descargar 30.4 Kb.
|
TEXTOS DE LA EDAD MEDIA En este caso, son textos que pertenecen al gran historiador medieval Jacques Le Goff, en concreto a su obra La Civilización del Occidente Medieval. Sobre Las Cruzadas “No cabe duda que la cruzada les pareció a los caballeros y a los aldeanos del siglo XI —aunque este impulso no estuviera claramente formulado ni experimentado por los cruzados— una salida al exceso de población, y el deseo de tierras, de riquezas, de feudos más allá del mar fue un cebo primordial. Pero las cruzadas, incluso antes de acabar en un completo fracaso, no resolvieron la sed de tierras de los occidentales, y éstos tuvieron que buscar rápidamente en Europa, ante todo en el desarrollo agrícola, la solución que el espejismo ultramarino les había negado. La Tierra Santa, frente de combates, no fue esa casa de créditos «buenos o malos» que ciertos historiadores engañados o engañosos han descrito de forma tan complaciente. Las cruzadas no aportaron a la cristiandad ni el esplendor comercial nacido de relaciones anteriores con el mundo musulmán y del desarrollo interno de la economía occidental, ni las técnicas y los productos llegados por otros conductos, ni el instrumental intelectual ofrecido por los centros de traducción y las bibliotecas de Grecia, de Italia (sobre todo de Sicilia) y de España, donde los contactos eran mucho más estrechos y fecundos que en Palestina, ni siquiera ese gusto por el lujo y esas costumbres muelles que ciertos moralistas sombríos de Occidente creen que son el patrimonio exclusivo del Oriente y un regalo envenenado de los infieles a los cruzados ingenuos y sin defensa ante los encantos y las encantadoras de Oriente. No cabe duda que los beneficios obtenidos sobre todo, no del comercio, sino del alquiler sino del alquiler de los barcos y de los préstamos a los cruzados permitieron a ciertas ciudades italianas —en especial Genova y Venecia— enriquecerse rápidamente; pero que las cruzadas favorecieron el florecimiento del comercio de la cristiandad medieval, ningún historiador serio podría negarlo. Pero que ellas, por el contrario, hayan contribuido al empobrecimiento del Occidente, sobre todo de la clase caballeresca, que lejos de crear la unidad moral de la cristiandad empujaran a envenenar ciertas oposiciones nacionales nacientes “ Sobre la medida del tiempo. “Efectivamente, la cronología medieval propiamente dicha, los medios para medir el tiempo, para saber la fecha o la hora, el instrumental cronológico son rudimentarios. En este aspecto, la continuidad con el mundo grecolatino es absoluta. Los instrumentos de medida del tiempo continúan estando ligados a los caprichos de la naturaleza —como el cuadrante solar cuyas indicaciones, por su misma naturaleza, no existen más que con tiempo soleado— o miden períodos de tiempo sin referencia a una continuidad —el reloj de arena, la clepsidra y todos esos sustitutos de relojes incapaces de medir tiempos datables, tiempos que se puedan poner en cifras pero, eso sí, adaptados a la necesidad de controlar períodos de tiempo concretos: candelas que dividen la noche en tres períodos (candelas) y, para los tiempos cortos, oraciones de acuerdo con las cuales se definen el tiempo de un Miserere o de un Pater. Instrumentos sin precisión, a merced de un incidente técnico imprevisible: nube, grano de arena demasiado grueso, hielo, malicia de los hombres que alargan o acortan la candela, aceleran o ralentizan la recitación de la plegaria. Pero también, sistemas variables de contabilizar y de medir el tiempo. El año comienza para los distintos países en diferentes épocas, según que su tradición religiosa haga partir la redención de la humanidad —y por lo tanto la renovación del tiempo— de la Natividad, de la Pasión, de la Resurrección de Cristo, o incluso de la Anunciación. De este modo, una serie de «estilos» cronológicos coexisten en el Occidente medieval, de los cuales el más extendido es el que hace comenzar el año en Pascua(…) El día comienza igualmente en momentos muy variables: a la caída del sol, a media noche o al mediodía. Las horas son desiguales; son las viejas horas romanas más o menos cristianizadas: maitines (hacia la media noche) después, de tres en tres horas de las nuestras aproximadamente: laudes (a las tres), prima (a las seis), tercia (a las nueve), sexta (al mediodía), nona (a las quince), vísperas (a las dieciocho), completas (a las veintiuna) (…) Pero el tiempo medieval es sobre todo un tiempo agrícola. En ese mundo donde la tierra es lo esencial, donde vive —rica o pobremente—casi toda la sociedad, la principal referencia cronológica es una referencia rural. Ese tiempo rural es, en principio, el de la larga duración. El tiempo agrícola, el tiempo campesino es un tiempo de espera y de paciencia, de permanencia, de vuelta a empezar, de lentitud, si no ya de inmovilismo, al menos de resistencia al cambio. Ese tiempo, sin referencia a los acontecimientos, no tiene necesidad de fechas o, mejor dicho, sus fechas oscilan dulcemente al ritmo de la naturaleza. El tiempo