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ITINERARIO FORMATIVO DE LAS VOCACIONES SACERDOTALES. MODELOS TEOLOGICO-HISTORICOS Juan Esquerda Bifet Presentación: Las grandes líneas del itinerario formativo en su diversas etapas históricas La formación de las vocaciones sacerdotales ha recorrido ya un itinerario de casi dos milenios. El punto obligado de referencia ha sido y seguirá siendo siempre Jesucristo Sacerdote y Buen Pastor. Pero las modalidades concretas varían según las épocas y culturas. Se puede constatar una evolución homogénea, que es siempre de apertura a las nuevas situaciones socio-culturales y eclesiales, para responder a las nuevas gracias del Espíritu Santo y poder formar a los nuevos apóstoles. En el breve espacio de que disponemos, intentaremos redactar una síntesis de este itinerario histórico, haciendo resaltar las líneas básicas de cada época (en sus modelos teológico-históricos), para llegar a la actualidad formativa de finales del siglo XX e inicio del siglo XXI (o del tercer milenio), intentando vislumbrar las perspectivas de futuro, siempre en una línea armónica de fidelidad y apertura. En cualquier época, se profundiza en la figura de Cristo Sacerdote y Buen Pastor, para trazar las líneas formativas del estilo de vida sacerdotal. Siempre encontramos figuras sacerdotales, documentos, instituciones y, en cierta medida, también planes formativos para el seguimiento evangélico al estilo de los Apóstoles. Al hacer este recorrido sintético, se toma conciencia de estar insertados en un dinamismo del Espíritu Santo, que guía a su Iglesia en toda realidad histórica. Efectivamente, en cada época se pueden constatar gracias especiales o carismas del Espíritu santo y también una respuesta de reflexión, de vivencia y de programación, en un contexto de luces y sombras, de éxitos y de limitaciones propias de la Iglesia peregrina. Del pasado, sólo van quedando aquellos aspectos positivos de valor permanente, que corresponden a una explicitación de los datos revelados sobre el estilo de vida del Buen Pastor y de sus Apóstoles. Dos mil años de historia son ya una herencia de gracia, que ayuda a encontrar el nuevo estilo de vida apostólica y evangélica que corresponde a la actualidad y al próximo futuro. Las líneas evangélicas del seguimiento evangélico al estilo de los Apóstoles, de fraternidad sacerdotal en el Presbiterio y de disponibilidad misionera universal, son las únicas que ofrecen garantía para responder a las nuevas exigencias del Espíritu Santo y a las nuevas necesidades de la Iglesia y de la sociedad humana en el inicio del tercer milenio.1 1. Formación sacerdotal en la época patrística Durante la época patrística, la formación sacerdotal tenía lugar en el seno de las comunidades cristianas, con el influjo de las diversas escuelas teológicas y catequéticas (Jerusalén, Antioquía, Alejandría, Cesarea de Palestina, Roma, etc). Los futuros sacerdotes se formaban en estrecha relación con los obispos respectivos y con su Presbiterio. El itinerario formativo se encuadraba en el contexto de la "Vida Apostólica", es decir, según el estilo de los Apóstoles y de sus sucesores. La santidad a que se aspiraba tenía como objetivo a Cristo Sacerdote Buen Pastor. Era, pues, santidad que miraba a la gloria de Dios y al ministerio pastoral: servicio de la Palabra, celebración de los misterios, dirección de la comunidad, servicios de caridad. El "clérigo" estaba llamado a tener por herencia al Señor. De hecho, durante los primeros siglos, la residencia del obispo era la de los presbíteros y de los que se preparaban para el ministerio. Según los Canones Apostolorum, el obispo tenía de cuidar de su clero2. En Roma, Antioquía, Alejandría, Cesarea de Palestina y norte de Africa, existían escuelas para la formación catequística y teológica.3 En estas escuelas, el representante del obispo (diácono del obispo o "arcediano") cuidaba de la formación de los futuros ministros. Después de la paz de Constantino (a. 313), estas escuelas episcopales fueron insuficientes, y, a veces, muchos clérigos se formaron