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13. Transformaciones económicas y cambios sociales en el siglo XIX. 13.1. Transformaciones económicas. Proceso de desamortización y cambios agrarios. Las peculiaridades de la incorporación de España a la revolución industrial. Modernización de las infraestructuras: El impacto del ferrocarril. En España en el siglo XIX se inicia la transición entre una economía agraria propia del Antiguo Régimen y una economía capitalista e industrializada. Esto da lugar a la persistencia de estructuras económicas arcaicas junto a focos aislados de desarrollo, siendo lo más característico del caso de España la lentitud de los cambios. La agricultura siguió siendo la actividad económica más importante; (unos dos tercios de la población activa estaba empleada en ella) Pero la desigual distribución de la tierra, la ausencia de innovaciones tecnológicas y los bajos rendimientos agrícolas hacían necesario adoptar medidas en el sector agrícola. La propiedad de la tierra en España estaba en gran medida en manos de la nobleza y la Iglesia. La nobleza, gracias a la institución del mayorazgo no podía enajenar (vender o transmitir) sus propiedades, ni dividirlas, sino que debía transmitirlas íntegras al primogénito. Debido a esto, la tierra quedaba inmovilizada y convertida en tierra de “manos muertas”. También los municipios eran propietarios de tierras que tenían su origen en concesiones reales. Solían ser bosques o terrenos áridos que se dividían en “tierras de aprovechamiento común” y en “tierras de propios” que eran arrendadas a particulares. Como resultado de lo anterior la cantidad de tierra a la que se podía acceder era escasa y cara. Como solución a este problema surgieron las desamortizaciones que consistían en la expropiación, por parte del Estado de las tierras eclesiásticas y municipales para su venta a particulares en subasta pública. En compensación por el patrimonio confiscado a la Iglesia, el Estado se hacía cargo de los gastos del culto y el clero. Por otro lado en 1836 se suprimieron los mayorazgos. Una de estas medidas será la desamortización, y aunque hubo algunos intentos de desamortización a fines del siglo XVIII, el verdadero proceso de desamortización se desarrolló a partir de 1837, en dos fases, a cada una de las cuales se las conoce por el nombre del ministro que la puso en marcha. • La desamortización de Mendizábal (ley de 1837): Se inició debido a la crítica situación del país. Fundamentalmente se buscaba sanear la Hacienda, financiar la guerra civil y ganar adeptos para la causa liberal. Consistía en la venta por subasta de las tierras expropiadas a la Iglesia, por lo que se la conoce también como “desamortización eclesiástica”. • La desamortización de Madoz (1855-1867): se inició durante el bienio progresista e incluía las tierras de la Iglesia aún no vendidas y las de las propiedades municipales. La situación fiscal y política no era tan grave, por lo que se pretendía no sólo reducir la deuda pública, sino también crear infraestructuras para modernizar la economía, con los ingresos obtenidos. A consecuencia de las desamortizaciones se pusieron en cultivo grandes extensiones de tierra, aunque esta expansión de superficie estuvo acompañada de un aumento de la deforestación. Pero las familias más poderosas conservaron intactos sus patrimonios. Aunque hubo pequeños y medianos compradores locales, los principales compradores fueron las clases medias urbanas que se enriquecieron y diversificaron sus patrimonios. Se perdió la oportunidad de realizar una reforme agraria que paliara las desigualdades económicas y sociales. La roturación de la propiedad municipal empobreció a los ayuntamientos y asentó a campesinos empobrecidos sobre tierras no aptas para el cultivo. En definitiva no favoreció al campesino y creó una oligarquía agraria que ejercería el poder político y económico durante largo tiempo Por otro lado sólo a partir de los años 70 del siglo XIX se advierte un descendimiento de la agricultura tradicional, representada en el trigo y el surgimiento de una agricultura moderna para la exportación, basada en el cultivo de vid, frutales y productos de regadío en el litoral mediterráneo (cítricos, vinos, aceite, etc.). Pero la agricultura