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Documento obtenido en: http://www.eumed.net/economistas/05/schelling.htm En este sitio web se indica: Reproducimos aquí el primer capítulo del libro, según la primera edición en español, Fondo de Cultura Económica, México 1989. Libro: Micromotivos y macroconducta. Autor: Thomas C. Schelling Capitulo 1: “Micromotivos y macroconducta”. Alguna vez fui invitado a dictar una conferencia a un público numeroso; el programa iba a comenzar a las 8 de la noche. Seguí a mi escolta, llegué al edificio por la entrada del escenario y permanecí en un costado mientras me colgaban un micrófono del cuello. Alcancé a ver las primeras doce filas: nadie había llegado. Supuse que las 8 quería decir las 8:15, como procede en una reunión académica, y quedé perplejo cuando mi anfitrión se dirigió al estrado, hizo una reverencia hacia las filas de asientos vacíos e hizo los ademanes correspondientes a mi presentación. Después de oponer alguna resistencia, fui gentilmente empujado para sacarme del proscenio y dirigirme hacia la tribuna. Había 800 personas en la sala, abarrotada desde la decimotercera fila hasta la lejana pared del fondo. Con una cierta sensación de estar dirigiéndome a una multitud que se encontraba en la ribera opuesta de un río, dicté mi conferencia. Más tarde pregunté a mis anfitriones por qué habían distribuido a la concurrencia de esa manera. Ellos no habían tenido nada que ver en el asunto. No habían apartado los asientos y no había acomodadores. Cada quien se acomodó donde quiso, y la distribución del público no era más que un reflejo de sus preferencias. ¿Cuáles hemos de suponer que eran esas preferencias? Es posible que todos hayan preferido que el auditorio entero se concentrara en las 24 filas del fondo y dejaran vacías la primera docena. Sin embargo, nadie determinó el lugar donde debía sentarse el resto de la concurrencia, salvo que haya puesto algún ejemplo. La gente no votó con sus traseros por un plan de acomodo. Todo lo que hizo fue escoger, de los lugares disponibles, aquél en el cual deseaba sentarse, después de escudriñar la sala conforme iba caminando por el pasillo. ¿Podemos adivinar qué criterios siguió la gente para elegir sus asientos? Yo agregaría que, por lo que pude observar, las personas de las distintas filas no se diferenciaban en nada. La gente que se encontraba al frente no se distinguía de la del fondo por tener más edad, por estar mejor vestida o por formar grupos de hombres o de mujeres. Los que estaban al frente -la decimotercera fila- pueden haberse mostrado más atentos que el resto; empero, probablemente se dieran cuenta de que (incluso a esa distancia) yo podía vedos parpadear o asentir con la cabeza y se sintieran motivados a seguir un poco más alerta. A pesar de mi curiosidad, olvidé preguntar a mis anfitriones cuál había sido el orden en el que se llenaron las distintas filas ¿Se llenaron en secuencia de atrás para adelante? ¿Se distribuyó la gente al azar entre las doce últimas filas de atrás? O bien, ¿los que llegaron primero ocuparon la decimotercera fila y los que llegaron después se sentaron en las últimas filas subsiguientes hacia el fondo? Esto último resulta improbable; sería una coincidencia que los primeros en llegar hayan escogido un límite del frente que, en última instancia, marcara, a toda su capacidad, el número exacto de personas que aparecieran. La dinámica tenía que explicar el hecho de que una zona reducida fuera ocupada por gente que no podía saber cuántas personas iban a llegar tarde. Hay varias razones por las que podría interesamos la pregunta de qué estaba haciendo, o pensaba que estaba haciendo, o estaba tratando de hacer, esa gente al acomodarse de la manera como lo hizo. Una es que no nos gusta el resultado; preferimos que todos estén en las primeras 24 filas, no en las últimas 24, o que se distribuyan en todo el auditorio. Si deseamos alterar la pauta con un mínimo de organización, con la menor interferencia posible en las preferencias del auditorio, necesitamos saber si podemos cambiar sutilmente sus motivaciones o sus percepciones del salón de actos, de tal manera que, "voluntariamente", elijan una mejor pauta para sentarse. Y, antes de que hagamos tal cosa, debiéramos saber si el público mismo desea la distribución de los asientos que eligió, y si el hecho de