Tema el lugar de la filosofía en el conjunto del saber introducción






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fecha de publicación27.07.2017
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TEMA 1. EL LUGAR DE LA FILOSOFÍA EN EL CONJUNTO DEL SABER


 

1. Introducción


  La filosofía se define etimológicamente como «amor al saber» o «deseo de saber» (philos: amor, sophía: saber, sabiduría). Pero hay que ir más allá del mero significado etimológico. La filosofía no es solo un anhelo de saber, sino un saber que se alcanza en algún grado. Pero, ¿qué entendemos por saber?

A continuación, trataremos de mostrar qué son los saberes y qué es la filosofía como saber, clasificando los principales tipos de saber, definiendo cada uno de ellos y estableciendo sus relaciones mutuas.

 

Conocimientos naturales y culturales

La primera diferencia que cabe establecer es entre aquellos conocimientos que se poseen de modo «natural» y los que vienen dados a través de la «cultura». Los conocimientos naturales son conocimientos instintivos o innatos, como las invariantes conductuales y los universales lingüísticos. Estos conocimientos se han desarrollado en función de nuestra evolución como especie.

Por su parte, los conocimientos culturales son adquiridos por aprendizaje social en el seno de un grupo determinado y en esa medida son artificiales (artificial, aquí, significa que no se derivan de la evolución de la especie, sino de las tradiciones de un grupo social determinado).

 

 Culturas bárbaras y culturas civilizadas

Los conocimientos culturales pueden graduarse desde los más primitivos y simples hasta los más evolucionados y complejos. Los orígenes de la escritura marcan un punto de inflexión en la historia del desarrollo de los conocimientos: 1) La escritura permite el almacenamiento de gran cantidad de información, 2) esta información puede ser transportada físicamente de un lugar a otro, 3) al mismo tiempo, la escritura posibilita la conservación puntual y precisa de conocimientos de nuestros antepasados y el registro de los acontecimientos pretéritos.

Siguiendo el materialismo filosófico de Gustavo Bueno, llamaremos “culturas bárbaras” a las culturas sin escritura (ágrafas). Las culturas con escritura (y, por tanto, con Historia) las denominaremos “culturas civilizadas”. Las culturas civilizadas, habiendo desarrollado un procedimiento de registro de la información hablada (escritura), han acumulado una ingente cantidad de conocimientos propios y extraños. Las sociedades bárbaras, por el contrario, disponen de mucha menos información como consecuencia de los límites impuestos por la transmisión oral. Las sociedades ágrafas son, además, sociedades aisladas, autárquicas, cerradas. Por el contrario, las sociedades civilizadas son abiertas y cosmopolitas, sus economías están basadas en el comercio y en el intercambio generalizado y, a partir de ellas, ha surgido la sociedad universal en la que actualmente vivimos. Las culturas bárbaras se identifican con las sociedades tribales que han sido tradicionalmente estudiadas por la Antropología Cultural. Se trata de sociedades sin historia. Las culturas civilizadas, por su parte, florecen en sociedades estatales donde una ciudad está en relación con otras muchas, distantes geográficamente, a través del comercio. La Historia, como disciplina distinta del mito, surge en estas sociedades con escritura.

Las culturas bárbaras poseen unos conocimientos propios que se transmiten oralmente: los mitos, la magia y la religión. Las culturas bárbaras también poseen conocimientos técnicos: fabricación de hachas, canoas y utensilios, cerámica, metalúrgica, navegación de cabotaje, técnicas curativas mezcladas con rituales mágicos, etc.

Con el paso de las culturas bárbaras a las civilizadas, en el contexto helénico, surge un nuevo tipo de saber esencialmente diferente a todos los anteriores: la ciencia. En contra de lo que a veces se dice,  las ciencias no surgen de un saber reflexivo abstracto desligado de los problemas prácticos. No son hijas de la filosofía. Por el contrario, Las ciencias se han constituido siempre a partir de saberes técnicos anteriores. Las ciencias surgen de las técnicas. De la agrimensura, la geometría; del comercio y del intercambio, la aritmética; de la navegación, la astronomía; de la selección de plantas curativas, la medicina, etc.

