La teoría del conocimiento es una parte importante de la filosofía. Pero es difícil precisar cuál es su objeto y más aún cuáles son los resultados a los que se






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El surgimiento de la modernidad

 

Si bien la datación histórica de la modernidad comprende los años entre 1457/1492 y 1783, terminando con la Revolución Industrial, tendremos en cuenta en el presente estudio, que la modernidad no constituye un hecho histórico, si no más bien el nombre que recibe un conjunto de hechos, textos y maneras de pensar, que guardan una cierta familiaridad. Estas maneras de pensar, que están asociadas a textos concretos en los que se expresan, han influido en nuestras actuales concepciones del mundo y del conocimiento humano.

 

Una nota característica de la modernidad es su autodefinición. Las maneras de pensar que surgieron en el contexto moderno se definen a sí mismas en una filiación con el mundo antiguo y, a la vez, en una desconfianza con el pensamiento medieval cristiano (concretamente, de San Agustín -representante del siglo IV- a Santo Tomás -presente en el siglo XII-). Esta marcada tendencia de los pensadores modernos de autodefinirse en un contexto histórico concreto es lo que nos permitirá entender a la modernidad, fundamentalmente, como una época del pensamiento. Esta hipótesis base de nuestro recorrido por la epistemología moderna, estará concretada en dos asuntos a tratar: por un lado, la discusión sobre el problema del método en Descartes y Pascal; y por otro lado, la crítica a la metafísica y la necesidad de formular los argumentos de tipo trascendental en Hume y Kant. No se trata, con todo, de hacer un tratamiento de estas cuestiones como si configuraran asuntos distintos que remiten a discusiones desvinculadas entre sí, sino como caras de una misma moneda: el asunto del conocimiento humano en general.

 

Para dar inicio al tratamiento de las cuestiones epistemológicas propiamente modernas, comenzaremos por explicar el escenario previo que dio lugar, como una propedéutica, al pensamiento moderno.

 

La lectura de la naturaleza y la configuración del método experimental

 

El hombre, ministro  e intérprete de la naturaleza, sólo hace y entiende en la medida en que ha observado, por la experiencia o por la reflexión, el orden de la naturaleza; y no sabe ni puede nada más. Ni la mano desnuda ni el entendimiento abandonado a sí mismo pueden mucho; la cosa se perfecciona con instrumentos y auxilios, que no son menos necesarios para el entendimiento que para la mano. Y así los instrumentos de la mente impulsan al entendimiento o lo precaven.

 

La ciencia y la potencia humana coinciden en los miso, porque la ignorancia de la causa priva del efecto. Pues a la naturaleza no se la vence más que obedeciéndola; y lo que en la contemplación corresponde a la causa, en la operación corresponde a la regla[1].

 

La ciencia moderna es, fundamentalmente, un proceder anticipado; es el intento constante por establecer las condiciones por las que cada fenómeno se presenta tal como es, constituyendo el esfuerzo por comprender la naturaleza misma de los fenómenos. Esta comprensión consiste en hacer que la naturaleza se constriña a lo que hace quien la conoce o quien intenta, por lo menos, entender su funcionamiento; se trata de “someter la Naturaleza al hombre”[2]

 

En este ejercicio de lectura de la naturaleza que constituye, en últimas, la llamada revolución científica,  se encuentran Kepler y Galileo como figuras centrales. En efecto, ambos, fundaron e inauguraron “la nueva ciencia” en dos sentidos básicos: constituyeron una parcela importante de esta ciencia y legaron a sus sucesores, además de unas ideas fundamentales, el método de la ciencia experimental. Galileo creyó que aunque inspirada en la ciencia griega y continuándola, la ciencia fundada en su época no repite el pasado; más bien, inicia una historia propia que procura un desarrollo marcado por grandes discusiones astronómicas y geográficas capaces de remover el suelo de algunas de las concepciones políticas y religiosas fundamentales de la tradición occidental.

 

El contexto de los grandes debates científicos, religiosos y políticos de la época tuvo lugar con la aparición del Tratado sobre las revoluciones de Copérnico (1943); texto en que se formula, por primera vez, el heliocentrismo propio de la modernidad. Viendo que las trayectorias de los planetas no correspondían simétricamente entre sí, y viendo que no se podían predecir sus movimientos a través de la movilidad de ciertos astros, teniendo como base la inmovilidad del espectador, Copérnico decidió cambiar la concepción del espectador como punto de vista inamovible, por una concepción del espectador móvil y dinámica. Aunque no tenía instrumentos distintos de su observación y el telescopio para poner a prueba la suficiencia del modelo explicativo geocentrista mediante el cual se daba cuenta de la trayectoria de ciertos astros, Copérnico descubrió los movimientos de rotación y de traslación, proponiendo que la Tierra gira sobre su propio eje con un cierto grado de inclinación, y que se traslada alrededor del sol en un ciclo que dura un año. Así, la revolución científica consistió en un cambio de concepción de la posición que ocupa el espectador, en analogía con la Tierra; lo fundamental no radica, pues, en la proposición del heliocentrismo que es, en últimas, una cierta lectura astronómica de la posición de los astros.