haber escogido los asientos en que se sentaron constituye una evidencia de que deben estar satisfechos con su elección. Una segunda razón de interés es que puede haber algo en este proceso que nos recuerda otras situaciones en las cuales la gente se ubica voluntariamente en cierta pauta que no tiene ventajas evidentes, incluso para las personas que, con su propia elección, constituyen la pauta. La ubicación de la residencia es un ejemplo. Este experimento de laboratorio en la sala de actos puede señalamos qué es lo que debemos buscar en otras situaciones. Mi propósito inmediato al invitarlos a especular acerca de los motivos que produjeron ese tipo de distribución para sentarse no es ni elaborar un manual de administración de auditorios ni sacar analogías con la elección de barrio, la conducta de las multitudes o la manera como se ocupan los "cajones" de estacionamiento, sino darles un ejemplo vívido de lo que trata este libro: un tipo de análisis característico de gran parte de las ciencias sociales, especialmente la parte más teórica. Ese tipo de análisis explora la relación entre las características de conducta de los individuos que integran algún agregado social, y las características del agregado. Este análisis a veces emplea lo que se sabe acerca de las intenciones de los individuos con el objeto de predecir los agregados: si sabemos que la gente que entra en un auditorio tiene un deseo social de sentarse cerca de alguien pero que siempre dejará un lugar vacío junto a sí, podemos predecir algo acerca de la pauta que se establecerá cuando haya llegado todo el público. Por otro lado, este tipo de análisis puede hacer lo que les pedía yo a ustedes: tratar de deducir qué intenciones, o tipos de conducta, de individuos separados pudiera conducir a la pauta que observamos. Si hay varias conductas posibles que pudieran producir lo que hemos observado, podemos buscar evidencia mediante la cual elijamos entre ellas. Claro está, hay casos sencillos en los cuales el agregado es una mera extrapoIación del individuo. Si sabemos que todos los conductores, por decisión propia, encienden sus luces al atardecer, podemos aventurar que desde nuestro helicóptero veremos que todas las luces de una localidad si encienden al mismo tiempo. Incluso podríamos orientar el rumbo si consideráramos que la cascada de luces que cae sobre la caseta de cobro de Massachusetts se dirigirá hacia el oeste al llegar la oscuridad. No obstante, si la mayoría de la gente enciende sus luces cuando alguna fracción de los automóviles de adelante ya las tiene encendidas, entonces veremos un cuadro diferente desde nuestro helicóptero. En el segundo caso, los automovilistas están respondiendo a la conducta de los otros y están influyendo en la conducta de los demás. Los individuos están respondiendo a un entorno que consiste en la respuesta de otra gente a su entorno, el cual consiste en la gente que responde a un entorno de respuestas de personas. A veces las dinámicas funcionan por secuencia: si sus luces hacen que yo encienda las mías, éstas harán que otro encienda las suyas, pero no usted. En ocasiones las dinámicas son recíprocas: al oír que usted toca la bocina de su automóvil, yo haré lo mismo con la mía, lo cual provocará que usted la haga sonar entonces con mayor insistencia. Estas situaciones, en las cuales la conducta o las decisiones de la gente dependen de la conducta o de las decisiones de otros, son las que generalmente no permiten una simple suma o extrapolación de los agregados. Para hacer esa conexión por lo regular tenemos que observar el sistema de interacción que se da entre los individuos y su entorno, es decir, entre unos individuos y otros o entre los individuos y la colectividad. A veces los resultados son sorprendentes y en ocasiones no se deducen fácilmente. A veces el análisis resulta complicado y en ocasiones no produce conclusiones. Sin embargo, aun el análisis que no arroja conclusiones puede ponernos sobre aviso para no saltar a conclusiones acerca de las intenciones individuales a partir de las observaciones de los agregados, o saltar a conclusiones acerca de la conducta de los agregados a partir de lo que sabemos o de lo que podemos deducir acerca de las intenciones individuales. Regresemos al público de mi conferencia y especulemos un poco sobre los motivos que pudieron provocar