La insustentabilidad de la industria del cobre en chile: los hornos y los bosques durante el siglo XIX






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fecha de publicación29.07.2015
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LA INSUSTENTABILIDAD DE LA INDUSTRIA DEL COBRE EN CHILE: LOS HORNOS Y LOS BOSQUES DURANTE EL SIGLO XIX.
Mauricio Folchi Donoso*
«La explotación de las minas tomó proporciones colosales, los hornos de fundición cubrieron el territorio

que se extiende desde el Maipo a Copiapó, y Chile, que había vivido en la creencia de que los bosques eran

inagotables, supo un día con asombro, que ya no le quedaban más que restos escasos de aquel tesoro

inmenso» Rafael Larraín Moxó, 18721

b) La industria del cobre en el siglo XIX
Después de la Independencia, el cobre, al igual que los demás productos de exportación que habían circulado en el restringido espacio comercial del monopolio imperial, apenas agujereado por un contrabando reducido, vio ampliarse definitivamente sus fronteras. Este paso generó cambios importantes de orden financiero y comercial que se tradujeron en un fuerte incentivo para el desarrollo de la industria cuprífera en lo que restaba del siglo XIX.
En marzo de 1813, el Senado chileno decretó el libre comercio, esto era, el intercambio recíproco en los puertos mayores con naves de “naciones amigas”. Este hito inaugura el primer ciclo de expansión de la economía chilena. La apertura comercial progresiva, llevó aparejado el incremento de la producción destinada al mercado externo. Las mercancías que Chile exportó fueron fundamentalmente primarias; metal amonedable, cobre y trigo. Este intercambio se desarrolló principalmente con las naciones noratlánticas: Francia, Alemania, Holanda y muy especialmente Inglaterra, aunque también se registró un importante comercio con Estados Unidos, otras naciones latinoamericanas e incluso con la India.14 En ese momento, Chile «prometía convertirse en una gran factoría, una cabeza de puente para los mercados para toda la región del Pacífico»15. Sin embargo, nuestro país no asumió el desafío que su posición geoeconómica le insinuaba y se conformó, en este escenario de intercambio comercial internacional, con un papel dependiente. Así, el país se especializó en producir y exportar lo que las empresas mercantil-financieras extranjeras que operaron sobre nuestra economía querían comprar (productos primarios); y en importar los medios de consumo y “modernización” que esas casas querían vender.16 Desde el punto de vista del tráfico, para los comerciantes ingleses que introducían productos elaborados en Chile, los productos minerales eran un negocio redondo, pues en el viaje de regreso de todos modos debían cargar lastre en sus bodegas.
En verdad, Chile no tenía una diversidad de productos que ofrecer al mercado exterior. Éramos básicamente “productores” de metales, vocación que se vio incentivada, para el caso específico del cobre, con la convergencia de varios factores. En primer lugar, el comienzo del fenómeno llamado “revolución industrial” que se tradujo desde comienzos del siglo XIX en un aumento sostenido del consumo mundial de cobre, y por consiguiente, en la ampliación del mercado externo para el metal rojo chileno. Así mismo, influyó de manera creciente hacia la mitad del siglo, el inicio del agotamiento de las reservas de cobre de Inglaterra.17
Por otra parte, en este contexto de economía primario exportadora, la explotación del cobre resultaba ser mejor negocio que la minería del oro o la plata. Como no se practicaban reconocimientos de ninguna especie, no había certidumbre respecto de la duración y éxito de una faena aurífera o argentífera. El éxito estaba sujeto a la suerte del minero quién además debía hacer frente a un sin número de imponderables que podían perjudicar sus labores. No en pocas ocasiones estas empresas arrojaron sólo pérdidas. La producción de cobre, en cambio, se consideraba mucho más segura. Las vetas no se agotaban repentinamente y los costos se mantenían estables. Así: «La explotación del cobre debe considerarse, sin embargo, como un negocio mucho más lucrativo y como una verdadera rama de la industria del país, pues ocupa numerosos obreros y no está sujeta a un agotamiento de las minas. Aun cuando el descubrimiento casual de minas de plata puede inducir a abandonar las de cobre, los obreros, seducidos a trabajarlas, pero luego desengañados, volverán tarde o temprano a la ocupación mucho más segura que les ofrecen las minas de cobre».18
Durante el siglo XIX la industria del cobre en Chile se expandió con fuerza, el mercado internacional incrementó la demanda por el metal rojo, y sobre todo en la zona norte del territorio, proliferaron las faenas de extracción del mineral y los establecimientos de beneficio.
La estructuración de la “economía mundo” permitió la conformación en Chile de un complejo sistema de financiamiento y comercialización de las riquezas minerales cuyos principales gestores fueron los comerciantes ingleses que se establecieron en el país, especialmente en Valparaíso. En este período se produjo, además, en concordancia con este auge comercial para la industria del metal rojo, y como consecuencia de él, la primera revolución tecnológica en la explotación del cobre. La industria inglesa del cobre introdujo un nuevo tipo de horno de fundición que reemplazaría al viejo “horno de manga”, el horno de reverbero, que permitió fundir un tipo de mineral de cobre, los sulfuros o “bronces”, que era lejos lo más abundante y que hasta ese momento, por la imposibilidad tecnológica de beneficiarlo, se despreciaba.19
«Cuando una labor trabajada por metales de cobre daba, como es casi lei universal de su formación jeolojica... en bronces amarillo o morados... declaraban nuestros abuelos la veta en broceo, i sentábanse a su puerta desconsolados renunciando al trabajo i a la esperanza como delante de irremediable calamidad»20
La diferencia fundamental entre el nuevo horno y el español, era que éste tenía dos bóvedas conectadas, una para el mineral y otra para el combustible, cuyo calor fundía el mineral por reverberación.21
Esta renovación tecnológica en la metalurgia del cobre tuvo un impacto considerable para el desarrollo de la industria del metal rojo en nuestro país. Gracias a la innovación metalúrgica introducida por los ingleses, que se difundió en la región minera entre 1831 y 1841, se amplió de forma notable la cantidad de mineral de cobre en disposición de ser explotado, lo cual coincidía con el aumento sostenido de la demanda generada por la industrialización en los países del norte. Como resultado de la convergencia de estos dos factores se produjo un notable incremento en la explotación del mineral. A principios del siglo XIX, es decir, antes que los comerciantes ingleses y con ellos la economía mundo ungiera a la industria del cobre chileno, nuestro país explotaba en promedio 1.500 toneladas anuales (equivalente en cobre fino)22. Durante el último quinquenio de la década del cuarenta, o sea, cuando los nuevos procesos metalúrgicos se habían difundido y la demanda mundial de cobre crecía aceleradamente, la producción del mineral alcanzó las 9.900 toneladas promedio anuales, explotación con la cual nuestro país se hacía responsable del 40% de la producción mundial de este metal.23 Al finalizar este ciclo de auge, en el período 1870-1880, la cantidad de cobre producido en Chile llegaba a las 45.677 toneladas anuales promedio, con lo cual,

