Entre el comienzo de la última dictadura y 2001, los compromisos externos se multiplicaron 20 veces, de 000 millones de dólares a 160. 000 millones. Crónica desde la alianza militar con el fmi hasta el canje de deuda






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La gran deudora del sud (II)

Entre el comienzo de la última dictadura y 2001, los compromisos externos se multiplicaron 20 veces, de 8.000 millones de dólares a 160.000 millones. Crónica desde la alianza militar con el FMI hasta el canje de deuda.


Sergio Wischñevsky*

21.03.2010



La desclasificación de importantes documentos de los archivos estadounidenses ha demostrado cómo se bloqueó económicamente a la Argentina desde 1945 hasta 1955. Durante dichos años, el país no adhiere al FMI creado en las reuniones de Breton Woods en 1944 y se aparta de cualquier organismo multilateral de crédito. En 1957, la autodenominada Revolución Libertadora toma el camino inverso, se asocia con el FMI y recibe de ese organismo el apoyo crediticio que necesitaba. Veinte años después se repetirá el procedimiento. 

Apenas producido el golpe de 1976, el FMI aprobó con sorprendente celeridad una serie de préstamos que resolvieron los problemas más acuciantes. Sin ningún disimulo, quedó claro el cambio de actitud respecto del gobierno anterior, que había realizado infructuosos esfuerzos por conseguir apoyo financiero sin éxito. En agosto, otro préstamo de 260 millones de dólares se constituye en el mayor otorgado hasta ese momento a un país latinoamericano. Siguieron más préstamos y ya para octubre de 1976 el equipo del ministro Martínez de Hoz contaba con el oxígeno necesario para encarar el proceso de reformas más drástico de nuestra historia. La sombra de la deuda externa llegaba para quedarse. 

En las casi dos décadas que transcurren entre el acuerdo con el FMI en 1957 y el golpe de 1976, el endeudamiento y los planes de ajuste se hicieron presentes en forma cíclica. El objetivo de encaminar la economía hacia un modelo exportador que achicara los gastos públicos, los salarios y el mercado interno en general chocaba recurrentemente con la resistencia de los sectores perjudicados.

Nuestra deuda externa en ese período, si bien abultada, no representaba una preocupación dramática. En cambio, entre el comienzo de la última dictadura y el año 2001, la deuda se multiplicó casi por 20 pasando de menos de 8.000 millones de dólares a cerca de 160.000 millones; a pesar de que se pagaron alrededor de 200.000 millones de dólares, o sea, cerca de 25 veces lo que se debía en marzo de 1976.

Durante casi medio siglo y hasta bien entrados los años sesenta, las naciones latinoamericanas sufrieron una intensa y persistente restricción externa. El crédito disponible era escaso y se concentraba en pocas manos. Organismos como el FMI y el Banco Mundial planteaban grandes exigencias para conceder fondos. A comienzos de la década del setenta, la situación cambió a un ritmo tan rápido que ni los propios observadores del fenómeno pudieron imaginar sus efectos y consecuencias. Los grandes bancos transnacionales comenzaron a ofrecer créditos abundantes a toda América latina (AL). Esta oferta tuvo su origen en el aumento súbito de la liquidez internacional producida sobre todo por el boom de los petrodólares que, al incrementar los depósitos, impulsó a los banqueros a buscar nuevos clientes. El monto contable de esos préstamos se multiplicó 40 veces en ese lapso.

Pero sería un error mirar la deuda externa como un conflicto que se establece entre la Argentina y las potencias extranjeras a través de sus bancos. Trazar un corte entre lo nacional y lo extranjero oculta mal la evidencia de que nutridos y poderosos grupos locales han sido fuertes beneficiarios de la política de endeudamiento. Que la Argentina se endeudó y pagó en demasía es un dato tan relevante como el hecho de que en el transcurso de ese proceso cambió su estructura productiva, sus relaciones de equilibrio interno y sus niveles de vida y pautas culturales históricas, beneficiando sobremanera a ciertos grupos económicos para quienes la deuda fue un gran negocio, haciendo perder posiciones relativas a otros y cargando el peso sobre los sectores asalariados, tanto obreros como de clase media. Los sectores privados que se endeudaron consiguieron establecer claras ventajas sobre los restantes sectores privados que no tuvieron acceso a este tipo de financiamiento. El Estado, en cambio, hasta 1980 no se endeudó aún de manera tan significativa. En el caso argentino, los factores que desencadenan el endeudamiento masivo fueron los sectores privados. Es a partir de 1980 que comenzará el vertiginoso endeudamiento estatal. A partir de 1981, comienza el proceso de estatización de la deuda privada con los seguros de cambio implementados por el entonces presidente del Banco Central Domingo Cavallo y que continuará, incluso, durante el gobierno democrático de Alfonsín, mediante el mecanismo que se dio en llamar capitalización de deuda.

