los principios de “libertad, igualdad y fraternidad” del 14 de julio de 1789, es decir, los derechos del hombre y del ciudadano exaltados por la revolución Francesa, después retomados por el pueblo español y el pueblo hispanoamericano, aquello que San Martín denominaba “el evangelio de los Derechos del Hombre”. Por eso, la revolución se da en Buenos Aires al mismo tiempo que en el resto de América Latina, con diferencia de meses. Por eso, nosotros no inventamos las Juntas, sino que las tomamos de lo ocurrido en la península, como la Junta central de Sevilla y lo hicimos al grito de “Juntas como en España”. Por la misma razón, los liberales revolucionarios de España declararon que estas tierras de América no eran colonias sino provincias ( 5 ) y convocaban a remplazar democráticamente a los virreyes por Juntas populares, así como convocaban a enviar representantes a la convención de Cádiz, de donde saldría la constitución democrática española, a semejanza de la francesa.(6)

Alberdi lo expresó de manera contundente: “La Revolución de Mayo es un detalle de la revolución de América, como ésta es un detalle de la España, como ésta es un detalle de la revolución francesa y europea” ( 7 ).

¿Qué duda puede caber de que Moreno, Castelli y Belgrano, las figuras claves de Mayo , formaron su pensamiento político leyendo, no a autores anticolonialistas, sino a los filósofos y ensayistas franceses y españoles definidos por el liberalismo revolucionario, por entonces, en pleno triunfo sobre las tesis oscurantistas y monárquicas del viejo mundo que desaparecía?

Esto se ratifica cuando en la Asamblea del Año XIII predomina el criterio de no declarar la independencia, que algunos dirigentes empezaban a proponer, dado que la revolución española corría graves peligros de sucumbir.

Asimismo, San Martín lo sostuvo en su campaña: “La revolución de España (se refiere al levantamiento de Riego en 1820, así como al de mayo de 1808) es de la misma naturaleza que la nuestra: ambas tienen la libertad por objeto y la opresión por causa” ( 8 )

Poco tiempo antes, “el inmortal Riego, mártir y héroe, reivindicado después por el gobierno de su patria, sublevó el ejército (destinado a Buenos Aires) en las Cabezas de San Juan, el primero de enero de 1820, proclamando la Constitución y dijo textualmene: “No marcharemos a combatir a nuestros hermanos de causa” ( 9 )

San Martín lo ratificó, además, en declaraciones a Basilio Hall: “ Nuestra lucha no era una lucha de conquista y gloria, sino enteramente de opinión, guerra de principios modernos y liberales contra los prejuicios, el fanatismo y la tiranía” ( 10 ). Es decir, contra el absolutismo, con sus monarcas por derecho divino, el autoritarismo político e ideológico, el poder omnímodo de la Inquisición. Contra eso se levantó el pueblo español el 2 de mayo de 1808 y también el pueblo hispanoamericano, poco después.

Si la revolución española triunfaba –pensaba la mayoría de los revolucionarios criollos- quizás no fuera necesario separarse de España, ni del resto de América Latina embarcada en el mismo proceso democrático. Si, en cambio, la revolución fracasaba en España, como fracasó en 1814 –anulando la constitución democrática de 1812, restableciendo la Inquisición, encarcelando y persiguiendo a los partidarios de la democracia, etc. -, la única manera de defender la revolución popular era independizarse. Por esta razón, a partir de 1814 se plantea la urgencia de la independencia, como surge claramente de la correspondencia San Martín-Godoy Cruz, que finalmente, se declara en julio de 1816.

La Historia había realizado una pirueta paradojal: en España, el pueblo se había levantado contra el invasor francés, en 1808, de manera que inicialmente su Revolución fue Nacional, pero en esa lucha arremetió contra el declinante absolutismo apropiándose del gobierno a través de Juntas Populares, con lo cual transformó a la Revolución de Nacional en Democrática. Inversamente, en América, el pueblo se levantó acompañando el proceso de la Revolución Democrática española, pero cuando el absolutismo volvió a apoderarse del trono, en 1814, estas juntas hispanoamericanas, para resguardar los derechos democráticos conseguidos, debieron independizarse por lo cual convirtieron esa Revolución Democrática en Nacional. Lo que va de 1810 a 1816 es un período en el cual los pueblos –de la península y de América- pasan de la confianza depositada en Fernando VII como

“renovador” o “modernizador”, a la frustración, en 1814, cuando para volver al trono, sostenido en la Santa Alianza, él traiciona y se convierte en el más decidido de los absolutistas.