nuestro país cubría ya el 62% de las necesidades mundiales de cobre en el mundo y se constituía lejos, en el principal productor del metal rojo.24
El año de 1876 fue el año cúspide de este ciclo ascendente de la industria del cobre. Hasta ese momento la producción se fue incrementando de un año a otro, hasta llegar a la cifra ‘peack’ de 52.308 TM. Desde ese año en adelante, la producción comenzó a decaer, sobre todo después de 1884 cuando el descenso se hizo sostenido. A principios de la década del 80 el panorama de la industria cuprífera comenzaba a tornarse sombrío:
«hoi dia la industria minera en Chile, y mui especialmente la industria del cobre, jime y se retuerce desesperadamente en medio de la inanición y de la indiferencia más inexplicable de nuestros capitalistas y mineros...»25
Hasta 1881 Chile era aún el principal productor de cobre en el mundo. Cinco años más tarde ya había sido superado por la producción ibérica y por Estados Unidos, cuya industria cuprífera experimentaba un desarrollo notable. En 1905, nuestra producción de cobre nos ubicaba ya en el sexto lugar a nivel mundial.26
La crisis de la industria del cobre chileno se debía a varios factores, pero el hecho más claro es que se agotaba un ciclo de crecimiento fácil, basado en la explotación de minerales de ley excepcional, pero no en la optimización de los procesos productivos. Por lo tanto, no se había desarrollado propiamente la “Industria del Cobre”, sino que se había intensificado su explotación, que no es lo mismo.
«Nadie se preocupaba gran cosa de la economía industrial ni de los sistemas razonados de explotación en el trabajo de las minas. El minero no creía tener más misión que la de extraer en el menor tiempo posible la abundante riqueza sin preocuparse del porvenir»27
El auge que experimentó la industria del cobre en la región minera entre 1841 y 1884, obviamente significó el desarrollo de los múltiples eslabones que eran necesarios para alimentar esa industria. Desarrollo portuario y naviero, un incremento y especialización en la mano de obra y un desarrollo de las fórmulas para captarla, la complejización de las formas de financiamiento de las empresas, etc.28 Y también implicó, necesariamente, el desarrollo e intensificación de las faenas de beneficio. El horno de reverbero, en este sentido, es clave, pues no sólo aumentó los volúmenes totales de mineral beneficiado (recordemos que permitía beneficiar el cobre que antes se despreciaba), sino que incrementó el consumo de leña por unidad de mineral beneficiado, pues se generaba más calor, pero con mayor consumo de combustible.29
Si esta es la historia del Norte Chico en este período; una historia de expansión de la industria del cobre, en la que tanto las faenas de extracción como las plantas de beneficio se multiplicaron considerablemente por todos los rincones de la región, no parece descabellado pensar que alguna relación pudo tener dicha actividad con la fisonomía actual del paisaje de dicha región, en términos del impacto que el consumo de leña pudo generar.
Un primer testimonio que respalda esta conjetura nos lo ofrece Vicente Pérez Rosales. En 1846, cuando viajaba desde Copiapó a Chañarcillo, apuntó la existencia de una aguada llamada “el injenio”, que debía su nombre a un establecimiento de fundición que había estado instalado allí en el pasado, cuestión que se podía reconocer, según el viajero,
«por las escorias que aun quedan, i por la total destrucción de toda la vegetación circunvecina»30.

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