seguía siendo un sector atrasado, lo que le impidió desempeñar un papel en la formación de capitales y por tanto en la industrialización, y tampoco liberó mano de obra para la industria ni generó demanda por parte de los agricultores, generalmente pobres y que simplemente subsistían. La revolución industrial española fue tardía e incompleta. Se inició a partir de 1840, en el reinado de Isabel II, coincidiendo con una fase de expansión de la economía mundial y con una relativa estabilidad política. Además del escaso papel de la agricultura hay que señalar otros factores del retraso: • La inexistencia de una burguesía financiera emprendedora, ya que prefería inversiones en tierra o a corto plazo en sectores industriales que generaran dinero rápido, como el ferrocarril, antes que en sectores industriales básicos como la siderurgia. • La dependencia técnica (patentes) o financiera del exterior. El capital extranjero aprovechó la buena coyuntura para invertir en España, primero el inversor franco-belga y después el inglés. • Escasez de carbón y materias primas. • Falta de coherencia en las políticas económicas de los partidos políticos. A pesar de estos factores se intentó transformar las viejas estructuras económicas en otras nuevas basadas en el desarrollo del comercio y la industria, pero los resultados no se correspondieron con los objetivos. Cataluña fue la única zona donde la industrialización se originó a partir de capitales autóctonos, aunque predominó la empresa de tamaño mediano. El sector algodonero fue el más dinámico. La protección arancelaria la puso a salvo de la competencia inglesa y le permitió, tras la pérdida del mercado colonial, orientar su producción al mercado nacional. La inexistencia de buen carbón y de demanda suficiente explica el desarrollo dificultoso de la industria siderúrgica cuya localización fue cambiado a lo largo del siglo XIX: Primero se desarrolló la industria en torno a Málaga, sobre todo en el apogeo de las guerras carlistas que impedían la explotación de las minas del norte. Se basaba en la explotación del hierro. Después entre los años 60 y 80 se dio la etapa asturiana, basada en la riqueza de carbón de la zona, aunque no era de gran calidad. Pero el verdadero despegue de la siderurgia se inició a finales de siglo en torno a Bilbao. Bilbao exportaba hierro y compraba carbón galés, más caro, pero de mejor calidad y más rentable. En cuanto a la minería alcanzó su apogeo en el último cuarto de siglo. España era rica en reservas de hierro, plomo, cobre, zinc y mercurio. Aunque fueron sobre todo compañías extranjeras las que se hicieron cargo de la explotación minera. Es importante en este desarrollo la “ley de bases sobre minas de 1868”. En cuanto al comercio, aumentó considerablemente en volumen a lo largo del siglo XIX. La política proteccionista se mantuvo con altibajos durante todo el siglo. Exceptuando durante el sexenio democrático con el Arancel Figuerola. Hay que destacar también la reforma de la Hacienda pública de Mon-Santillán en 1845 y la implantación de la peseta como moneda oficial en 1868. La revolución de los transportes llegó con el ferrocarril. La primera línea se construyó en 1848, entre Barcelona y Mataró, pero la fiebre constructora se desencadenó a partir de la ley general de Ferrocarriles de 1855. Las causas hay que atribuirlas al apoyo estatal, al flujo masivo de capital y tecnología extranjeros, sobre todo franceses y a la aportación de capitales nacionales, especialmente en Cataluña, País Vasco y Valencia. En 1868 se habían construido 4 803 kilómetros y fijado el trazado de las grandes líneas nacionales. El ferrocarril abrió el camino a la integración real del mercado español, permitiendo un u intenso tráfico de ideas, viajeros y mercancías. El ferrocarril actuó como una poderosa palanca de desarrollo económico. Para la creación del Estado liberal, fue necesaria la creación de un sistema financiero moderno, aunque nunca se alcanzó la capacidad de acumulación de capital de otros países. Se crearon un sistema tributario y presupuestario moderno, pero la deuda siguió creciendo a lo largo de todo el período liberal. Entre los logros, destaca la creación de la peseta, la generalización de los billetes, la elevación de salarios, precios y el desarrollo económico en general, destacando la aparición del Banco de España y de entidades de crédito modernas. 