en escuelas no eclesiásticas. Los concilios tuvieron que dar normas para evitar que entraran en el ministerio hombres sin formación adecuada. Se llegó a prescribir la vida común en dependencia del obispo.4 La diversidad formativa aparecía en diversos matices complementarios. En el Oriente se presentaba la "consagración" a Cristo y, por él, al Padre, bajo la moción del Espíritu Santo. En la escuela antioquena se subrayaba la distinción entre lo divino y lo humano, indicando la naturaleza instrumental del sacerdocio ministerial. En la escuela alejandrina se acentuaba la acción divina. En Occidente, la "consagración" hacía referencia al sacramento recibido, como participación en la unción y misión de Cristo. La santidad debía actuarse según las normas litúrgicas, disciplinares y morales. En Oriente, el sacerdote se presentaba como mediador de una acción divina. Las normas de los concilios sobre la vida de los clérigos reflejaban esta distinción de matices. Siempre se presenta la figura del sacerdote como quien obra en persona de Cristo.5 La formación se recibía en relación con las figuras sacerdotales de la época, especialmente con el propio obispo. Además de los documentos bíblicos, litúrgicos y conciliares (sobre la vida de los clérigos), servían de pauta las cartas de San Ignacio de Antioquía, los libros sobre el sacerdocio de San Juan Crisóstomo, los escritos y ejemplos de San Ambrosio, las pautas o "Regla" de vida clerical de San Agustín, la Regla pastoral de San Gregorio Magno, etc.6 Las Cartas de San Ignacio de Antioquía (hacia el año 105) ofrecen pautas de santidad ministerial y de vida de fraternidad en el Presbiterio y con el propio obispo. Los presbíteros se describen en relación con los Apóstoles. La formación tendía a vivir la unidad eclesial, como un canto que el mismo Cristo dirige al Padre.Ver, por ejemplo, Ad Efesios, 4,1-2. Más incidencia tuvieron en el campo de la formación sacerdotal los seis libros sobre el sacerdocio, de San Juan Crisóstomo, escritos hacia el año 386. Su influjo fue decisivo en los decretos conciliares (sobre la vida de los clérigos) y en las reglas de formación sacerdotal. Los libros sobre el sacerdocio, de San Juan Crisóstomo describen la santidad en relación con Cristo y con el ministerio ejercido en su nombre, en vistas a servir a la comunidad eclesial. El sacerdote ha tenido que formarse en las virtudes características del Buen Pastor, es decir, en la caridad concretada en la pobreza, castidad, celo apostólico, prudencia, mansedumbre, espíritu de oración, etc.7 La formación para el sacerdocio, según San Ambrosio se concreta en cumplir las normas sobre la vida moral, litúrgica y ministerial. Por el hecho de tener por herencia al señor, el clérigo está llamado a la pobreza evangélica, a la castidad y a la caridad para con los pobres (en quienes se esconde Cristo). La santidad sacerdotal es una exigencia de la predicación y de la celebración eucarística. Así llegará a una vida honesta, adornada de todas las virtudes.8 Las normas eclesiales para la formación de los futuros sacerdotes se inspiraron también en la doctrina y ejemplos de San Agustín, especialmente en su modo de practicar la "Vida Apostólica", conviviendo con sus presbíteros. En el Occidente cristiano, durante siglos, la formación sacerdotal tomó como pauta el ejemplo de San Agustín. Muchos Presbiterios se inspiraron en la "Regla" o proyecto de vida eclesial del santo obispo de Hipona. "Todos los buenos pastores se encuentran en uno, son uno. Ellos apacientan, pero es Cristo quien apacienta. Los amigos del esposo no anuncian su propia palabra, sino que se alegran por la palabra del esposo" (sermón 46). El Presbiterio de Hipona era lugar de convivencia de los sacerdotes y de los que se preparaban para el sacerdocio.9 También la Regla Pastoral del Papa San Gregorio Magno influyó durante siglos, a modo de directorio sobre la formación y la práctica apostólica. Las virtudes del sacerdote dicen relación con su ministerio, especialmente por la predicación y la eucaristía. La formación tiene que versar sobre la