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GLOBALIZACIÓN Y COMPLEJIDAD AMBIENTAL* Enrique Leff Globalización Económica, Crisis Ambiental y Reconocimiento del MundoLa crisis ambiental es la crisis de nuestro tiempo. No es una catástrofe ecológica resultante de la evolución de la naturaleza, sino producida por el pensamiento con el que hemos construido y destruido nuestro mundo. Esta crisis civilizatoria se nos presenta como un límite en lo real que resignifica y reorienta el curso de la historia: límite del crecimiento económico y poblacional; límite de los desequilibrios ecológicos y de las capacidades de sustentación de la vida; límite de la pobreza y la desigualdad social; pero también crisis del pensamiento occidental, de la disyunción del ser y del ente que abrió la vía a la racionalidad científica e instrumental de la modernidad, y que produjo un mundo cosificado y fragmentado en su afán de dominio y control de la naturaleza. La problemática ambiental es un cuestionamiento del pensamiento y del entendimiento, de la ontología y de la epistemología con las que la civilización occidental ha comprendido el ser, los entes y las cosas; de la ciencia y la razón tecnológica con las que ha sido dominada la naturaleza y economizado el mundo moderno. Por ello, la crisis ambiental es sobre todo un problema del conocimiento (Leff, 1986/2000); lo que lleva a repensar el ser, a entender sus vías de complejización, para abrir nuevas vías del saber en el sentido de la reconstrucción y la reapropiación del mundo. En la caverna de Sócrates, los hombres confundieron la realidad con las sombras que reflejaban “otros” sobre el campo de concentración de la visibilidad de su entorno. Así, nuestra percepción del mundo ha estado cercada por la racionalidad de la modernidad. Hablamos a través del monolingüismo del otro (Derrida, 1997); somos pensados por un pensamiento unidimensional (Marcuse, 1969). El logocentrismo del conocimiento moderno y la racionalidad económica han conducido un proceso de globalización que han tendido a reducir las miradas y las identidades multifacéticas de un mundo diverso y complejo. Conocer la complejidad ambiental implica pues un proceso de desconstrucción y reconstrucción del pensamiento; remite a sus orígenes, a la comprensión de sus causas; a ver los “errores” de la historia que arraigaron en falsas certidumbres sobre el mundo; a descubrir y reavivar el ser de la complejidad que quedó en el “olvido” con la escisión entre el ser y el ente (Platón), del sujeto y del objeto (Descartes), para apropiarse al mundo cosificándolo, objetivándolo, homogeneizándolo. La racionalidad modernizadora se desborda sobre la complejidad ambiental al toparse con sus límites, con la alienación y la incertidumbre del mundo economizado, arrastrado por un proceso incontrolable e insustentable de producción que se ha constituido en el eje sobre el cual gira el proceso de globalización. La crisis ambiental problematiza al pensamiento metafísico y la racionalidad científica, abriendo nuevas vías de transformación del conocimiento a través de un nuevo saber que emerge desde los márgenes de la ciencia y la filosofía modernas. En el saber ambiental fluye la savia epistémica que reconstituye las formas del ser y del pensar para aprehender la complejidad ambiental. Si lo que caracteriza al hombre es la constitución del ser por el pensar, la complejidad ambiental no es el reflejo de una realidad compleja en el pensamiento. La complejidad ambiental se produce en el encuentro del ser en vías de complejización con la construcción del pensamiento complejo. Ello implica repensar toda la historia del mundo desde la escisión entre el ser y el ente en el pensamiento metafísico, hasta la ciencia moderna como dominación de la naturaleza y la economización del mundo por la ley globalizadora del mercado. Esta perspectiva de la complejidad ambiental cuestiona al pensamiento de la complejidad (Morin, 1993), concebido como una evolución óntica del ser, como un proceso de auto-organización de la materia que alcanzaría su totalización y finalización en la emergencia de una noosfera donde se plasmaría una ética y una conciencia ecológica que vendrían a completar y a recomponer el mundo fragmentado y alienado, construido y heredado de esta civilización en crisis, a través de un pensamiento sistémico y complejo. Para salir de la complejidad sistémica y totalizante; para reconstruir el mundo en las vías de la utopía, de la posibilidad, de la potencialidad de lo real, de las sinergias de la naturaleza, la tecnología y la cultura; para restablecer el vínculo entre el ser y el pensar, Heidegger propone un salto fuera del ser y del pensar representativo, que funda a todo ente en cuanto ente, para lograr un reencuentro en ese dominio donde “el hombre y el ser se han encontrado siempre en su esencia [...] en la experiencia de pensar.” (Heidegger, 1957/1988:79). Esta vía de comprensión de la complejidad ambiental hace su entrada por la puerta de la desnaturalización de la historia que habría culminado en la tecnificación y economización del mundo, donde el ser y el pensar se encuentran enlazados por el cálculo y la planificación, por la determinación y la legalidad; a ese mundo dominado y asegurado que llega a su límite con el caos y la incertidumbre. Para el pensamiento crítico, la complejidad ambiental no se limita a la comprensión de la evolución “natural” de la materia y del hombre hacia el mundo tecnificado, economizado. Esta historia es producto de la intervención del pensamiento en el mundo. Sólo así es posible dar el salto fuera del ecologismo naturalista y situarse en el ambientalismo como política del conocimiento, en el campo del poder en el saber ambiental, en un proyecto de reconstrucción social desde el reconocimiento de la diversidad y el encuentro con la otredad. Si la sustentabilidad es la marca de una crisis de una época, ello remite a interrogar los orígenes de su presencia en el tiempo actual y la proyección hacia un futuro posible. ¿Cómo