A raíz de la crisis internacional de 1982, originada por las dificultades de pago en México, el FMI se lanza a proponer y supervisar políticas de ajuste en toda AL con el objetivo de garantizar el cobro. 

Algunas cifras dan cuenta de la magnitud del problema. La relación entre el stock de la deuda y el producto bruto argentino paso del 12% en 1978 a más del 50% en 1982 y en los años siguientes se siguió agravando. Estos desequilibrios producidos por el desangramiento de la economía argentina en pos del pago de su deuda llevaron toda la década del 80, poniendo en jaque al primer gobierno democrático. La inversión estatal en desarrollo interno cayó del 10% del PBI a comienzos de la década del 80 a menos del 2% a mediados de los 90. Aunque parte de esa caída se explica por las privatizaciones, no deja de ser impactante. 

Comienza la era de los préstamos para pagar intereses. En 1987 estaba claro que las naciones de AL no podían pagar y comenzaron a buscarse alternativas. El Plan Baker –por el Secretario de Estado de EE.UU. que lo ideó– dio algunas prórrogas, pero lo fundamental es que puso como condición de futuros préstamos el compromiso de reformas estructurales en la economía. Fue mucho más allá de un simple ajuste, impulsó cambios de fondo. No solucionó en nada el problema de la deuda, pero se convirtió en el dogma de Washington. 

El menemismo asumió que las causas de la crisis provenían de no haber aplicado a fondo las políticas del consenso de Washington y convirtió a la Argentina, a partir de 1989, en la abanderada de ese rumbo. Así dio inicio el proceso de privatización de empresas públicas, apertura de la economía, desregulación del mercado y refinanciación de la deuda y cambio de deuda por acciones de empresas estatales. Lo desmesurado de este proceso privatizador es que, aun siendo el más intenso que se conoció hasta entonces, no sirvió para mejorar significativamente las cuentas públicas. Una vez más, la deuda externa sirvió como palanca de reformas estructurales que se realizaron en su nombre.

El Plan Brady constituye una vuelta de tuerca. Permitió el cambio de la deuda por bonos a 30 años. No mejoró las deudas pero sí las cuentas de los bancos, pues logró bajar sus riesgos. Al vender en el mercado los bonos de deuda argentina masificó la tenencia de las deudas en los mercados occidentales al punto de que hoy es difícil saber quién los tiene. La permanente amenaza de la cesación de pagos que tanto preocupaba a los bancos internacionales se alivió. Fue un cambio histórico: la deuda latinoamericana emitida en bonos paso de 18.000 en 1986 a 125.000 millones de dólares en los años noventa; los préstamos bancarios, en cambio, cayeron de 97.000 millones a 30.000 millones de dólares en el mismo período.

Por eso es que los protagonistas de las renegociaciones son ahora los tenedores de bonos. En 1992. al firmar el Plan Brady, el ministro Cavallo proclamó: “El problema de la deuda está resuelto”. Era cierto si se refería al problema para los bancos. No para el país. Uno de los caminos paradójicos de la deuda externa argentina es que una parte considerable de la misma comienza siendo un negocio entre bancos privados y empresarios locales y, mediante un sinuoso camino, termina teniendo como negociadores a bonistas particulares y al Estado argentino. 

La sombra de la deuda continúa bloqueando los caminos hacia el desarrollo y la integración social. Nuevamente la encrucijada se plantea entre expansión o ajuste. Buen tema para pensar y decidir en el año del Bicentenario de la Revolución, con tantas promesas de nación aún pendientes.

* Profesor de Historia de la UBA

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