pobreza, la oración intercesora y contemplativa, la caridad y el celo apostólico. "Cuando el pastor pone sus sentidos en los cuidados terrenos, el polvo levantado por el viento de la tentación ciega los ojos de las ovejas".10 Los concilios visigóticos de los siglos VI-VII emanaron normas concretas sobre la selección y formación de los futuros sacerdotes, aplicando las directrices de la época apostólica.11 Un claro precedente del decreto tridentino sobre los Seminarios, son los concilios II y IV de Toledo (años 527 y 633). Sobre todo, el cap. 24 del concilio IV de Toledo fue una fuente inspiradora de Trento. En los concilios toledanos se acentúa la necesidad de una formación espiritual e intelectual desde la adolescencia, así como la dirección y responsabilidad por parte del obispo. Ambos concilios particulares indican la necesidad de la formación sacerdotal desde la infancia o adolescencia. El concilio II de Toledo recalca "bajo la inspección del obispo... a juicio del obispo" (Ench. Cler. 59). 2. Formación sacerdotal en la Edad Media Hay que recordar que la formación sacerdotal tuvo un gran declive al final del primer milenio y principio del segundo. Hubo un fuerte proceso de secularización en Presbiterios y monasterios. Pero todavía se mantuvo en muchos sectores la formación de la época patrística sobre la "Vida Apostólica", gracias a las normas conciliares y a la urgencia de santos obispos y sacerdotes. El concilio romano de 1059 todavía pudo establecer normas sobre la vida común y la pobreza de los clérigos. En toda la Edad Media se encuentran numerosos casos de escuelas de formación clerical, aunque no a escala universal de todas las diócesis, ni siempre en el sentido de una formación espiritual y pastoral. En algunos Presbiterios se siguió instando en la formación sacerdotal de línea evangélica, especialmente donde los clérigos (como "canónigos", es decir, cumplidores de los "cánones") vivían según el modelo o la "regla" de San Agustín. Es entonces (siglos XII-XIII) cuando nacen las nuevas Ordenes religiosas (trinitarios, agustinos, franciscanos, dominicos, mercedarios, premostratenses, carmelitas, etc.). El ideal de la "Vida Apostólica" era el mismo, pero las Ordenes religiosas querían concretarlo por medio de la "profesión" (votos) y por estatutos particulares, en una línea más claustral, aunque también relacionada con la acción apostólica y caritativa. A pesar de los declives del medioevo, se dieron de hecho los primeros pasos para la organización de la formación sacerdotal. El Decreto de Graciano (1140) ofrece abundantes datos sobre esta formación, en vistas a poner en práctica la "Vida Apostólica" por medio de las virtudes requeridas en el ejercicio del ministerio.12 Los concilios tercero y cuarto de Letrán (1179 y 1215) urgieron de nuevo al cumplimiento de las normas sobre la formación, estableciendo una pauta que se seguirá en siglos posteriores: "Es mejor, sobre todo tratándose de sacerdotes, que haya pocos y buenos, que muchos ministros y malos, porque si un ciego guía a otro ciego, ambos caen en el hoyo".13 Estos concilios lateranenses repitieron y concretaron esas normas de formación. Un punto concreto (ya señalado en los concilios toledanos) es el del maestro o "anciano" (formador) que debía cuidar de la formación de los futuros sacerdotes. El concilio IV de Letrán deja en manos del obispo la responsabilidad de formar a sus sacerdotes para la cura de almas: "Siendo el arte de las artes el régimen de las almas, mandamos severamente que los obispos, o por sí mismos o por otros varones competentes, instruyan diligentemente a los candidatos al sacerdocio en los misterios divinos y en los sacramentos de la Iglesia, de forma que puedan administrarlos debidamente".14 En Santo Tomás de Aquino encontramos un resumen de estas exigencias formativas: "Dios nunca permitirá que a su Iglesia falten ministros idóneos y suficientes para las necesidades del pueblo cristiano, si se eligen dignos y se rechazan a los indignos" (Suppl. q. 36, a. 4, ad 1). Según el Papa Honorio II, la formación sacerdotal serviría, pues, para