13.2. Transformaciones sociales. Crecimiento demográfico. De la sociedad estamental a la sociedad de clases. Génesis y desarrollo del movimiento obrero en España. Durante siglos la sociedad española vivió condicionada por una estructura social estamental que apenas experimenta modificaciones. En el siglo XIX, sobre todo a partir de 1833 (muerte de Fernando VII) se sentaron las bases de una nueva sociedad donde en teoría todos los individuos son iguales ante la ley. La sociedad deja de dividirse en estamentos cerrados, con derechos y obligaciones diferentes, y se estructura en una sociedad de clases, donde el criterio de división de la población es fundamentalmente el nivel de renta. Está población experimentó a partir de 1833 un notable crecimiento demográfico. Entre 1833 y 1857 la población aumentó en 3.200.000 habitantes, gracias a las mejoras realizadas en la alimentación (extensión de cultivos, incorporación de la patata a la dieta…), avances de la medicina preventiva (vacunación), y la introducción de medidas higiénicas. Al concluir el tercer cuarto del siglo XIX, España mantenía altas las tasas de natalidad (36 por 1000) y de mortalidad (30,4 por 1000). Fundamentalmente porque el crecimiento demográfico no se acompañó de un paralelo desarrollo económico. Siguen produciéndose crisis de subsistencia y hambrunas, que explican la alta mortalidad junto a las epidemias (sarampión, tifus, tuberculosis…). La población tenía una distribución desequilibrada con un alto contraste entre la periferia litoral, muy poblada y el centro peninsular escasamente poblado. En este momento se inicia también el éxodo rural, las ciudades sedes de un incipiente desarrollo industrial se convierten en un foco de atracción para la población rural. Pero será durante los años de la Restauración cuando el éxodo rural se intensifique, sobre todo dirigido a las capitales de provincia, a los núcleos industriales de Cataluña y el País Vasco y a las grandes ciudades. (Madrid y Barcelona sobrepasarán los 500 000 habitantes). Hay que destacar la emigración a América, procedente sobre todo de Galicia, Asturias y Canarias, se estima que entre 1880 y 1914, un millón de españoles cruzaron el Atlántico. Los años finales del siglo XIX y primeros del XX supusieron una disminución de la tasa de mortalidad, aunque la de natalidad se mantendrá en torno al 30 por mil hasta la primera guerra mundial. Esto supone un gran crecimiento demográfico; en 1900 la población española se estima en 18, 6 millones que se convierten en algo más de 23 millones a finales del reinado de Alfonso XIII. Como ya se ha dicho esta población experimentó importantes cambios sociales como consecuencia de las nuevas estructuras políticas y económicas que dejan atrás el Antiguo Régimen. La nobleza desapareció como categoría en los censos oficiales, pero no perdió su lugar predominante en la estructura social. Resultó beneficiada por la desamortización, pero la abolición de los mayorazgos hizo que algunas familias sufrieran una profunda dispersión, algunos nobles pasaron a al mundo de los negocios y de las finanzas. Otros permanecieron vinculados al campo. Además el desarrollo de Madrid como hizo surgir un nuevo tipo de cortesano que residía en la capital pero tenía establecidas las bases latifundistas en Andalucía, Extremadura o Castilla , aunque muchos eran liberales en política desde el punto de vista religioso y social eran conservadores. Junto a la nobleza se sitúa una alta burguesía vinculada al proceso de modernización económica, con una poderosa situación económica defendía el liberalismo político ( a través del sufragio censitario y la defensa de la propiedad privada), y el progresismo cultural, mientras que compartía con la nobleza sus gustos y estilo de vida, juntas rigen la vida social: organizan suntuosas fiestas, asisten a la Ópera, a los teatros y a los hipódromos y establecen su domicilio en los ensanches de las ciudades o en los barrios residenciales. Pero aunque la alta burguesía se encuentra en su momento de esplendor la presión del movimiento obrero les hace sentirse inseguros por lo que acabará buscando el apoyo del ejército. El