La tesis de Alberdi también la sostuvieron, entre otros, Manuel Ugarte, Enrique del Valle Iberlucea y José León Suárez. Manuel Ugarte lo expone el 25 de mayo de 1910, en Barcelona, en su conferencia “Causas y consecuencias de la revolución americana”. Allí sostiene: “Ninguna fuerza puede ir contra sí misma, ningún hombre logra insurreccionarse completamente contra su mentalidad y sus atavismos, ningún grupo consigue renunciar de pronto a su personalidad para improvisarse otra nueva. Españoles fueron los habitantes de los primeros virreinatos y españoles siguieron siendo los que se lanzaron a la revuelta (en 1810). Si al calor de la lucha surgieron nuevos proyectos, si las quejas se transformaron en intimaciones, si el movimiento cobró un empuje definitivo y radical fue a causa de la inflexibilidad de la Metrópoli. Pero en ningún caso se puede decir que América se emancipó de España. Se emancipó del estancamiento y de las ideas retrógradas que impedían el libre desarrollo de su vitalidad... ¿Cómo iban a atacar a España los mismos que en beneficio de España habían defendido, algunos años antes, las colonias contra la invasión inglesa? ¿Cómo iban a atacar a España los que, al arrojar del Río de la Plata a los doce mil hombres del general Whitelocke, habían firmado con su sangre el compromiso de mantener la lengua, las costumbres y la civilización de sus antepasados?...Si el movimiento de protesta contra los virreyes cobró tan colosal empuje fue porque la mayoría de los americanos ansiaba obtener las libertades económicas, políticas, religiosas y sociales que un gobierno profundamente conservador negaba a todos, no sólo a las colonias, sino a la misma España...No nos levantamos contra España, sino en favor de ella y contra el grupo retardatario que en uno y en otro hemisferio nos impedía vivir”( 11 )

Entre 1912 y 1917, Enrique Del Valle Iberlucea ( “Las cortes de Cádiz. La democracia en América”, edit. Martín García, Bs .As. 1912) y José León Suárez (“Carácter de la revolución americana”, Librería La Facultad, Bs. As., 1917) ahondaron en este tema, analizando en especial la confraternidad entre liberales españoles e hispanoamericanos, así

como la participación de diputados, en representación de las provincias americanas, en las Cortes de Cádiz

Suárez insiste en que “los españoles de Europa y los de América quisieron, a un mismo tiempo, derechos y libertades” y explica que la frustración de la revolución española conduce a los americanos a declarar su independencia. “La independencia americana, idea grandiosa, no fue un fin, sino un medio para asegurar los beneficios de la libertad a estos pueblos que no la conocían, ni jamás la habían gustado” ( 12 ).

Suárez refiere que la interpretación de la Revolución de Mayo teñida de antiespañolismo es producto de la influencia de ensayistas liberales y estima que se inicia aproximadamente entre 1862 y 1865, sin advertir probablemente que es la época de la inversión británica en ferrocarriles y de la instalación del Banco de Londres y América del Sur en Buenos Aires , producto de la política cariñosa hacia el Imperio desarrollada por Mitre. Las reflexiones de Suárez nos dan elementos para comprender de qué modo al asentarse el capital británico en la Argentina (y otros países de América) conjuntamente se implantaron las ideas que legitimaban esa dominación que venía a ejercer, tergiversando así el nacimiento de nuestra patria, es decir, de qué manera las necesidades políticas de la oligarquía mitrista, al asociarse a los ingleses , hicieron prevalecer la versión probritánica del 25 de mayo.