En el contexto de estos primeros saberes racionales críticos, las ciencias, se producirá el despliegue de otro saber racional crítico, la filosofía, distinto de las ciencias. La filosofía se desarrolla al entrar en contacto con las ciencias y las técnicas, pero su reflexión no se centra únicamente en los resultados de éstas, porque también se hace cargo críticamente de los saberes bárbaros coetáneos: los saberes mitológicos, mágicos y religiosos que, como supervivencias del periodo bárbaro, siguen existiendo incrustados en la civilización. La filosofía supone el constante esfuerzo de dibujar el mapa de los conocimientos humanos, en cada momento histórico, y el continuo intento de ubicarse racionalmente en ese mapa.

 

 2. Saberes bárbaros: mitos, magia, religión y técnica

En las culturas civilizadas, el mito, la magia y la religión conseguirán sobrevivir en territorios marginales o aislados del poder de la racionalidad crítica. No obstante, estos saberes se verán obligados, en gran medida, a remodelarse y transformarse en otros similares o distintos. En el lugar que los mitos ocupaban, vendrán a desarrollarse las ideologías; en el de la magia, las pseudociencias, y en el de la religión, o añadida a ella, la teología. Por su parte, cuando el desarrollo de la ciencia adquiere la capacidad de intervenir sobre las técnicas y remodelarlas a escala del saber científico, se desplegarán lo que conocemos como tecnologías. Entre la técnica de construcción de medios de transporte de tracción animal o de fuerza natural (molinos de viento, de agua, etc.) y la máquina de vapor o el vehículo de motor de explosión, puede medirse la distancia que hay entre la técnica y la tecnología: ésta es técnica a la que se le ha aplicado un conocimiento científico (termodinámica, química, etc.). Veamos ahora en qué consiste cada uno de los saberes bárbaros:

 

Mitos

Los mitos se presentan en la forma de relatos poéticos o legendarios, transmitidos fundamentalmente por vía oral. Explican el origen, organización y destino de la comunidad cuya identidad intentan preservar, así como la totalidad de los fenómenos naturales relevantes en la existencia cotidiana de la misma. En el relato entran en juego hazañas de héroes, designios de dioses (en un contexto politeísta) y fuerzas naturales dotadas de caracteres antropomórficos y animistas. Su finalidad principal no estriba en el hecho de rememorar un pasado originario y fundacional, sino en la capacidad que tiene el relato de influir en el presente, ordenándolo, como una causa importantísima de cohesión social. En las culturas bárbaras los mitos, una vez aparecidos, no son prescindibles, sino necesarios (hasta que son sustituidos por un saber más complejo en una cultura civilizada), para señalar lo que está prohibido (tabúes alimenticios o sexuales, etc.) y prescribir lo que ha de hacerse: ritos de paso, ceremonias religiosas, jerarquía social a respetar, etc.

Magia

Mientras que los mitos están dirigidos a la totalidad de la población, los conocimientos mágicos son propios de una casta especializada que oculta celosamente sus secretos y no permite que los resultados insatisfactorios invaliden la supuesta eficacia de sus ceremonias: los brujos o chamanes. Estos «sabios», llenos de prestigio y de poder, pretenden poseer un dominio sobre los fenómenos naturales. De esta forma, aunque su saber sea esencialmente falso, arrastran en su actividad conocimientos que resultan útiles para la tribu o el clan: plantas curativas, preocupación por los fenómenos meteorológicos y la agricultura, manipulación de objetos para conseguir resultados físicos o psíquicos, etc.