que la gente se sentara de la manera como lo hizo. (No necesitamos dar por sentado que todos ellos tenían las mismas intenciones.) ¿Cuáles son las conjeturas posibles -hipótesis alternativas- acerca de lo que esa gente estaba haciendo de modo que se produjera el resultado descrito? ¿Cómo evaluamos el resultado a la luz de cada hipótesis? ¿Cómo podríamos influir en el resultado, según las distintas hipótesis? ¿Cuánto margen le deja cada hipótesis a la intervención de la casualidad o de la arquitectura? Y, ¿podemos analizar las diversas hipótesis, escoger entre ellas, o rechazar todas y proseguir la búsqueda? Una posibilidad obvia es que a toda la gente le guste sentarse en el lugar del fondo más alejado posible. Los que llegan primero procuran sentarse en la parte más recóndita; los que llegan tarde pueden desear haber llegado más temprano, pero no hay manera de mejorar la situación del público pues aunque pudiéramos mover a todos hacia el fondo, siempre habría alguien que tendría que irse para adelante. Si se bloquearan las doce últimas filas. Todo el público se trasladaría doce asientos hacia adelante, si ése es el lugar que queremos que ocupen. Una segunda posibilidad, no la misma, es que todos deseen sentarse atrás del resto de la concurrencia, no en el fondo de la sala, sino atrás del resto de la gente. (Tal vez quieran salir primero al terminar la reunión.) Pueden preferir que todos los demás se desplacen lo más adelante posible, de manera que ellos también puedan estar lo más al frente posible y que sigan conservando su posición detrás de todos. Para lograrlo, los que llegan primero se sientan lo bastante lejos en el fondo de modo que haya espacio para los que lleguen más tarde, quienes, por tanto, se sientan detrás de ellos, no adelante; o bien, si los que llegan primero atribuyen la misma conducta a los que lleguen más tarde, tendrán que elegir la fila más alejada del fondo pues de otra manera la gente se acumulará detrás de ellos. Asimismo, bloquear las últimas doce filas desplazará a todos hacia el frente, si allí es donde queremos que estén, y acaso allí es donde a ellos les gustaría estar. Sencillamente no llegaron hasta ahí. Una tercera posibilidad es que todo el mundo desee sentarse cerca de la gente, ya sea por sociable o por evitar quedarse señaladamente a solas. Si los pocos que llegan primero ocupan por casualidad la parte del fondo, los que lleguen después se agruparán allí hasta que la zona ocupada se extienda hasta el fondo. A partir de ahí, no habrá dónde sentarse más que en el frente y, para estar cerca de la gente, los que llegan al último llenan las filas que están inmediatamente adelante de los que llegaron primero. Si pudiéramos lograr que los pocos que llegaran primero se sentaran hacia el frente, el mismo proceso produciría el resultado contrario: los que llegan tarde -al encontrar lleno el frente llenarán las filas que se encuentran inmediatamente después. De cualquier manera, los que llegan primero quedan rodeados y todo el mundo se concentra en un lugar. No obstante, en un caso se sientan en el frente y en el otro ocupan la parte del fondo. Un resultado puede gustamos más que el otro. O bien ellos pueden preferir uno más que otro. Una cuarta posibilidad es que todo el mundo quiera observar la llegada de la gente, como sucede en las bodas. Con el objeto de no estirar el cuello y de que otros no se den cuenta que están observando se sientan lo más al fondo posible y miran a la gente ir y venir por el pasillo. Una vez que las personas se sientan ya no conviene tomar un lugar en el fondo (ya sea atrás de otra gente o atrás de la sala). Si pudiéramos calcular el volumen de personas y bloquear las filas de atrás, todo el mundo se preocuparía por su vista y se ubicaría doce filas más cerca de lo que está presenciando y no se daría esa embarazosa brecha entre el orador y el público; Ahora bien, si hiciéramos que la gente entrara por el frente en vez de hacerlo por la parte de atrás, los que hayan llegado primero podrían combinar mejores lugares en el frente con la misma oportunidad de observar la llegada de los que lleguen más tarde. Una hipótesis más es que la mayoría de los miembros del público hayan creado sus hábitos de selección de lugar en otros tiempos y en otros sitios, en los cuales descubrieran que no era conveniente sentarse en el frente. Sin