rural es un tiempo natural. Las grandes divisiones son el día, la noche y las estaciones. Tiempo contrastado que alienta la tendencia medieval al maniqueísmo: oposición de la sombra y la luz, del frío y el calor, de la actividad y el ocio, de la vida y la muerte. La noche está cargada de amenazas y de peligros en ese mundo donde la luz artificial es rara (las técnicas de alumbrado, incluso durante el día, no progresarán hasta el siglo XIII, con el auge del vidrio plano), peligrosa, fuente de incendios en ese mundo de madera, acaparada por los poderosos: los cirios del clero y las antorchas de los señores que eclipsan los pobres candiles del pueblo. Las puertas se cierran contra las amenazas humanas y la ronda vigila atentamente en iglesias, castillos y ciudades. La legislación medieval castiga con dureza extraordinaria los delitos y los crímenes cometidos con nocturnidad. La noche es la gran circunstancia agravante de la justicia en la Edad Media. La noche es, sobre todo, el tiempo de los peligros sobrenaturales. Tiempo de tentación, de fantasmas, del diablo.” Sobre el hambre y la escasez. “El Occidente medieval es ante todo el universo del hambre. El miedo del hambre y, con demasiada frecuencia el hambre misma, le atenazan. En el folclore campesino, los mitos de la comilona gozan de una seducción particular: los sueños del país de Jauja (…) De toda la organización romana frente a las hambrunas, apenas queda nada en el Occidente medieval. Insuficiencia de los transportes y de las vías de comunicación, multiplicidad de «barreras aduaneras»: tasas y peajes percibidos por cada pequeño señor, en cada puente, en cada punto de paso obligado, sin contar con los bandidos o los piratas (…) Hay dos hechos capitales (…)La previsión alimentaria apenas podía ir más allá de un año. La escasez de los rendimientos, la lenta introducción del barbecho trienal, que permitía sembrar trigos de invierno, y la mediocridad de las técnicas de conservación apenas permitían garantizar la unión entre la cosecha del año anterior y la nueva. Nos quedan innumerables testimonios de la mala conservación de los productos y de su vulnerabilidad ante las destrucciones naturales o animales(…) El resultado de este mal equipamiento técnico unido a una estructura social que paraliza el crecimiento económico es que el Occidente medieval es un mundo que vive «al límite», constantemente amenazado por el peligro de no poder atender a su subsistencia, un mundo en equilibrio inestable. Lo realmente catastrófico era la repetición durante dos años seguidos, o a veces tres, de una mala cosecha. Las víctimas habituales de esas hambrunas y de las epidemias que con frecuencia las acompañaban eran las capas más humildes de la población, los pobres. Éstos, en efecto, cuyos excedentes quedan completamente absorbidos por las exacciones de los señores, no están en condiciones de almacenar nada. Faltos de dinero, incluso cuando la economía monetaria se difunde, sólo pueden comprar víveres a los precios prohibitivos que alcanzan entonces los géneros. (…)” Sobre la sociedad. “El hecho capital es que, en la segunda mitad del siglo XII y en el transcurso del XIII, el esquema tripartito de la sociedad (los que luchan (bellatores), los que rezan (oratores) y los que trabajan (laboratores)) se descompone y cede ante un esquema más complejo y más flexible, resultado y reflejo de una transformación social. A la sociedad tripartita sucede la sociedad de los «estados», es decir, de las condiciones socioprofesionales (…) La destrucción del esquema tripartito de la sociedad va unida al desarrollo urbano de los siglos XI a XIII, desarrollo que es preciso situar, como hemos visto, en el contexto de una división creciente del trabajo (…)En primer lugar, ¿quién es la cabeza de ese cuerpo que es la cristiandad? De hecho, la cristiandad es bicéfala, tiene dos cabezas: el papa y el emperador. Pero la historia medieval está hecha más de desacuerdos y de luchas que de entendimiento entre esas dos cabezas. El resto del tiempo, las relaciones entre las dos cabezas de la cristiandad manifiestan la rivalidad existente entre los niveles más altos de los dos órdenes dominantes, pero concurrentes, de la jerarquía clerical y de la laica —de los clérigos y de los guerreros- (…) El individuo, excepto en la ciudad, aprisionado por la familia, que le impone las servidumbres de la posesión y de la vida colectivas, se ve absorbido también por otra comunidad: la señoría en la que vive. Es cierto que entre el vasallo noble y el campesino, sea cual fuere su condición, la diferencia es considerable. No obstante, aunque a niveles diversos y disfrutando de mayor o menor prestigio, los dos pertenecen a la señoría o, mejor aún, al señor de quien dependen. Uno y otro son el «hombre» del señor; para el uno en un sentido noble, para el otro en un sentido humillante (…)No obstante, el contraste ciudad-campo fue mayor en la Edad Media que en casi todo el resto de las sociedades y de las civilizaciones. Los muros de una ciudad son una frontera, la más fuerte de