El antropólogo James Frazer atribuye dos principios fundamentales a la magia: 1) ley de semejanza: «lo semejante produce lo semejante»; y 2) ley de contacto o contagio: «las cosas que una vez estuvieron en contacto siguen influyéndose a distancia». Así, el mago, con técnicas de imitación adecuadas llegaría a poder producir lo que busca (por semejanza o por magia homeopática); y operando sobre un objeto seleccionado podrá producir un mal o un bien a la persona con que hubiera estado en contacto aquel objeto (por contagio o magia contaminante).

 

Religión

La religión, en su etapa de desarrollo bárbaro, funciona muy entretejida con los mitos y con la magia. Pero mientras los mitos se ocupan más bien del orden social y la magia del “control” de los fenómenos naturales, la religión tiene que ver con los númenes. La religión parte del hecho de que, además de naturaleza y hombres, existen otros seres dotados de inteligencia y voluntad, con los que los seres humanos han de interactuar, bien sea para aplacarlos, bien para ponerlos de su parte.

Pueden distinguirse tres momentos históricos en su desarrollo, según el materialismo filosófico de Gustavo Bueno: la religión primaria (que pone los númenes en los animales), la religión secundaria (que eleva lo numinoso a la región celeste de los dioses, antropomorfos o zoomorfos: es el politeísmo) y la religión terciaria (la del monoteísmo), que es la religión que madura al compás de la aparición de la ciencia y la filosofía, y que ha de dotarse ya de un armazón racional para dar credibilidad a sus creencias: la teología.

 

Técnica

El desarrollo de la técnica corre en paralelo con la evolución de nuestra especie. El homo sapiens es un homo faber. Su inteligencia pasa no sólo por su cerebro, sino también por sus manos: es un  hombre hábil (homo habilis), pero esta destreza no es sólo corpórea y manual, sino instrumental, porque reside sobre todo en su capacidad de construir útiles, instrumentos, herramientas y máquinas. Desde las hachas de piedra hasta los satélites artificiales, toda la historia humana es la historia de sus técnicas. Las técnicas fueron cobrando más y más importancia con la progresiva división del trabajo y la diversificación de éste en especialidades y oficios: agricultores, ganaderos, herreros, carpinteros, guerreros, navegantes, etc., e hicieron posible modos de poblamiento más y más estructurados: desde las cuevas, aldeas y poblados, a la aparición de la ciudad, verdadero potenciador del desarrollo técnico progresivamente acelerado.

La técnica, como la magia, pretende un dominio sobre la naturaleza, pero en su caso este domino llega a ser efectivo e irreversible: cómo prescindir de la rueda, del carro, de la agricultura... Es por ello un saber verdadero y constituye siempre el precedente de cualquier ciencia (de las técnicas de navegación, que incluían el conocimiento de los astros de la bóveda celeste, surgirá la astronomía, por ejemplo). En el lugar de los chamanes encontramos a los artesanos y a los técnicos. La técnica, por influjo de la ciencia, acabará convirtiéndose en tecnología: alimentos transgénicos, vitaminas sintéticas, plásticos, teléfonos móviles, etc.

 

3. El paso de las culturas bárbaras a las culturas civilizadas


El paso de los saberes bárbaros a los saberes civilizados se hizo posible, en el ámbito concreto de la cultura helénica, por el desarrollo, a partir de los saberes técnicos, de los incipientes saberes científicos, empezando por la geometría (Tales, Pitágoras, Euclides, etc.), y continuando con la aritmética y la astronomía. Por supuesto, este proceso fue posible dadas unas condiciones materiales de despegue: la aparición de la escritura, el refinamiento y proliferación de las técnicas y el desarrollo de las ciudades y del Estado.

Una vez que los primeros núcleos del saber científico quedaron estabilizados, la visión del mundo que ofrecían los mitos, la magia y la religión comenzó a reconstruirse de otro modo: en esto consistió la aparición de la filosofía, en que las cuestiones resueltas mitológicamente se argumentarán, a partir de entonces, siguiendo de cerca la metodología científica. La racionalidad crítica que había cristalizado en los primeros saberes científicos, pugnará por extenderse al resto de áreas de conocimiento para sustituir a las viejas cosmovisiones: este fue el desencadenante de la aparición de lo que hoy conocemos como filosofía.