 

 En este contexto emerge el gran aporte de Galileo, a saber, sentar las bases de una nueva comprensión del conocimiento científico. Los siguientes son los elementos que nos permiten comprender la originalidad del gran genio renacentista, y con ella, el telón de fondo de la filosofía moderna:

 

1. Las observaciones astronómicas

 

Dos son los elementos cruciales de las observaciones astronómicas de Galileo y los demás astrónomos de la época. Por un lado, el telescopio, entendido como una herramienta (instrumento) capaz de permitir una mejor visión de las cosas, no se entiende como un factor determinante de comprensión de la realidad, que permitiría alterarla o deformarla en alguno de sus aspectos. Antes bien, constituye el medio con el cual se comprueba lo que de algún modo ya se sabe. En este sentido, el telescopio no puede ser, en modo alguno, un elemento que pueda llevar a equívocos -en tanto engañe- a quien conoce la realidad y sabe lo que busca en sus observaciones. Por otro lado, el experimento se constituye, por primera vez en la historia occidental, como el proceso de observación controlada cuyo propósito es constatar una hipótesis de antemano formulada. Lo que arrojan estas ideas, es que la observación controlada tiene como propósito constatar una hipótesis con los hechos objetivos de la realidad.

 

Lo que puede concluirse hasta aquí, es que los instrumentos utilizados en el proceso de investigación científica no alteran ni engañan sobre la realidad, pero sí muestran el carácter imperfecto del universo, en tanto muestran aquellas cosas que el ojo humano no es capaz de ver por sus limitaciones naturales (v.g. la observancia de las manchas solares). Este hecho es crucial para entender en qué sentido las discusiones astronómicas y, en general el conocimiento del mundo, en el contexto moderno, surgen de una nueva visión del universo.

 

2. Las observaciones físicas

 

Si los instrumentos de investigación ponen de manifiesto la imperfección de la naturaleza, es necesario disponer de un cierto tipo de instrumentos que permitan comprender la realidad de los hechos tal como son. Con esta idea en mente, Galileo construyó los elementos que hicieron posible el experimento del plano inclinado, con el que pudo hacer mediciones precisas que le permitieron formular las leyes de la caída de los cuerpos, y descubrir la trayectoria parabólica de los proyectiles.

 

Esta nueva manera de proceder marcó el rumbo que seguiría la ciencia para el resto de los tiempos. Los experimentos de Galileo se caracterizaban por ser contraintuitivos, y por generar condiciones ideales que permitían obtener unos resultados específicos. Como ejemplo de hipótesis contraintuitivas está aquella según la cual dos objetos lanzados simultáneamente caen al suelo al mismo tiempo sin importar su peso; o el principio de inercia según el cual los objetos tienden a mantener su estado de movimiento o reposo infinitamente en el tiempo. En este orden de ideas, cabe la pregunta: ¿es Galileo un empirista?, entendiendo por empirista aquel que cree que todo conocimiento es posible sólo mediante la experiencia. La respuesta es más bien otra: Galileo es un experimentalista; se distingue de sus antecesores por su trabajo con máquinas: construye instrumentos que introducen variaciones en los hechos, permitiéndole avanzar en el conocimiento de los mismos[3].

 

El conocimiento científico no constituye -para Galileo- una mera demostración de la insuficiencia explicativa de un cierto modelo de comprensión del universo, sino el conjunto de trabajos experimentales por los cuales es posible proponer una nueva teoría acerca de él. Con todo, la labor científica así entendida, sólo puede procurar un conocimiento de los hechos de la realidad, en virtud de que la naturaleza está configurada por un conjunto determinado de leyes. Esta tesis es lo que se conoce como la unificación moderna de la naturaleza, y lo que logra es el abandono del orden teleológico propuesto por Aristóteles (todo objeto tiende a su lugar natural, y esa tendencia explica el movimiento de los cuerpos). Se propone así un orden “mecánico” del universo; el movimiento no se explica ya en términos de tendencia, sino en términos de potencias que permiten el movimiento de los cuerpos (principio de inercia).

 

Ahora bien, Galileo es un experimentalista y sus observaciones están sujetas a un leguaje matemático. En efecto, la máquina por la cual es posible el experimento sólo se comprende y surge en tanto se da una matematización de la realidad, pues la naturaleza no se muestra a sí misma de manera espontánea ante la máquina; más bien, la naturaleza es estudiada en rigor mediante un lenguaje exacto (matemático) desde el cual es posible formular preguntas. El mundo, en últimas, constituye una serie de causas y efectos que obedece a un orden natural según ciertas leyes. El conocimiento, en este sentido, no puede ser mera observación ingenua de eventos o el conjunto de teorías formuladas sin base empírica alguna; el científico galileano no es quien conceptualiza las observaciones que hace de la realidad, sino quien comprueba mediante experimentos las hipótesis que se plantea, buscando resultados determinados[4].

Sentido de la epistemología moderna.

