El Ángelus, es como un pequeño oficio divino inspirado en la gran devoción de San Francisco de Asís y sus seguidores al misterio de la encarnación
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II Devocional Del Ritual Franciscano I. ÁNGELUS El Ángelus, es como un pequeño oficio divino inspirado en la gran devoción de San Francisco de Asís y sus seguidores al misterio de la encarnación. Parece que fue, en efecto, Francisco de Asís quien tuvo la genial ocurrencia de iniciar esta practica de enhebrar “avemarías”, adobadas con pasajes evangélicos clave, al son de campanadas, y salpicando las horas punta de la jornada a su retorno de Oriente, impresionado por los mohezines llamando a gritos a la oración desde los minaretes de las mezquitas, en distintos momentos del día. Posiblemente los franciscanos asumieron la propagación de esta idea. Lo cierto es que se tiene por seguro que el “Ángelus”, como tal, nace en el convento franciscano de Arezzo, en 1250, treinta años después de la vuelta de Francisco de país de Jesús. El Ángelus tiene la forma de una hora menor, pero sustituyendo los tres salmos por tres avemarías, enmarcadas por tres antífonas, que contemplan el misterio de la encarnación. Siguen el versículo y la oración final. Tenemos aquí una bellísima conmemoración del misterio. Con las avemarías meditamos la actitud de María y la nuestra ante este gran misterio. La oración final es una síntesis admirable del misterio de pascua. Pedimos a Dios que también nosotros, por el conocimiento de la encarnación y siguiendo los pasos de Cristo en su pasión y muerte, podamos participar de su resurrección y gloria. Tres veces al día son convocados los fieles al son de la campana a este encuentro con Cristo por María. Los cristianos de la Iglesia primitiva rezaban tres veces al día el Padrenuestro. En medio de la agitación diaria, el Ángelus puede constituir una forma práctica de vivir el cristiano su vocación de hombre de oración, pues eso es lo que realmente importa. “El pueblo cristiano-afirma Juan pablo II-amó, a través de generaciones, la plegaria del Ángelus, a la cual nos invita la campana de la iglesia todos los días, por la mañana, a mediodía, y por la tarde. Mediante esta plegaria, la Madre de Dios está particularmente en medio de nosotros de una manera espiritual”. V. El ángel del Señor anunció a María. R. Y concibió por obra del Espíritu Santo. Dios te salve, María. V. He aquí la esclava del Señor. R. Hágase en mí según tu palabra. Dios te salve; María. V. La Palabra se hizo carne. R. Y habitó entre nosotros. Dios te salve, María. V. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios. R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Oremos: Derrama, Señor tu gracia sobre nosotros, que por el anuncio del ángel hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos por su pasión y su cruz, y con la intercesión de la Virgen maría, a la gloria de la resurrección. Por Jesucristo nuestro Señor. II. ROSARIO MARIANO Francisco de Asís no puede ser considerado en verdad como el “autor” del Rosario. Sin embargo, la devoción del santo y sus seguidores a los misterios de la encarnación, pasión, muerte y resurrección de Cristo está, sin duda, en la raíz del origen del Rosario, que se extendería en el pueblo cristiano por obra, sobre todo, de las Ordenes Mendicantes. “El Rosario –nos dice Pablo VI en la ‘Marialis cultus’- considera en armónica sucesión los principales acontecimientos salvíficos que se cumplieron en Cristo: desde su concepción virginal y los misterios de su infancia, hasta los momentos culminantes de su Pascua, la Pasión y gloriosa Resurrección, así como los frutos que de ella derivaron para la Iglesia naciente el día de Pentecostés y para la Virgen María en el día en que, terminado el exilio terreno, fue asunta en cuerpo y alma a la patria celestial” (MC 45). “Por su naturaleza, el rezo del Rosario exige una recitación tranquila y un ritmo reflexivo que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través de Aquella que estuvo más cerca que nadie de él, y le ayude a descubrir sus insondables riquezas” (MC 47). “Cada uno de los elementos del rosario mariano tiene su índole propia, que debe reflejarse en el rezo: será, pues, ponderado en el Padrenuestro; lírico y laudatorio en la pausada repetición de las Avemarías; contemplativo en la atenta meditación de los misterios; impregnado de adoración en la doxología” (MC 50). |
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