una acertada selección, puesto que se trataba de "educar para la santidad"15. Se fueron dando normas de formación sacerdotal por parte de obispos, concilios particulares y universales. A pesar de los altibajos de la historia, las escuelas eclesiásticas se perfeccionaron, especialmente respecto a la formación intelectual. Existían escuelas parroquiales, monacales y episcopales (éstas últimas, a veces, en conexión con la catedral).16 Los datos patrísticos y la herencia agustiniana sobre la formación, se sumaron a la reflexión teológica sobre el sacerdocio ministerial, especialmente en Santo Tomás. Cristo es la fuente de todo sacerdocio (II, q. 22, a. 4). El carácter sacerdotal configura con Cristo (III, q. 63). El sacerdote ministro prolonga la acción de Cristo como activo instrumento suyo (III, q. 63, a. 3) y sirve al Cuerpo eucarístico y místico de Cristo. Por esto, se requiere una formación para la santidad de quien está llamado a ser "mediador" (III, q. 22, a. 1) y, por tanto, "deiforme" (deiformissimus) por la caridad (Suppl. q. 36, a. 1). La ordenación sacerdotal preexige, pues, la santidad (III, q. 27, a. 4) y sólo puede conferirse a paredes bien consistentes por la santidad (II-II, q.189, a.1, ad 3).17 Las diversas escuelas teológicas y espirituales del medioevo dejaron su impronta en la formación sacerdotal: escuelas benedictina, dominicana, franciscana, agustiniana... La escuela de San Víctor (siglo XII) se basaba más en las exigencias del sacramento del Orden, indicando al sacerdote como mediador de reconciliación, cooperador del obispo, llamado a ser santo como exigencia de la celebración de los misterios. 3. Formación sacerdotal en tiempos nuevos Dos siglos antes del concilio tridentino hubo un cierto resurgir espiritual, que se ha llamado "devotio moderna" (siglos XIV-XV) y que trazó algunas lineas renovadoras espirituales. Algunos de sus contenidos se reflejan en el libro Imitación de Cristo; se invita al sacerdote a adquirir "todas las virtudes", a fin de poder "dar a los otros ejemplo de buena vida" y "edificar la Iglesia" (lib., cap. 5). Esta corriente tuvo incidencia en la formación sacerdotal, con algunas tímidas experiencias de vida comunitaria, así como de metodización de la vida de oración, invitando a la dirección espiritual, la predicación y catequesis, la vida espiritual de línea afectiva, etc. El tono de esta renovación apunta a la celebración eucarística, la predicación de la palabra, la vida evangélica y la caridad. Inmediatamente antes del concilio de Trento y también posteriormente (siglo XVI y siguientes), surgieron agrupaciones de clérigos, en vistas a adquirir la santidad y dedicarse a los ministerios. Esta época en torno a Trento fue fecunda en escritos sobre la santidad sacerdotal y también en santos sacerdotes y religiosos.18 La formación intelectual (especialmente teológica) había llegado a un buen nivel para aquellos que frecuentaban las universidades o centros análogos. Pero los clérigos allí presentes eran minoría y no siempre recibían en sus colegios o residencias la formación espiritual, moral y pastoral adecuada.19 Hubo casos ejemplares en los que se urgía la formación sacerdotal propiamente dicha, como fue por parte de Jan Gerson, canciller de la universidad de París, que pedía la "ilustración del corazón" traducida en "realidad de obras", e instaba a la confesión frecuente. Los Colegios universitarios no siempre respondían a esas aspiraciones manifestadas por muchos sacerdotes. La mayoría del clero, incluso el formada en universidades y estudios generales, no pasaba de ser aspirante a dignidades y beneficios para subsistir económicamente. Las instancias de los Papas (como Benedicto XII) quedaban casi siempre en el vacío. Algunas Ordenes religiosas adolecían del mismo mal.20 Los Colegios-Seminarios clericales propiamente dichos, ya antes de Trento, que impartían una formación sacerdotal semejante a la que exigiría el concilio, fueron principalmente los siguientes: el Colegio Capránica de Roma (1456), el Colegio sacerdotal de Dillingen (1549), el Colegio