  Una explicación muy extendida de lo que se llama el paso del mito a logos, que desde el materialismo filosófico de Gustavo Bueno se considera errónea, es que de los mitos surgió la filosofía como reflexión racional sobre el mundo distinta del mito (filosofía en sentido lato) y, de ésta, las distintas ciencias (la filosofía como árbol de las ciencias). Pero entonces, si hay filosofía (en sentido lato) en muchas culturas urbanas no helénicas, ¿por qué no surgió ciencia nada más que en Grecia? ¿Y por qué la filosofía griega y toda su tradición posterior se distancia tanto del resto de las llamadas “filosofías” (como las “filosofías orientales”)?

Las ciencias surgieron en Grecia porque se dieron unas condiciones materiales concretas que hicieron posible dar el salto de los saberes técnicos (circunstanciados a problemas concretos) a los saberes científicos (abstractos, objetivos y universales). La pura reflexión racional distinta del mito (la de las “filosofías orientales”) no origina ciencia, por mucho que se incremente esa reflexión. La conexión entre las técnicas y la ciencia, y entre ésta y la filosofía, no se dio con toda la intensidad y precisión que el proceso requería sino en el interior de la cultura helénica. En el resto de culturas paralelas (Egipto, Persia, China, India, Japón) se dieron procesos similares, pero incompletos. En síntesis, en lo que se conoce como paso del mito al logos surgirán dos modelos de filosofía: el occidental (ligado a la ciencia y crítico con la religión; se instaura como una reflexión de segundo grado o saber critico sobre el resto de saberes) y el oriental (ligado a la religión y a la moral, pero no a la ciencia; su capacidad crítica ha quedado solo apuntada y sin desarrollar).

Hablar de filosofía en sentido estricto es referirse, por tanto, a la filosofía occidental nacida con los presocráticos griegos, cristalizada con Platón y continuada por Aristóteles y las escuelas helenísticas; todo ello trasferido al resto de culturas a través de la helenización de Alejandro Magno, de la romanización y de las derivas culturales posteriores ligadas a la expansión de los distintos imperios. Una de las características esenciales de esta tradición filosófica, que de manera ininterrumpida llega hasta nosotros, ha sido el mantenerse estrechamente ligada al desarrollo científico.

 

4. Saberes civilizados acríticos: ideología, pseudociencias, teología y tecnología

 

Ideología

En sentido muy general, puede entenderse por ideología aquel conjunto de ideas practicadas por un determinado grupo social, que entran en confrontación con otros grupos sociales dentro de la misma sociedad y que representan disyuntivas entre unos modelos de vida y otros (capitalismo/socialismo), entre unos programas de acción y otros (economía sostenible/libre mercado/intervencionismo de Estado) y que establecen jerarquías de valores distintos (orden/libertad/igualdad, etc.). Las ideologías, como las costumbres, suelen absorberse del medio cultural en el que se vive (por mímesis o por reacción) y, en ese sentido, la mayor parte de sus componentes suelen ser acríticos, porque no quedan sometidos a revisión racional.

La ideología viene a llenar el hueco dejado por los mitos, en las sociedades civilizadas, y contribuye como ellos a dar cohesión social, pero ahora no a toda la tribu por igual, sino a determinados grupos sociales que se hallan enfrentados con otros por intereses prácticos en el seno del Estado. Por eso una sociedad abierta, compuesta por grupos heterogéneos y dividida en múltiples clases sociales (fundamentalmente: oligarcas, clases medias y clases bajas) no puede poseer una sola ideología, sino múltiples, aunque alguna de ellas sea hegemónica. Las ideologías no son armonizadoras como los mitos, sino que han de criticar las alternativas oponentes, en una lucha por el control del poder dentro de la sociedad política. La ideología supone siempre un determinado modo de situarse respecto al poder, al poder político.