“Es tiempo –sostiene Suárez- de abjurar del error propagado durante medio siglo por el libro “Evangelio Americano”, de Francisco Bilbao que sintetizaba en la palabra ‘desespañolizarse’ la verdadera fórmula del progreso americano. Bilbao planteaba así su punto de vista: “La España conquistó la América. Los ingleses colonizaron el Norte. Con la España vino el catolicismo, la monarquía, la feudalidad, la inquisición, el aislamiento, el silencio, la depravación y el genio de la intolerancia exterminadora, la sociabilidad de la obediencia ciega. Con los ingleses vino la corriente liberal de la reforma, la ley del individualismo soberano, pensador y trabajador con completa libertad. ¿Cuál ha sido el resultado?. Al Norte, los Estados Unidos, la primera de las naciones antiguas y modernas. Al Sur, los Estados des-unidos, cuyo progreso consiste en desespañolizarse”.( 13 ) Suárez agrega que, según Bilbao, “la España por su clima es ardiente y esto hace predominar en el carácter nacional, la pasión .La raza española es inferior en inteligencia a las razas europeas o si se quiere, su superstición ha hecho que lo sea. La forma de su frente revela más bien la fortaleza de la tenacidad que la habitación de la inteligencia. El español es dado a la sensación, a la pasión, a la imaginación, no a la razón. No cuenta un solo gran nombre en filosofía, en la gran poesía, en la política, en las ciencias. La humanidad no le debe un sistema, a no ser el de Ignacio de Loyola...” ( 14 ). Desde este enfoque , Bilbao afirma: “La España nos educó para la muerte y para la servidumbre. Conozcamos esa educación para rechazarla y entrar a la vida y a la libertad” ( 15 )

Como se comprende, este antiespañolismo carece hoy de sustento: hubo la España lóbrega y santurrona pero hubo también la España de Quevedo y el siglo de Oro, como habría luego la España de Franco, pero también la España de los mineros de Asturias; hubo monarcas pero hubo también cabildos, sobre lo cual no es necesario profundizar porque como la lucha de clases no cesa, ni en España ni en América, ese antagonismo da a todos los países un doble perfil, según quien predomine en cada momento. “Bilbao- aduce Suárez- estaba imbuido en las teorías de Edgart Quinet”, autor de “Ultramontanismo” quien contrapone a España, como expresión de atraso y barbarie, con el resto de la Europa, que es ‘moderna, del protestantismo, del genio”. Sostiene también que Lamenais – autor de “Los males de la Iglesia”, quien también adjudica a los anglosajones la capacidad creadora de la cual carece España- fue otra fuente nutricia para Bilbao, lo mismo que el capítulo “La civilización en España”, perteneciente a la “Historia de la civilización en Europa”, de Bucle ( 16 ). El libro de Bilbao –señala Suárez- “ tuvo una enorme repercusión : se propagó por toda la América y especialmente en nuestro país, en donde el terreno de malquerencia a España estaba preparado por las opiniones de la generalidad de los escritores, por la enseñanza que se daba en las escuelas y universidades y por las recientes polémicas de Sarmiento quien participaba, como Bilbao, del error de inculpar a España, no solamente de su atraso, sino de una especie de mala administración conciente y de haber ‘explotado y mantenido intencionalmente en el oscurantismo a estas pobres colonias de América’. El “Evangelio Americano’ fue durante muchos años libro de lectura en nuestros establecimientos de segunda enseñanza y en los grados superiores de la primaria. Con pociones tóxicas semejantes, hemos deformado por el espacio de casi un siglo la historia de nuestra raza y la lógica de nuestra existencia”( 17 ). No se le escapa a Suárez que en este asunto anduvo también la mano de Sarmiento: “En 1855, en “El Nacional”, Sarmiento sostenía la tesis que después formuló Bilbao, sobre ‘desespañolización’, diciendo que el atraso de las repúblicas de América era el resultado obligado de la ignorancia de la metrópoli y que siendo el idioma español una lengua muerta para las ciencias, los pueblos que hablaban castellano no podrían adelantar por falta de libros” ( 18 ). Para Sarmiento , “la civilización” estaba en Europa y “la barbarie” en América, pero España no estaba en esa Europa civilizada: “He estado en Europa y en España”, dijo Domingo Faustino al volver de un viaje, según recuerda Suárez (19)