ejército será uno de los grupos sociales más importantes de la vida española en el siglo XIX, cuyos generales y oficiales formarán parte de las clases medias e incluso de las clases altas. Con una importancia numérica restringida se sitúan las clases medias que además del ejército estaba formada por la pequeña burguesía: pequeños empresarios, comerciantes, agricultores medios, funcionarios y profesionales liberales; Era mucho más plural que la clase alta en cuanto a posturas políticas, aunque en general era partidaria de reformas moderadas que no pusieran en peligro su estabilidad. Se reunían en Liceos, ateneos y casinos y asisten a los toros y a la zarzuela Pero la gran mayoría de la población española pertenecía a las clases bajas. El mantenimiento de formas anacrónicas de propiedad (latifundismo y minifundismo) y de sistemas de producción arcaicos hizo que la vida del campesinado español fuera muy dura y el mundo rural siguiera anclado en el pasado. A mediados de siglo cerca del 55 por ciento de la población agraria era jornalera, otro 11 por ciento era arrendataria y un 34 por ciento era propietaria. Las medidas adoptadas por el liberalismo apenas van a beneficiarlos. Los conflictos agrarios se manifestaron en ocasiones de forma violenta pero las agitaciones eran duramente reprimidas lo que explica el rápido desarrollo de las doctrinas comunistas y anarquistas en zonas agrícolas. Aunque la mayoría de la población española seguía siendo campesina el principal cambio social del siglo XIX fue la aparición de la clase obrera industrial. El incipiente desarrollo de la industria hizo afluir a las ciudades a miles de trabajadores agrícolas en paro. El resultado fue el crecimiento de los barrios obreros, carentes de las condiciones higiénicas adecuadas y formados por barracas y chabolas construidas precipitadamente. El trabajo en las fábricas implicaba jornadas de 12 a 14 horas. Con salarios bajos, paro y explotación infantil. El analfabetismo igual que en el campo era general. Los primeros intentos de asociación obrera fueron las “sociedades de ayuda mutua”, al principio sólo querían defender sus salarios. Pero fueron prohibidas en 1844. En 1855 estalló en Barcelona una huelga general en defensa del derecho de asociación. Dos obreros fueron enviados a Madrid para exponer sus quejas a los diputados respaldados por 33 000 firmas. Pero la las leyes aprobadas por las Cortes eran decepcionantes y defendían los intereses patronales. Los obreros comprendieron que los liberales, incluidos los progresistas, no iban a defender su causa por lo que se alinearon con los partidos demócratas y republicanos. A partir de 1863 los obreros comenzaron a movilizarse de nuevo, pero ahora abiertamente politizados. La revolución de 1868 despertó las esperanzas obreras y campesinas que creyeron que con ella comenzaría el proceso de reformas sociales que esperaban. Pero la llegada de la Restauración provocó la separación definitiva del movimiento obrero respecto a los partidos demócratas y republicanos. A partir de la promulgación de Ley de Asociaciones de 1887 los partidos obreros se organizan legalmente. El movimiento obrero internacional estaba escindido en dos grandes corrientes ideológicas, los socialistas marxistas y los anarquistas de Bakunin. • En España el partido socialista más importante era el PSOE, fundado en 1879 por Pablo Iglesias, que seguía la corriente marxista que defendía el fin de la sociedad capitalista mediante la revolución obrera para establecer una dictadura del proletariado. Sin embargo poco a poco el PSOE evolucionó hacia posiciones reformistas (socialdemocracia) presentando candidatos en las elecciones. En 1888 P. Iglesias fundó el sindicato UGT, que centró su luchar en la mejora de las condiciones de trabajo (salario mínimo, jornada de 8 h., descanso dominical, prohibición del trabajo infantil). • Los anarquistas, carecían de una única doctrina, pero tenían en común el rechazo de toda forma de organización estatal. En España vamos a encontrar dos corrientes: En Andalucía el anarquismo de Bakunin, que propugnaban la formación de comunidades autogestionadas, sin propiedad privada y en Cataluña el anarcosindicalismo que quería mantener los sindicatos como forma de organización social. La CNT