 

Pseudociencia

Aquellos saberes que en la actualidad pretenden situarse en el lugar de las ciencias, porque utilizan aparente o parcialmente alguno de sus métodos, pero que en realidad no cumplen las exigencias de un saber científico, podemos denominarlos pseudociencias. En realidad vienen a llenar el espacio que ha ido dejando la magia, en trance de desaparecer.

Las «ciencias ocultas» guardan un gran paralelismo con la magia de los saberes bárbaros. Se presentan, en parte, como saberes esotéricos para iniciados; y, por otro lado, son saberes exotéricos, preparados para un vulgo predispuesto a la superstición y a las creencias irracionales: exorcismo, horóscopo, magia negra, etc. Pretenden moverse en el ámbito de los fenómenos maravillosos y sobrenaturales; o paranormales y parapsicológicos. En todo caso, sus métodos no están sometidos a contrastación empírica.

No se conocen siempre las explicaciones científicas o racionales de algunos fenómenos, lo que indica que habrá que seguir estudiándolos, pero otra cosa distinta a la investigación son las supersticiones que admiten como válidas explicaciones que rompen las leyes de la física, por ejemplo, o que proponen cualidades misteriosas como si estuvieran bien definidas. Las pseudociencias parten de la afirmación de fenómenos revestidos del aura de lo oculto, lo misterioso, lo excepcional y lo «espiritual», dándoles crédito y queriendo ponerlos en pie de igualdad con los fenómenos que tienen explicación científica.

 

Teología

Algunas de las creencias afianzadas dentro de una religión pasan a establecerse como dogmas o “verdades” indiscutibles (reveladas). Cuando estos dogmas, predicados por una religión concreta (judaísmo, cristianismo, islam), entran en contacto con las doctrinas filosóficas o con las teorías científicas,  se ven necesitados de fundamentación racional y, entonces, en el seno de esas creencias asentadas sobre la fe o la costumbre se desarrollan análisis racionales que imitan a la racionalidad filosófica. Mientras que de los contenidos dogmáticos surge una teología revelada, del intento de reflexión racional surgirá la teología natural, que puede llegar a ser una parte de la filosofía.

La teología nace, entonces, en el mismo campo de la religión, cuando trata de reordenar sus creencias de forma sistemática o bajo el rigor de la racionalidad. En la exploración teológica se da paso, primero, a múltiples cismas teológicos acelerados y al rechazo de lo que se consideran herejías (en el seno de cada religión), y, segundo, en la deriva racional teológica, se transita de los caracteres más imaginativos propios de la religión (Dios está en el cielo, escucha nuestras súplicas, etc.), hacia un Dios revestido de atributos más abstractos: eterno, infinito, inmutable, ubicuo, etc. (el llamado “Dios de los filósofos”). Esta conceptualización se lleva a cabo, de hecho, haciendo uso de ideas propias de la filosofía.
Tecnología

La palabra tecnología se utiliza a menudo como sinónimo de técnica. Puede matizarse algo más su significado, cuando entendemos que se trata de una técnica que se ha hecho posible por mediación de algún conocimiento científico. Las tecnologías operan sobre la naturaleza, como lo hacían las técnicas, pero, esta vez, ya no sólo para obtener resultados exitosos en la manipulación de las cosas, sino además, en tanto que ciencia aplicada, para controlar las mismas leyes naturales y pasar, así, a dominar a la misma naturaleza en alguna de sus parcelas.

A partir del siglo XIX y desde la revolución industrial, bajo el potente influjo de las ciencias naturales que se fueron desarrollando a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII (astronomía, mecánica, dinámica, química, biología, electromagnetismo, termodinámica, física de partículas, bioquímica, &c.), se harán posibles aplicaciones prácticas como los vehículos de motor de explosión, los aparatos eléctricos, el radar, el láser, la radio, las telecomunicaciones, la biotecnología, &c.