Del “Evangelio Americano” de Bilbao y de “la civilización y barbarie “ de Sarmiento, pasamos a Mitre quien en las primeras veinte páginas de su biografía de San Martín no sólo se refiere al profundo “odio” a España, por parte de los revolucionarios de Mayo, sino que además señala que fue “más feliz la América del Norte” por haber sido colonizada por los ingleses ( 20 ) Arguye, entonces, que “felizmente” ese “odio a España” y esa ansia de “civilización” llevó a la revolución, en 1810, cuyo objetivo principal, fue el separatismo. Ese antiespañolismo devenido en probritanismo constituye un importante instrumento para legitimar una Argentina semicolonial, sometida a la división internacional del trabajo, con su modelo agroexportador sustentado en las vías férreas y los Bancos ingleses como así también en el genocidio de la Guerra de la Triple Alianza sobre el Paraguay.

Un mayo democrático, popular, antiabsolutista, con “los chisperos” subiendo las escaleras del Cabildo e imponiéndose a los cabildantes para instalar “una furiosa democracia”, como dirá luego un sacerdote y más aún, para desarrollar un “Plan de Operaciones” con expropiaciones a las grandes fortunas y severa represión contra los enemigos del gobierno popular, no resulta adecuado para organizar un país como economía complementaria de un Imperio, con sus riquezas saqueadas y creciente deuda externa . En cambio, un Mayo favorable a la libre importación, realizado por los vecinos respetables de Buenos Aires, protegido por Gran Bretaña y sometido al mito del “gentleman” progresista y civilizador, constituye un imaginario favorable para construir “la granja de su Graciosa Majestad”

Como se armó la fábula.
Para armar esa fábula, los historiadores del mitrismo debieron “olvidar” muchas cosas y tergiversar otras, pero estas maniobras hoy no resisten el análisis y por ello los prudentes representantes de la Historia Social toman distancia de aquel relato que según reconoce Luis Alberto Romero fue “una invención” de Mitre ( 21 ), aunque sostenga que fue realizada para darnos identidad nacional. Parece más bien que se trataba de darnos identidad colonial y que ésta se está haciendo trizas en la medida en que el pueblo argentino busca su destino.

Lo cierto es que la Historia Oficial “olvidó” que el hijo del rey Carlos IV –Fernando VII- por su oposición a Manuel Godoy, amante de la reina y odiado por el pueblo, se convirtió en figura simpática al pueblo y fue identificado como quien podría expresar sus reclamos y modernizar a España. Así, cuando se produce la rebelión del 2/5/1808, se constituyen Juntas y la instalada, el 27 de mayo, en Sevilla, emite declaraciones en nombre de Fernando VII, creándose, meses después, la Junta Suprema Central Gubernativa del reino, conocida como Junta Central de Sevilla. Esta Junta, controlada por partidarios del liberalismo revolucionario, entiende que no se puede instalar la democracia en España mientras se está sojuzgando a otros pueblos y entonces declara, el 22 de enero de 1809, que “los virreinatos y provincias ( de América) no son propiamente colonias o factorías, como las de otras naciones, sino una parte esencial e integrante de la monarquía española” y el 6 de octubre del mismo año que “en su mérito deben tener representación nacional inmediata y constituir parte de la Junta a través de sus diputados”( 22 )

“En América, el pensamiento imperante entonces fue imitar los sucesos de la península y crear juntas en nombre del rey ausente” ( 23 ). . Asimismo, la Junta Superior de Cádiz lanza, el 28 de febrero de 1810, un “Manifiesto a los Pueblos de América” donde sostiene que su creación “debiera servir de modelo en adelante a los pueblos que quieran elegirse un gobierno representativo digno de su confianza...” y que “los mismos derechos tenéis que defender los americanos, el mismo rey que libertar, las mismas injusticias que satisfacer. Igualados a la Metrópoli en derechos y prerrogativas, llamados en este instante por el Consejo de Regencia a concurrir con vuestros diputados al Congreso nacional, ya habéis adquirido sin sangre y sin peligro el carácter más eminente y bello de cuantos puede tener el hombre social en el mundo” ( 24 )