fundada en 1911 fue el más importante sindicato anarquista. El principio del siglo XX estará caracterizado socialmente por el crecimiento de las organizaciones obreras y por su capacidad de movilización 13.3. Transformaciones culturales. Cambio en las mentalidades. La educación y la prensa El mundo que se vivió bajo los últimos años del siglo XVIII y el primer tercio del XIX en España, fue un mundo cambiante. Las ideas que habían impulsado a los revolucionarios franceses cruzaron los Pirineos y aunque se trató de impedir su difusión en la Península fue imposible; circulaban libros y folletos con las ideas que acabarían destruyendo el Antiguo Régimen. Estas ideas pronto ganaron adeptos en los círculos intelectuales. Frente a ellos, gran parte de los privilegiados y la gran masa de población rural y analfabeta apostaban por mantener las ideas y valores tradicionales. Después de la guerra de la independencia la llegada de Fernando VII radicalizó la situación. No se trataba sólo de una lucha de ideas políticas, sino de choque de mentalidades. La España del primer tercio del siglo XIX continuaba siendo esencialmente rural. La población campesina predominaba sobre la urbana. La sociedad seguía dominada por un grupo privilegiado que imponía su mentalidad en las costumbres y las creencias, que en muchos aspectos coincidían con los valores del Antiguo régimen: La propiedad de la tierra seguía siendo un signo de prestigio igual que los títulos nobiliarios, y se rechazaba el trabajo manual. Los españoles de aquellos años seguían ligados a sus creencias de siempre a sus devociones religiosas, su pasión por los toros y en menor medida a su gusto por el teatro. Pero el desarrollo económico que se produjo en el reinado de Isabel II y el engrandecimiento de muchas ciudades como consecuencia del éxodo rural hace que la vida urbana se vaya imponiendo frente al ambiente rural. Se traspasan las murallas de las ciudades, el casco urbano crece. Madrid se expansiona por el barrio de Salamanca, y Barcelona por la Diagonal. Otro tanto ocurre en Bilbao, Valencia, San Sebastián… Las ciudades estrenan el alumbrado de gas en sus calles principales. Poco a poco irán irrumpiendo en la vida cotidiana los grandes inventos: el teléfono, el tranvía… El ferrocarril acortará distancias. Lo que conllevará una estandarización de las costumbres, vestidos, diversiones, espectáculos… El café, las tertulias, los Ateneos y los casinos son el punto de reunión de las clases medias, mientras las clases altas acuden a la Ópera y al teatro. Aunque los toros siguen siendo la gran pasión; la tauromaquia se ha reglamentado, surgen en esta época los grandes cosos taurinos y los diestros se convierten en ídolos de multitudes. Las creencias y devociones continúan siendo importantes; las romerías, la Semana Santa, las festividades mayores… siguen reuniendo a multitud de fieles; sin embargo una oleada de anticlericalismo comienza a sacudir la sociedad isabelina, sobre todo entre las clases populares y los obreros e importantes sectores del mundo intelectual. Sin embargo la Iglesia seguía siendo una fuerza social de gran influencia en la vida española. En algunos sectores surgió la idea de acomodar la Iglesia a los nuevos tiempos esto dio lugar al nacimiento de los primeros indicios de un pensamiento social católico, en el que el jesuita Antonio Vicent fue la figura más representativa. En el ámbito de la enseñanza las realizaciones de los diferentes gobiernos del periodo fueron muy escasas a pesar de las declaraciones de los textos constitucionales. En1860 cursaban Enseñanza media poco más de 20 000 alumnos. Aunque se tendía a sistematizar la enseñanza, se temía que las masas populares adquiriesen un mínimo de instrucción. Los peligros que parecían venir del aumento de las clases trabajadoras y del socialismo como ideología naciente hicieron que el pensamiento conservador ascendiese. Destaca en esta corriente Donoso Cortés. De orígenes liberales derivó hacia posiciones más conservadoras. En esta línea destaca también Jaime Balmes. Pero la gran renovación de las ideas en la España Isabelina vino de la mano del Krausismo. Su impulsor fue Sanz del Río, que había entrado en contacto con la filosofía de Krause en Alemania. Su mensaje de libertad, tolerancia