reflexionar en ello, se sentaron en la parte del fondo, como siempre lo hacen; más tarde tal vez se hayan dado cuenta de que no había un maestro que hiciera preguntas a los estudiantes de la primera fila y que bien hubieran podido sentarse en la parte delantera y ver y oír mejor. Y así por el estilo. Incluso podríamos proponer que la gente simplemente se encuentra cansada y escoge el primer asiento vacío al entrar en el lugar de que se trate. Sin embargo, esa conducta tendría que ir acompañada de una regla del decoro -que la primera persona de cualquier fila debe desplazarse hacia la parte intermedia, entre los dos pasillos, y la siguiente persona debe cambiarse al lado, de modo de reducir al mínimo el estar cambiando de asientos- para que esta hipótesis "del mínimo esfuerzo" arroje el resultado observado. Hay una hipótesis que considero interesante porque, pese a su carácter mínimo, resulta suficiente. Me refiero al hecho de que a nadie le importa dónde se siente, siempre y cuando no sea en la parte extrema del frente ni en la primera fila ocupada. Fuera de las 24 filas que pudieran estar parcialmente ocupadas, una persona es indiferente a 23 de ellas. Sólo que no desea sentarse en la primera. De hecho, todos pueden desear sentarse lo más adelante posible, con la única salvedad de que no sea en la primera fila ocupada. Para colocarse en la parte segura -y sin saber cuán grande será el volumen del público-, la gente se sienta en la parte del fondo; cuando comienza a hacerse patente que la mayoría del público ha llegado ya, la gente pasará por encima de los que están sentados para ocupar los asientos vacíos en la sección donde hay más personas en vez de escoger esa fila desocupada que está al frente de todo el mundo. Por supuesto, alguien termina sentándose frente a toda la gente. Y todos ellos podrían sentirse igual de complacidos, o más, si todo el público se cambiara 12 filas adelante. La gente que se encuentra en las otras 23 filas seguramente preferiría que todo el público se desplazara hacia el frente. Una hipótesis aún más débil es que a la gente ni siquiera le importe estar en la misma primera fila ocupada siempre y cuando las filas que se encuentran atrás de ellos estén ocupadas, de modo que no queden en el extremo delantero señaladamente aislados. Esto puede producir el mismo resultado. CONDUCTA DELIBERADA Observe usted que en todas estas hipótesis hay una idea de que la gente tiene preferencias, persigue objetivos; reduce al mínimo el esfuerzo o el desconcierto o procura el lugar que le permite ver mejor o estar más cómoda; busca compañía o la evita; o bien, que se conduce de una manera que podríamos llamar "deliberada". Además, las metas, los propósitos o los objetivos se relacionan directamente con otras personas y su conducta, o están restringidos por un entorno constituido por otros individuos que persiguen sus propias metas, sus propósitos o sus objetivos. Estamos ante lo que comúnmente se llama conducta dependiente, la cual depende de lo que estén haciendo los demás. En otras ciencias, y en ocasiones en las ciencias sociales, atribuimos metafóricamente motivos a la conducta porque algo se conduce como si estuviera orientado hacia un objetivo. El agua busca su propio nivel. La naturaleza detesta el vacío. Las pompas de jabón reducen al mínimo la tensión de la superficie y la luz recorre un camino que, al permitir distintas velocidades a través de diferentes medios, reduce al mínimo el tiempo del viaje. No obstante, si llenamos de agua un tubo con forma de "J" Y obstruimos la salida inferior de modo que el agua del tubo no pueda alcanzar su propio nivel, en realidad nadie supondrá que el agua se sienta frustrada. Y si luego abriéramos la parte inferior del tubo de manera que la mayor parte del agua se riegue en el piso, nadie reprochará al agua falta de prevención sólo por haberse derramado al buscar su propio nivel. La mayoría de nosotros no piensa que la luz de hecho tenga prisa. A últimas fechas hay algunos entre nosotros que consideran que los girasoles se angustian si no pueden seguir al sol, y sabemos que las hojas de los árboles buscan posiciones que dividan entre sí la luz solar con el objeto de aprovechar la fotosíntesis al máximo. Si estamos en el negocio de la madera, deseamos que las hojas tengan el mejor desempeño, mas no por ellas; ni siquiera