Los historiadores fieles al mitrismo olvidan no sólo que nuestra revolución “es un

detalle” de la española, sino también que “es un detalle de la Hispanoamericana”. No la articulan entonces con lo sucedido en el resto de la Patria Grande: “El 25 de mayo de 1809, la gente de Chuquisaca se echaba a las calles vitoreando a la Audiencia y a Fernando VII”. ( 25 ) y “el 16 de julio, el pueblo de la Paz organizó una Junta Representativa y Protectora o tuitiva que organizó un gobierno independiente en defensa de los sagrados derechos de nuestro Fernando”(26), Asimismo, el 10 de agosto de 1809 se constituye una junta Suprema en Quito que “gobernará interinamente a nombre y como representante de nuestro legítimo soberano, el señor don Fernando Séptimo”, la cual sostiene que “el mismo derecho que tiene ahora Sevilla para formar interinamente una junta suprema, lo tiene para lo mismo cualquiera de los reinos de América.”( 27 ). Del mismo modo, el 19 de abril de 1810 se constituye una Junta Suprema conservadora de los derechos de Fernando VII en Caracas y poco después, el 25 de mayo, en Buenos Aires, el 20 de julio en Bogotá, el 16 de setiembre en Méjico y el 18 de setiembre en Chile, para defender los derechos de Fernando VII. Como un reguero de pólvora, la revolución se expande, en pocos meses, por Hispanoamérica, a través de Juntas y en nombre de FernandoVII, continuando así el proceso democrático de las Juntas de España.

No hubo pues tal “ máscara de Fernando VII”, como encubrimiento de un supuesto

proyecto separatista con el cual se pretende desgajar el proceso del Río de la Plata tanto de la revolución española como de la revolución hispanoamericana, sino que los hispanoamericanos confiaban , al igual que el pueblo español, en ese Fernando VII que aparecía como el hombre capaz de dar impulso a las transformaciones necesarias.

Pero esa maniobra dirigida a fundamentar un odio a España y una política separatista,

se completó con otras ocultaciones o tergiversaciones. Por ejemplo, se presenta a French y Beruti como amables distribuidores de cintas celeste y blancas, cuando distribuían cintas blancas y rojas, al principio, y en los días previos al 25, sólo rojas como amenaza de sangre, y al mismo tiempo llevaban “el retrato de nuestro amado monarca en el cintillo del sombrero, de que vestían a todo el que pasaba por allí...Comandaban...a seiscientos hombres, bajo el título de legión infernal; en efecto todos estaban bien armados y era mozada de resolución” (28) . Se trataba de un cartero (French) y un empleado del Estado (Beruti), trabajadores –y no “vecinos propietarios”- que acaudillaban al pueblo, armados con cuchillos y trabucos y firmaron por ellos y “por Seiscientos” el acta con la presentación de los nombres propuestos para integrar la Primera Junta.

Asimismo, se disimuló el hecho de que la bandera española flamease en el fuerte de

Buenos Aires hasta 1813 o 1814 y no se dio explicación alguna acerca de una revolución que decían que estaba movida por “odio a España” y sin embargo, designaba vocales de la Primera Junta a Matheu y Larrea, ambos españoles de nacimiento, o nombraba como uno de los tres integrantes del Segundo Triunvirato a otro español, el madrileño Antonio Alvarez Jonte o encargaba la música del himno a otro español, el catalán Blas Parera o daba el mando de una columna del ejército de los Andes al español Antonio Alvarez de Arenales, para no insistir con el caso de San Martín que ya hemos analizado .

Más grave aún es el ocultamiento –o pretendida impugnación- del plan de

Operaciones , que reemplazaron con la Representación de los Hacendados, como programa de la revolución, en una polémica a la que dio punto final el hallazgo, por el historiador Enrique Ruiz Guiñazú, de varias cartas cruzadas entre Carlota Joaquina y Fernando (los dos hijos de Carlos IV), donde se hace expresa referencia al “Plan revolucionario y plan doctrina de un doctor Moreno”donde “queda demostrada la perfidia y maldad de esos perversos insurgentes” (29).