Romano Germánico fundado por San Ignacio (1552), el Colegio establecido por el concilio de Londres y por el Cardenal Reginaldo Pole (1556) y algunos Colegios sacerdotales de San Juan de Avila en España (Baeza, Córdoba, Ecija, etc.).21 El concilio tridentino, dentro de sus limitaciones, daría un paso más: instar a que este itinerario de formación se hiciera realidad en todas las diócesis por medio de los Seminarios y la presencia activa y responsable del obispo. El concilio resumió la doctrina sobre el sacerdocio (tomada especialmente de Santo Tomás) e indicó unas pautas de pastoral sacerdotal para obispos y presbíteros (ses.23). En este contexto de reforma sacerdotal, se coloca el decreto conciliar sobre la erección de los Seminarios (ses.23, can.18 de reforma). La formación sacerdotal, querida por el concilio, se basaba en "educar religiosamente e instruir en la disciplina eclesiástica", alejando cualquier rastro de ambición, y ayudando a que "muestren deseos de servir a Dios y a su Iglesia" (ibídem). El Seminario debería relacionarse con la catedral (renovada pastoralmente) y estar bajo la dirección del propio obispo, en vistas a formar a los candidatos según los criterios de la "Vida Apostólica" (o estilo de vida de los Apóstoles). El decreto sobre los Seminarios (can. 18 de reforma, ses. 23) presenta una línea pastoral en armonía con los contenidos de toda la sesión 23. En esta sesión se describe la cura pastoral como conocimiento de la realidad (las ovejas), en vistas a una dedicación generosa al servicio de la palabra, de los sacramentos y de la caridad, especialmente hacia los más pobres. El testimonio de vida es imprescindible. Esta cura pastoral es el objetivo de la formación que habrá de darse en los Seminarios. En los dieciocho cánones de reforma, de la ses. 23, se exige la recta intención, el ejemplo de vida, la formación doctrinal, la castidad perfecta. En resumen, los candidatos al sacerdocio deben ser idóneos "para enseñar la verdad que todos deben saber para salvarse, y para administrar los sacramentos, dando pruebas de auténtica piedad, castidad y buen ejemplo" (can. 14). Se exige la erección del Seminario en cada diócesis, aunque no se obliga a los clérigos a formarse en ellos. Esta última circunstancia creará dificultades hasta el inicio del siglo XX. La formación impartida en el Seminario debía ser intelectual y moral, cuidando de la selección y procurando presentarlo como camino de pobreza evangélica para un clero que ya no debe ser una clase económica superior.22 La formación sacerdotal delineada por el concilio tridentino se fue aplicando paulatinamente. A mi entender, no se aprovecharon todos los contenidos conciliares ni tampoco todas las aportaciones de escritos y experiencias de la época. Las nuevas agrupaciones de clérigos (jesuitas, eudistas, sulpicianos, lazaristas, teatinos, barnabitas, somascos, oratorianos, escolapios, redentoristas, pasionistas, etc.), aprovecharon mejor las oportunidades de renovación eclesial. También las órdenes religiosas se renovaron. Durante la segunda mitad del siglo XVI y hasta muy entrado el siglo XVII, la aplicación del decreto conciliar sobre la formación sacerdotal, fue urgida por Sínodos particulares, santos obispos y sacerdotes, autores espirituales y también por instituciones sacerdotales. En cuanto a los Seminarios "tridentinos"), se logró la aplicación de las directivas de Trento allí donde hubo santos obispos y sacerdotes (siglos XVI-XVII): San Carlos Borromeo y San Gregorio Barbarigo en Italia; San Juan de Avila y San Juan de Ribera en España; Santo Toribio de Mogrovejo en Perú (Lima)... La figura, así como los escritos y la obra de San Juan de Avila (1499-1569), sin ser la única, ha sido reconocida como figura clave y programática. Al ejemplo de su vida y a la institución de colegios sacerdotales, añadió un cúmulo de doctrina (especialmente en los "Memoriales"), que ciertamente tuvo su influencia en Trento por medio de su Prelado, el arzobispo de Granada, Don Pedro Guerrero.23 En 1564 (un año después del concilio) se creó la Congregación del