podríamos estar seguros de que las hojas estén actuando por cuenta propia o sean meras esclavas de una enzima, o bien partes de un sistema químico para el cual palabras como "propósito" y "búsqueda" resultan enteramente no atributivas y no evaluadoras. Sin embargo, con la gente el asunto es diferente. Cuando analizamos cómo se conduce la gente al tratar de escapar de un edificio en llamas, queremos significar que en verdad están tratando de escapar. No están actuando simplemente "como si" les disgustara quemarse. Cuando se trata de la gente -a diferencia de los rayos de luz y del agua- por lo regular consideramos que frente a nosotros tenemos decisiones o adaptaciones conscientes en la búsqueda de objetivos, inmediatos o remotos, dentro de los límites de su información y de su comprensión de cómo navegar por su entorno hacia sus objetivos, cualesquiera que éstos sean. De hecho, a menudo podemos atribuir a las personas cierta capacidad para resolver problemas: calcular o percibir de manera intuitiva cómo llegar de aquí a allá. Y si sabemos qué problema está tratando de resolver una persona, y si consideramos que de hecho puede resolverlo, y si nosotros también podemos resolverlo, resulta posible que anticipemos lo que hará nuestro individuo al ponernos en su lugar y resolver su problema de la manera como nosotros pensamos que él lo ve. Éste es el método de la "solución del problema" que subyace a la mayor parte de la microeconomía. Una ventaja de estudiar las sustancias inconscientes "en busca de un objetivo" (como el agua que busca su propio nivelo, en el campo de la biología, los gene s que procuran proteger y multiplicar los genes que se parecen a ellos) radica en que no es probable que olvidemos que los motivos que atribuimos no son más que una conveniencia de expresión, una analogía sugerente o una fórmula útil. Cuando se trata de personas, podemos ser arrastrados con nuestra imagen de búsqueda de objetivos y solución de problemas. Podemos olvidar que la gente persigue metas equivocadas o que desconocen sus objetivos, y que disfrutan o padecen procesos subconscientes que los engañan respecto de sus metas. Y podemos exagerar cuánto bien se logra cuando la gente alcanza las metas que nosotros pensamos que ellos piensan que han estado persiguiendo. Sin embargo, no cabe duda de que este tipo de análisis invita a la evaluación. Resulta complicado explorar lo que sucede cuando la gente se conduce con un propósito sin sentir curiosidad, incluso preocupación, por la proporción positiva o negativa del resultado en relación con el propósito. Los científicos sociales se parecen más a los guardabosques que a los naturalistas. El naturalista puede interesarse en lo que provoque que una especie se extinga, sin que le importe si llega a extinguirse o no. (Si se extinguió hace un millón de años, sin duda su curiosidad carece de importancia.) Al guardabosques le interesa si los búfalos desaparecen o no y cómo conservarlos en un equilibrio saludable con el ambiente. Lo que hace interesante y difícil esta evaluación es que todo el resultado agregado es lo que será evaluado, no sólo lo que hace cada persona dentro de las restricciones de su propio medio. En un edificio en llamas puede resultar sensato correr, no caminar, hacia la salida más próxima, sobre todo si los demás están corriendo; lo que ha de ser evaluado es cuántos logran salir a salvo del edificio si todos corren, cada uno haciendo su máximo esfuerzo para salvarse. Es posible que todo el que entrara en mi auditorio haya realizado bien su elección del mejor asiento disponible en el momento de su llegada al lugar. (Después de que las 800 personas habían tomado sus asientos, tal vez algunas hayan deseado haberse sentado un poco más al frente cuando vieron dónde se sentaban los demás y cuántos más llegaban.) Sin embargo, el interrogante más interesante no es cuántas personas desearían cambiarse de lugar después de ver dónde se sentaban los demás; lo más interesante es saber si una distribución enteramente distinta en la elección de los asientos podría satisfacer de mejor manera los propósitos de muchos, de la mayoría, o de todos ellos. Lo bien que cada uno se adapte a su medio social es lo mismo que lo satisfactorio de un entorno social que creen colectivamente para sí mismos. |
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