pensar la intervención sobre esa marca en el ser que permita la construcción de una racionalidad alternativa fuera del campo de la metafísica, del logocentrismo y de la racionalidad económica que han producido una modernidad insustentable? Aprehender la complejidad ambiental implica la reconstitución de identidades a través del saber; entraña una reapropiación del mundo desde el ser y en el ser; un reaprehender más profundo y radical que el aprendizaje de las “ciencias ambientales” que buscan internalizar la complejidad ambiental dentro de los paradigmas dominantes del conocimiento. En este sentido, el saber ambiental retoma la cuestión del ser en el tiempo y el conocer en la historia; del poder en el saber y la voluntad de poder que es un querer saber. La solución de la crisis ambiental –crisis global y planetaria–, no podrá darse sólo por la vía de una gestión racional de la naturaleza y del riesgo del cambio global. La crisis ambiental nos lleva a interrogar al conocimiento del mundo, a cuestionar el proyecto epistemológico que ha buscado la unidad, la uniformidad y la homogeneidad; al proyecto de unificación a través de la idea absoluta, de la razón ordenadora y dominadora; al proyecto que anuncia un futuro común, negando el límite, el tiempo y la historia; la diferencia, la diversidad, la otredad. La crisis ambiental replantea la pregunta sobre la naturaleza de la naturaleza y el ser en el mundo, desde la flecha del tiempo y la ley de la entropía como condición de la vida, desde la muerte como ley límite en la cultura que constituyen el orden simbólico, del poder y del saber. El monoteísmo y la idea absoluta, como principios invisibles que rigen la vida, fueron transferidos al mercado, al orden económico y tecnológico, homogeneizando y cercando al mundo, desconociendo la diversidad, desintegrando etnias y culturas, subyugando saberes. Predominó la obsesión por la unidad del conocimiento y la unificación del mundo como base de certidumbres y predicciones, como una estrategia de dominio y control sobre un mundo asegurado. La crisis ambiental es el resultado del desconocimiento de la ley de la entropía, que ha desencadenado en el imaginario economicista una “manía de crecimiento”, de una producción infinita. La crisis ambiental anuncia el límite de tal proyecto. Pero justamente por ello, su solución no podría basarse en el refinamiento del proyecto científico y epistemológico que han fundado el desastre ecológico, la alienación del hombre y el desconocimiento del mundo. El saber ambiental plantea la desconstrucción de la lógica unitaria, el abandono de la búsqueda de la verdad absoluta, la diversificación del pensamiento unidimensional, la apertura de la ciencia objetiva a los saberes subjetivos; el límite del crecimiento sin límites, el relajamiento del control creciente del mundo, del dominio de la naturaleza y de la gestión racional del ambiente. La complejidad ambiental es una nueva comprensión del mundo a partir del límite del conocimiento y la incompletitud del ser. Implica saber que la incertidumbre, el caos y el riesgo son al mismo tiempo efecto de la aplicación del conocimiento que pretendía anularlos, y condición intrínseca del ser y el saber. La complejidad ambiental abre una nueva reflexión sobre la naturaleza del ser, del saber y del conocer; sobre la hibridación de conocimientos en la interdisciplinariedad y la transdisciplinariedad; sobre el diálogo de saberes y la inserción de la subjetividad en las formas de conocimiento; el involucramiento de los valores y los intereses en la toma de decisiones y en las estrategias de apropiación de la naturaleza. El saber ambiental cuestiona las formas como los valores permean el conocimiento del mundo, abriendo un espacio para el encuentro entre lo racional y lo sensible, entre la racionalidad formal y la racionalidad sustantiva. La complejidad emerge como respuesta a este constreñimiento del mundo y de la naturaleza por la unificación ideológica, tecnológica y económica. La naturaleza explota para destrabarse y dessujetarse del logocentrismo, abriendo los cauces de la historia desde los potenciales de la naturaleza compleja, desde la actualización del ser a través de la historia y su proyección al futuro a través de las posibilidades que abre la construcción de utopías en la fecundidad de la otredad. En este sentido, la complejidad ambiental desencadena una revolución del pensamiento, un cambio de mentalidad, una transformación del conocimiento y las prácticas educativas, para construir un nuevo saber, una nueva racionalidad que orienta la construcción de un mundo sustentable, justo y democrático. Es un re-conocimiento del mundo que habitamos. La crisis ambiental remite a una pregunta sobre el mundo, sobre el ser y el saber. Aprender la complejidad ambiental implica una nueva comprensión del mundo que incorpora los conocimientos y saberes arraigados en cosmologías, mitologías, ideologías, teorías y saberes prácticos que están en los cimientos de la civilización moderna, en la sangre de cada cultura, en el rostro de cada persona. En ese saber del mundo –sobre el ser y las cosas, sobre sus esencias y atributos, sobre sus leyes y su existencia–, en toda esa tematización ontológica y epistemológica, subyacen nociones fundamentales que han dado sentido al conocimiento y que han arraigado en los saberes culturales y personales de la gente. En este sentido, el saber ambiental implica un proceso de “desconstrucción” de lo pensado para pensar lo aún no pensado, para desentrañar lo más entrañable de nuestros saberes y para dar curso a lo inédito. Es saber que el camino en el que vamos acelerando el paso es una carrera desenfrenada hacia un abismo inevitable; es saber sostenernos en la incertidumbre y refundamentar el saber sobre el mundo movidos por el deseo de vida que se proyecta hacia la construcción de futuros inéditos a través del pensamiento y la acción movilizada por el deseo de ser y de saber en la perspectiva del infinito, la diferencia y la alteridad. |