El pensamiento moderno es especialmente epistemológico y colocó los presupuestos con los que discute la epistemología contemporánea: la idea de un fundamento del conocimiento, la teoría empirista de la percepción que hace posible la distinción y la correspondencia válida entre las observaciones dadas y las construcciones teóricas basadas en ellas, la creencia en lo dado, y la posibilidad de representaciones privilegiadas. En la modernidad la epistemología tiene un carácter fundante.

 

Ese papel fundante se comprende si se tiene en cuenta que en la modernidad lo epistemológico se convirtió en el axioma o en el punto de partida no susceptible de ser revisado, a partir del cual se pensó todo lo demás. Para el moderno los principios epistemológicos que definían la racionalidad del conocimiento no se consideraban constructos teóricos aportados por una reflexión entre otras posibles, sino que eran la base natural del conocimiento en general. Ser moderno significa entonces darle un lugar axiomático o básico a lo epistemológico como fundamento y ello  equivale a afirmar que el pensamiento moderno es en el fondo un pensamiento epistemológico. Lo epistemológico y lo moderno como tales, se configuraron de manera autorreferencial, y así, lo moderno se definió desde lo epistemológico y lo epistemológico se definió desde lo moderno.

EL PASO A LA MODERNIDAD: DESCARTES Y PASCAL

La filosofía del renacimiento y de la modernidad tiene características que le son propias, como el rechazo al sistema intelectual medieval; la demanda de una metodología precisa que condujera a un conocimiento seguro de la realidad; y la preocupación por proclamar una libertad religiosa, política y económica, que permitiera reestablecer el orden político de los países en crisis. 

 

Como se verá en esta lección, el pensamiento moderno es especialmente epistemológico y colocó los presupuestos con los que discute la epistemología contemporánea: la idea de un fundamento del conocimiento, la teoría empirista de la percepción que hace posible la distinción y la correspondencia válida entre las observaciones dadas y las construcciones teóricas basadas en ellas, la creencia en lo dado, y la posibilidad de representaciones privilegiadas. En la modernidad la epistemología tiene un carácter fundante.

 

Ese papel fundante se comprende si se tiene en cuenta que en la modernidad lo epistemológico se convirtió en el axioma o en el punto de partida no susceptible de ser revisado, a partir del cual se pensó todo lo demás. Para el moderno los principios epistemológicos que definían la racionalidad del conocimiento no se consideraban constructos teóricos aportados por una reflexión entre otras posibles, sino que eran la base natural del conocimiento en general. Ser moderno significa entonces darle un lugar axiomático o básico a lo epistemológico como fundamento y ello  equivale a afirmar que el pensamiento moderno es en el fondo un pensamiento epistemológico. Lo epistemológico y lo moderno como tales, se configuraron de manera autorreferencial, y así, lo moderno se definió desde lo epistemológico y lo epistemológico se definió desde lo moderno.

 

En el anterior telón de fondo surgen dos de los proyectos filosóficos más importantes de la modernidad, el de Descartes y Pascal.  Ver sus propuestas filosóficas, permite distinguir los puntos de encuentro, sus diferencias y cómo resultan ser respuestas a los problemas de su tiempo.

 

La principal búsqueda de Descartes, se centró en la posibilidad de hallar un método que proporcionara un conocimiento verdadero para las distintas ciencias, pues encuentra que éstas, por estar fundamentadas en el conocimiento menos sólido de todos, la filosofía (considerada por algunos estudiosos como la filosofía escolástica), no pueden proporcionar juicios verdaderos con respecto a su objeto de estudio. Este pensamiento y la idea barroca de una realidad incierta, inspiraron en él un profundo escepticismo (escepticismo que difiere del antiguo en la medida en que mantiene las creencias intactas y sólo considera la suspensión del conocimiento; mientras que el escepticismo antiguo recomienda la suspensión de toda creencia[1]), tanto, que se podría decir que es en el máximo punto de incredulidad de conocimiento, que éste encuentra una verdad indudable, clara y distinta.  Uno de los pasos del camino utilizado por Descartes para salir del escepticismo es la duda hiperbólica, en la que pone en duda todo cuanto aprendió, tratando de no aceptar como verdadero sino lo que apareciera a la razón (que conoce lo que Dios ha dotado de claridad y de distinción) como evidente; y es este principio el que da la garantía de no errar; el error radica precisamente en la precipitación a la hora de hacer juicios que no se presenten claros y distintos a la mente.

 

“La primera verdad, la primera evidencia inmediata es la existencia del yo pensante, del yo cuyo atributo esencial es el pensamiento.  Y no como un axioma que se pueda escoger, entre otros, sino como verdad necesariamente primera”.[2]  Es posible dudar de todo, pero no de que es el  sujeto que duda quien piensa, y es el pensamiento la garantía de la existencia.  De esta forma, Descartes se sumerge totalmente en el escepticismo, pero no para quedarse en él, por el contrario busca un punto de apoyo para salir a flote y superar tal estado de escepticismo epistémico.

 

El método cartesiano pretende, como ya se ha visto, encontrar un fundamento último sobre el cual construir el “edificio cognoscitivo”; pero no pretende, en ningún momento, ponerse por encima de los métodos existentes, pues no presume ser el único y verdadero.  Descartes propone un método
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