 

5. Saberes civilizados críticos: filosofía y ciencia


La ciencia y la filosofía son las formas más elaboradas de conocimiento de que disponemos. En cuanto saberes que surgen exclusivamente en las sociedades civilizadas, comparten características comunes: ambos son organizados, sistemáticos, crítico-racionales, y se transmiten y desarrollan históricamente. También son universales: las ciencias son construcciones válidas en cualquier cultura, son comunes a todos los pueblos. La filosofía, en la medida en que analiza mitos, magia, religiones, etc. muy diversos y de diferentes culturas, conforme a criterios de racionalidad, también es universal, y su historia, única.

La ciencia y la filosofía son racionales porque sus teorías no pueden ser meras creencias (como en los mitos), o supersticiones (como en la magia) o dogmas (como en la religión), sino sistemas de conocimiento organizados de forma lógica y con una base firme en la realidad. Son críticas, porque sus teorías están siempre abiertas al contraste y a ser revisadas o sustituidas por otras más consistentes, más veraces o más completas. Los mitos, la magia y la religión no someten a crítica radical sus creencias o sus dogmas.

Sin perjuicio de estas semejanzas, la filosofía pude diferenciarse del conocimiento científico. Analizando a través de la historia el modo de ejercer los filósofos su disciplina, podríamos entresacar una serie de características específicas del saber filosófico.

Podemos decir que la filosofía, entendida en sentido estricto, es un saber de segundo grado construido sobre otros saberes previos, científicos y no científicos (mitos, religiones, magia, técnicas, ideologías, etc.), a los que llamamos saberes de primer grado. Estos saberes, a lo largo de su desarrollo, van elaborando una serie de “conceptos” prácticos y precisos que les permiten desenvolverse en los correspondientes campos o parcelas del mundo sobre los que actúan. A partir de estos conceptos, y teniendo en cuenta, en especial, los de las ciencias, la filosofía construye “ideas” que intentan superar las contradicciones existentes entre esos mismos conceptos, necesariamente heterogéneos. Tomemos, por ejemplo, el concepto de “fuerza”. Vemos que es usado con exactitud por saberes distintos: física (fuerza gravitatoria), geología (fuerza de las mareas), biología (fuerza muscular), política (fuerza militar), economía (fuerza productiva), religión (fuerza de fe). Todos estos tipos de “fuerza”, ¿qué relación tienen entre sí? ¿Son la misma “fuerza”? Al comparar los distintos conceptos de fuerza, en busca de parecidos, diferencias, contradicciones, etc., aparece “algo” nuevo que ya no es un concepto, pero que los “relaciona” a todos. Ese “algo” es a lo que denominamos “idea” (en este caso, idea de “Fuerza”). Los saberes de primer grado solo “saben” de su propio concepto de fuerza y son incapaces de abarcar los conceptos de fuerza de los otros saberes. Por eso los saberes de primer grado no pueden establecer las relaciones entre conceptos que son necesarias para llegar hasta las correspondientes ideas. Establecer esas requiere de un tipo de saber que ya no es un saber de primer grado. Dicho saber es, precisamente, la filosofía. Y como la filosofía se nutre de los saberes de primer grado, por eso decimos que es un saber de segundo grado.

Las ideas construidas por la filosofía no pueden quedar reducidas al campo de una sola ciencia sino que, por el contrario, se constituyen a partir de los conocimientos de múltiples ciencias y de saberes no científicos. La idea de “hombre”, por ejemplo, se construye con materiales provenientes del los campos de la física, la química o la biología, pero también de la Historia, la sociología, la antropología cultural y la economía política, e, incluso, de la religión, el mito, la técnica y la tecnología. Esa idea de hombre, así construida, no es científica, sino filosófica: pretende recoger, ordenar y sistematizar todos nuestros conocimientos sobre el hombre. Lo mismo ocurre con las demás ideas filosóficas.