y diálogo fue recogido por discípulos como Francisco Giner de los Ríos o Nicolás Salmerón. En cuanto a la prensa, tuvo un importante impulso sobre todo gracias a los sectores de mayor inquietud intelectual. Los periódicos anteriores a 1835 apenas incluían informaciones. Trataban temas políticos o científicos. Solían tener formato pequeño, estaban escritos en una columna y su aspecto era bastante aburrido. Pero a partir de esta fecha surgen otros más parecidos a los actuales. En 1850 salían a la calle 13 periódicos, aunque la mayoría tenían una vida efímera y escasa tirada. Destacan: “La Esperanza”, “El Clamor” o “La Reforma”. El sexenio revolucionario (1868-1874) fue una época de amplitud cultural y de pensamiento y de toma de conciencia política e ideológica del mundo obrero. Tras el triunfo de la Gloriosa se abren escuelas para instruir a las clases más bajas y aparecen los primeros periódicos obreros. La Constitución de 1869 reconoce la libertad de prensa. Siguen existiendo periódicos de opinión, defensores de un partido político, pero se desarrolla una prensa informativa que es la que más éxito tiene entre los lectores y la que alcanza mayores tiradas. El aspecto externo de estos periódicos es más ameno. Su contenido ya no se limita a temas políticos, sino que aparecen nuevas secciones de crítica literaria, pasatiempos, anécdotas y humor. Dedican más espacio a la publicidad e insertan folletines, (novelas por capítulos) que gozaban de gran aceptación entre el público lector. Pero la llegada de la Restauración trajo consigo una regresión cultural y de las mentalidades. En 1875 el gobierno dio orden de de vigilar la orientación de la enseñanza que se impartía en las Universidades y de censurar cualquier manifestación crítica contra la monarquía y el dogma católico. Se devolvió el control de la educación a la Iglesia, sobre todo en la enseñanza primaria, en la que apenas intervenía el Estado. Este cubría la segunda enseñanza, que contaba con unos 50 institutos en las grandes ciudades, ocupados por los hijos de familias ricas. Pero al margen de del sistema público de enseñanza, se emprendieron iniciativas, de alcance limitado pero de gran interés pedagógico y social. Hay que destacar a la Institución Libre de Enseñanza, fundada en 1876 con el fin de aplicar los principios del Krausismo. Su principal fundador fue Francisco Giner de los Ríos, catedrático de Filosofía del derecho de la Universidad central de Madrid que había sido apartado de su cátedra. Frente a los tradicionales métodos memorísticos la Institución libre de Enseñanza propugnaba una educación integral y activa, que incorporaba nuevas materias y actividades, como la educación física, el canto, las excursiones…, todo ello en un ambiente de tolerancia y libertad de opinión. Aunque fue una institución minoritaria de la que sólo se beneficiaron los hijos de una pequeña burguesía intelectual, sus planteamientos ejercieron una gran influencia en la cultura de su tiempo e incluso posteriormente. También los partidos obreros llevaron a cabo una lucha contra el analfabetismo. El PSOE creó “Las casas del pueblo” y los anarquistas propiciaron la lectura de periódicos como “Tierra y libertad” y crearon escuelas, destacando “La escuela moderna” dirigida en Barcelona por Ferrer Guardia. Pero a pesar de estas iniciativas hacía 1900 la proporción de analfabetos ascendía a casi las dos terceras partes de la población, y hasta ese mismo año no se creó el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Esta alta proporción de analfabetos hacía que la prensa siguiera siendo un producto para minorías pero que cada vez adquiere más importancia. Además de su labor cultural la prensa representaba la lucha ideológica entre conservadores y progresistas. Entre la prensa conservadora destaca “La Vanguardia” en Barcelona. En 1905 nace el diario “ABC” que empleará el fotograbado por primera vez. En cuanto al progresismo destaca el “trust” que englobaba “El Heraldo de Madrid”, “El Liberal” y “El Imparcial”. Más tarde en 1917 nacería “El Sol”. En cuanto a las revistas merecen ser citadas “La Pluma” dirigida por Manuel Azaña, que luego sería director de la revista “España” en 1923, año en que surgía también “La revista de Occidente” de Ortega y Gasset. |