Concilio, que tendría el cometido de vigilar sobre la aplicación de los decretos conciliares, especialmente en todo lo referente a la reforma de las diócesis y de la vida clerical. Los obispos tendrían que dar cuenta periódicamente de esta aplicación. Casi un siglo después de Trento, algunas figuras sacerdotales sostuvieron con entusiasmo la formación en los Seminarios: San Juan Eudes, San Vicente de Paúl, San Francisco de Sales, Pedro Bérulle, Adrian Bourdoise, Juan Santiago Olier en Francia, con otros autores de la escuela francesa. En Alemania y Europa Central, Bartolomé Holzhauser. La "escuela francesa" abrió nuevos cauces a la formación sacerdotal en los Seminarios, especialmente en lo referente al seguimiento espiritual e integral de los candidatos.24 Hay que señalar la aportación de San Alfonso María de Ligorio (ya obispo de Santa Agata dei Goti, en 1762), que tuvo gran influencia en los Seminarios de Italia. El Regolamento per i Seminari y las Reflessioni utili ai Vescovi, que escribió el santo, detallan muchos aspectos de la formación, especialmente en cuanto a las cualidades y la acción concreta de los formadores. Es más, el santo dice a los obispos (en su Teología Moral) que no basta con urgir lo que había decidido Trento, sino que habían de exigir más para la ordenación sagrada.25 Durante los siglos XVIII-XIX, la formación sacerdotal sufrió las embestidas de las corrientes ideológicas y de las guerras de la época entre naciones europeas. Durante estos siglos, la formación siguió inspirándose en todo el pasado eclesial para poner en práctica las directrices de Trento. Los Papas, por su parte, urgían continuamente a su aplicación. De hecho, ya desde San Pío V, aprobaron reglamentos internos de los Colegios romanos (inglés, germánico, griego, Urbano, etc.), en los que destaca el proceso formativo. Tuvo influencia importante la creación de la Congregación "pro Universitate Studii Romani" (1588), especialmente respeto a los estudios. Benedicto XIII creó en 1725 una institución parecida, que sería el preámbulo de la futura Congregación de Seminarios.26 Hay que destacar la actuación de algunos Pontífices. Clemente VIII publicó lo que se podría llamar el primer documento sobre la formación sacerdotal a nivel universal: la Carta Apostólica Ea semper fuit (23 de junio de 1592), que describe las cualidades que debe tener y en que debe formarse el candidato al sacerdocio. Al repetir las decisiones de Trento, los Pontífices concretaron más algunos aspectos referentes a la selección y formación de los candidatos. Pero cada vez más estas orientaciones se dirigen a todos los obispos y Seminarios de la Iglesia. Benedicto XIV, en la encíclica Ubi primum (3 de diciembre de 1740) subraya la relación del obispo con sus seminaristas, instando no sólo a la visita frecuente, sino también a la convivencia con ellos. Los fenómenos sociológicos e históricos del siglo XVIII produjeron un descenso e incluso algunas desviaciones en este proceso de erección de los Seminarios. La Ilustración, la Enciclopedia y el absolutismo del Estado (regalismo, cesaropapismo) llegaron a hacer de los clérigos una especie de ciudadanos cualificados, para un servicio prácticamente civil con matices religiosos. A veces, se prohibió ir a los Colegios de Roma e incluso se intentó independizar los Seminarios del propio obispo.27 A pesar de las vicisitudes históricas, hubo grandes santos sacerdotes (obispos y presbíteros), con San Juan Mª Vianney Cura de Ars (1786-1859), San Antonio Mª Claret (1807-1870), San Vicente Palotti (1785-1850), San José Cafasso (1811-1860), San Enrique de Ossó (1840-1896), el Bto. Manuel Domingo Sol (1836-1909), Bto. Antonio Chevrier (1826-1879), San Pío X (José Sarto: 1835-1914), etc.28 En la segunda mitad del siglo XIX, especialmente con Pío IX y León XIII, comienza un resurgir que preanuncia los avances del siglo XX. Algunos "postulata" para el concilio Vaticano I son también un índice de la preocupación de los obispos por los Seminarios, especialmente al pedir una formación especializada para los mismos formadores. |