Así definida, la filosofía no es, ni puede ser, una ciencia. Tampoco es la madre de las ciencias, porque éstas vienen de las técnicas, y la filosofía las necesita, como saberes previos, para poder existir. Tampoco es una “superciencia” que las abarque a todas, porque cada ciencia tiene su propia parcela del mundo (su campo) mientras que la filosofía no.

Todos los “hombres civilizados” son filósofos y manejan ideas; todos necesitan un “mapamundi” para orientarse en la realidad. Hablamos, para referirnos a esta circunstancia, de filosofía mundana. La filosofía académica, la los filósofos profesionales, intenta formular esas ideas de un modo abstracto, sistemático, ordenado y crítico, y ensaya relaciones entre unas ideas y otras. Las relaciones entre ideas dan lugar a sistemas filosóficos que, por su carácter global, suponen la presentación ordenada y crítica de los conocimientos humanos en un momento dado de la historia. De este modo, ningún tipo de conocimiento puede quedar fuera de la reflexión filosófica. Los sistemas filosóficos están implantados en el presente histórico, que intentan comprender (y a veces transformar, como en el caso de Platón o de Marx), pero pueden servirse de las herramientas proporcionadas por otros sistemas pretéritos siempre que les resulten de utilidad. Entre los sistemas filosóficos no reina la armonía. Los sistemas son diferentes y, en ocasiones, incompatibles entre sí. No hay acuerdo entre los filósofos; no existe “la filosofía”, sino muchas filosofías. En su confrontación, habrá que decidir cuál es más potente. Por de pronto, cabe decir que una filosofía que se precie debe marcar ciertos límites a la crítica. No se puede, por ejemplo, desconfiar por completo de los datos de los sentidos (la experiencia) para concluir, como Descartes, que solo se puede estar seguro del propio pensar: “Pienso, luego existo”. No se puede hacer filosofía a partir de una evidencia tan escuálida. Es por ello que la filosofía debe tomar partido por una serie de evidencias, históricamente ya asentadas, tales como las matemáticas, partes de la física, la química y la biología o normas éticas universales relacionadas con la virtud de la “fortaleza”.

Ciencia y filosofía se caracterizan por ser actividades que llegan a construir verdades. Tales verdades se diferencian de los dogmas, las opiniones, o las creencias, en su pretensión de objetividad y su carácter marcadamente crítico. Pero, sin perjuicio de sus semejanzas, la verdad científica y la verdad construida por la filosofía no tienen exactamente el mismo estatuto. La filosofía desborda los marcos del conocimiento científico, circunscrito a campos concretos. Precisamente por ello, no alcanza a desarrollar conocimientos con el mismo grado de rigor, estabilidad y universalidad. Mientras que las teorías científicas son verificables y demostrables, las filosóficas sólo lo son parcialmente y con un mayor grado de provisionalidad. Mientras que las teorías científicas son experimentables y predecibles, las filosóficas no tienen poder predictivo, sino reordenador del conjunto de saberes científicos y no científicos. El conocimiento científico alcanza el mayor grado de verdad, hasta el punto de que, en las ciencias más formadas, se establecen verdades necesarias y universales (ningún sujeto en su sano juicio mantiene ningún género de reserva respecto de la validez y exactitud del teorema de Pitágoras, por ejemplo). La verdad de una filosofía descansa, por su parte, en la verdad de las ciencias de las que se nutre pero, al ser la filosofía un saber de segundo grado cuyo “campo” es infinito, no puede alcanzar el rigor de la verdad científica. Así las cosas, cada filosofía construye un sistema de ideas cuya verdad reside, en último término, en su capacidad para reexponer de manera crítica otros sistemas alternativos. La verdad de una filosofía radica en la negación de la verdad de otros sistemas que eventualmente puedan ser construidos.  

 

Fuentes: Silverio Sánchez Corredera, David Alvargonzález Rodríguez, Juan José Méndez Iglesias y Gustavo Bueno Martínez.




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