Fueron razones políticas –el probritanismo de la oligarquía en los años de la presidencia de Mitre- los que abrieron camino para esta fabulación, pues de ese modo convertían su política de apertura y estrecha vinculación con el capital británico en la continuación de la Revolución de Mayo, con Rivadavia como puente intermedio. De ella resultaba que no era el pueblo ni sus “chisperos” sino “la gente decente” la que había hecho un 25 de mayo que no era para que el pueblo ejerciese democráticamente el gobierno y decidiese su política económica, en algunos casos expropiatoria –como lo proyectó Moreno- sino para favorecer la libre importación de manufactura y capitales ingleses. Asimismo, esos hechos del Río de la Plata quedaban desvinculados de la revolución del resto de la América Latina, así como culturalmente desligados de toda vinculación con España, para mirar hacia el mundo anglosajón, inglés por entonces, yanqui en el futuro.

La época en que vivimos – cuando la sociedad argentina se sumerge en busca de su identidad- resulta propicia para abordar esta cuestión. Pronto llegaremos a los 200 años de aquel glorioso 25. Ya es tiempo.

Notas:

  1. Luis Alberto Romero, en “Clarín”, 24/5/2002

  2. José Carlos Chiaramonte. “Clarín”. Suplemento conmemorativo de la Revolución de Mayo, 24/5/2004.

  3. Luis A. Romero, “Clarín”, 24/5/2002

  4. Juan Bautista Sejean. “San Martín y la tercera invasión inglesa”, Editorial Biblos, Bs. As., 1997, página. 129.

  5. Declaración de la Junta Central de Sevilla, 22/1/1809.

  6. Revista “Historia”, “La revolución española y las Juntas americanas. Trabajo presentado al IV congreso Nacional de Historia del Perú”, enero –marzo 1967

  1. Juan Bautista Alberdi, “Grandes y pequeños hombres del Plata”, Editorial Fernández Blanco, Bs. As, 1962, página 64.

  2. Proclama de San Martín a los peruanos, 8/9/1820. Citada por José Pacífico Otero, en “Historia del Libertador Don José de San Martín”, tomo IV, página 318, edic. Círculo Militar, octubre 1978, página 318.

  3. José León Suárez, “Carácter de la Revolución Americana”, Librería La Facultad, Bs. As, 1917

  4. José de San Martín, testimonio del capitán Basilio Hall, “El general San Martín en el Perú”, editorial Vaccaro, Bs. As., 1920, página 103.

  5. Manuel Ugarte, Conferencia “Causas y consecuencia de la revolución americana”, en “Mi campaña hispanoamericana”. Barcelona, editorial. Cervantes, 1922, página 23.

  6. José León Suárez, “El carácter de la Revolución Americana”, ob. cit., página 13

  7. J. L. Suárez, ob. cit., página 15.

  8. J. L. Suárez, ob. cit., páginas 15 y 16

  9. Francisco Bilbao, “Evangelio americano”, reproducido por J. L. Suárez, ob. cit., página 16.

  10. J. L. Suárez, ob. cit., página 18

  11. J. L. Suárez, ob. cit., páginas . 18 y 19

  12. J. L. Suárez, ob. cit., página 22

  13. J. L. Suárez , ob. cit., página 20

  14. Bartolomé Mitre. “Historia de San Martín”, Editorial Suelo Argentino, Bs., As., 1950, página 12

  15. Luis A. Romero, “Clarín”, 24/5/2002

  16. Cedulario de la Real Audiencia de Buenos Aires. Archivo histórico de la provincia

de Buenos Aires, citado en Revista “Historia”, número XIII, página 15, año 1967.

  1. “La revolución española y las juntas americanas”, . Trabajo presentado al IV Congreso Nacional de Historia del Perú, reproducido por la revista Historia número XIII, año 1967 , página. 3

  2. ídem

  3. ídem

  4. ídem

  5. ídem

  6. “Diario de un testigo”, Biblioteca de Mayo. Colección de obras y documentos para la historia argentina, tomo IV, Bs. As., 1960. Senado de la Nación.

  7. Enrique Ruiz Guiñazú. “Epifanía de la Libertad. Documentos secretos de la Revolución de Mayo”, editorial Nova, Bs. As., 1952, páginas 323 a 327.

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