las conocidas en esta época. Las murallas, con sus torres y sus puertas, sirven para separar dos mundos (…)Mientras que la señoría rural no había logrado inspirar a la masa de los campesinos que vivían en su seno más que elsentimiento de la opresión de la que eran víctimas, mientras que el castillo roquero, aunque les ofreciese en ciertos casos refugio y protección, no proyectaba sobre ellos más que una sombra detestada, la silueta de los monumentos urbanos, instrumento y símbolo de la dominación de los ricos en las ciudades, inspiraba en el pueblo ciudadano sentimientos donde la admiración y el orgullo terminaban por triunfar. La sociedad urbana había conseguido crearvalores en cierto modo comunes a todos los habitantes:valores estéticos, culturales, espirituales (…)El enfrentamiento entre las clases, fundamental en el campo, reaparece muy pronto en las ciudades, no ya como la lucha de los burgueses victoriosos contra los señores, sino como la del pueblo bajo contra los ricos burgueses De hecho, desde finales del siglo XII hasta el siglo XIV se va dibujando una nueva línea de fractura social en las ciudades que enfrenta a ricos y pobres, a débiles y poderosos, al popolo minuto y al popolo grosso.” “También hay que pensar en la importancia de las relaciones que se entablaban en ciertos centros de la vida social, en relación más o menos estrecha con la estructura de las clases sociales y la diversidad de los géneros de vida. El primero de esos centros está animado por el clero: es la iglesia, centro de la vida parroquial. La iglesia, en la Edad Media, no es sólo un hogar de vida espiritual común —muy importante por otro lado, puesto que en él se forman, en torno a los temas de propaganda de la Iglesia, mentalidades y sensibilidades—, sino también un lugar de asamblea. Se celebran en ella reuniones, sus campanas llaman a la gente en caso de peligro, sobre todo de incendio. En ella tienen lugar conversaciones, juegos, mercados. La iglesia, a pesar de los esfuerzos del clero y de los concilios por limitarla a su papel de casa de Dios, es un centro social de múltiples funciones, comparable a la mezquita musulmana (…) Los medios populares cuentan con otros centros de reunión. En el campo, el molino, al que el campesino debe llevar su grano, hacer cola hasta que le llega su turno y esperar después su harina, es un lugar de reunión. Es fácil imaginar que allí se comentaban con frecuencia las innovaciones rurales, que desde allí se difundían, y que las revueltas campesinas también se fraguaban allí (…) En la ciudad y en la aldea, el gran centro social es la taberna. Puesto que se trata en general de una taberna «banal», perteneciente al señor, y puesto que el vino o la cerveza que allí se beben son, la mayoría de las veces, proporcionados o tasados por él, el señor fomenta su asistencia. El cura, por el contrario, lanza vituperios contra ese centro de vicio en el que se da libre curso a los juegos de azar y a la borrachera y donde se hace la competencia a las reuniones parroquiales, a los sermones, a los oficios religiosos.” “A veces se ha dicho que la fe religiosa es la que ha proporcionado a ciertas revueltas sociales el cemento y el ideal que necesitaban sus reivindicaciones materiales. La forma suprema de los movimientos revolucionarios habría sido la herejía. No cabe duda de que las herejías medievales fueron adoptadas más o menos conscientemente sobre todo por categorías sociales descontentas de su suerte (…) Pero esas herejías resultaban peligrosas para la Iglesia y para el orden feudal. Por esa razón se persiguió a los herejes y se les rechazó hacia los espacios de exclusión de la sociedad que, durante los siglos XII y XIII, gracias al impulso de la Iglesia, se fueron delimitando cada vez más. Bajo la influencia de los canonistas, en el momento en que se establece la Inquisición, la herejía queda definida como un crimen de «lesa majestad», un atentado al «bien público de la Iglesia», al «buen orden de la sociedad cristiana».” La mentalidad medieval. “Lo que domina la mentalidad y la sensibilidad del hombre medieval, lo que determina lo esencial de sus actitudes es el sentimiento de inseguridad. Inseguridad material y moral para las que, según la Iglesia, como hemos visto, sólo hay un remedio: apoyarse en la solidaridad del grupo, de las comunidades de las que se forma parte, y evitar la ruptura de esta solidaridad por ambición o por fracaso. Inseguridad fundamental que se centra, en definitiva, en la vida futura, que no se le asegura a nadie, y que las buenas obras y la buena conducta jamás garantizan por completo. El peligro de condenación eterna, con la colaboración del diablo, es tan grande y las posibilidades de salvación tan escasas que el miedo prevalece necesariamente a la esperanza.” |
![]() | ![]() | ||
![]() | ![]() | «Catástrofes medievales», Cuadernos de Historia 16, n.º 120, Madrid, 1985, Textos, p. III | |
![]() | «Catástrofes medievales», Cuadernos de Historia 16, n.º 120, Madrid, 1985, Textos, p. III | ![]() | |
![]() | ![]() | ||
![]() | ![]() |