Este trabajo lo hice por amor y ad honoris, pero mi actividad profesional es esa soy traductor, generalmente de textos técnicos y comerciales en todos los sectores, si a alguien le interesa, por favor hagan contacto, muchas gracias por su atención y hasta siempre, Pedro Ortiz






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títuloEste trabajo lo hice por amor y ad honoris, pero mi actividad profesional es esa soy traductor, generalmente de textos técnicos y comerciales en todos los sectores, si a alguien le interesa, por favor hagan contacto, muchas gracias por su atención y hasta siempre, Pedro Ortiz
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Visitas a las ciudades en construcción

Por la mañana, no me hicieron ninguna pregunta sobre mis sensaciones y tan luego llegó Syndi desayunamos y salimos para visitar la primera ciudad, cuyas obras estaban empezando. Bautizada como Bahía Azul, la estaban construyendo en una planicie cerca del litoral del continente polar Norte. Era una ciudad industrial para 12 mil habitantes, destinada a la producción de materiales de limpieza y artículos de higiene personal. Al llegar verificamos que allá también había dos naves de apoyo.

Nos recibió la persona responsable, una linda mujer llamada Devaína, y dos parejas que la ayudaban en su tarea. Asistimos a la habitual presentación del proyecto y, como Devaína sabía de nuestra visita anterior, detalló solamente las áreas industriales y de esparcimiento, pues las demás eran similares. Después, nos fuimos a ver los trabajos de apertura de calles y avenidas, de demarcación de viviendas y otros en ejecución.

Visitamos las zonas industriales y acompañamos diversos trabajos ejecutados por equipos y máquinas especiales. Una de ellas ejecutaba las operaciones de un poderoso tractor de esteras y de transportador de tierras, trabajando en casi total silencio. Como en el cantero de obras anterior, todo allí era Muy silencioso para una ciudad en construcción.
Antes del almuerzo, Devaína nos ofreció trajes de baño y nos llevó a una playa que estaba a pocos kilómetros del centro de la futura ciudad, donde sería construida una de sus zonas de esparcimiento. Me di cuenta que todos usaban trajes de baño, al contrario de la habitual costumbre arretiana. Me explicaron que, en los lugares poblados por seres acuáticos, o donde habían piedras o corales, utilizaban ropas adecuadas para proteger el cuerpo. Nos divertimos mucho, almorzamos en el restaurante de una de las naves y, después de charlar con Devaína y un grupo de “operarios y operarias”, nos fuimos a nuestra próxima visita.

En pocos minutos estábamos sobrevolando Palmas del Valle, emplazada en uno de los continentes ecuatoriales. Era una ciudad agrícola para 12.000 habitantes que estaba totalmente edificada y aún vacía. Tras la presentación, nos fuimos a visitar los puntos principales de aquella ciudad que "tenía olor de pintura fresca". Fue muy curioso y extraño, ver las casas sin habitantes y los supermercados, teatros, cines, parques y otros equipos sin empleados o usuarios.

También no había vigilantes en ningún lugar. Sólo algunos especialistas verificaban el funcionamiento de los equipos o retocaban algunos detalles de acabado. Matik y su esposa Odina, los responsables de la construcción de la ciudad, nos dijeron que allá había menos de 100 personas trabajando y que lo terminarían todo en aquel fin de semana. El lunes, llegarían los nuevos habitantes, provenientes de todos los continentes del planeta. Al atardecer, volvimos a la oficina de Matik y Odina para tomar jugo de frutas y charlar con aquella simpática pareja.

Matik dijo que vivió en la Tierra en uno de los países de Atlántida, en la época de Antúlio, de quien fue contemporáneo y colaborador. Él admiraba mucho el trabajo de Jesús y lo respetaba como a Ahelohim, el mesías arretiano. Odina estuvo en la Tierra en el último pasaje de Jesús y convivió bastante con Él. Nos contó hechos de su vida que yo conocía y varias cosas inéditas. Cenamos con ellos y seguimos charlando hasta las 9:30, cuando volvimos a casa.

Según lo había previsto Tentra, el día fue bastante ajetreado, pero muy agradable, especialmente por las charlas con Matik y Odina. El día siguiente también sería intenso, pues visitaríamos algunas zonas agrícolas y terminaríamos de cumplir la programación de la semana. Mientras me transmitían algunos detalles sobre las visitas, Syndi se fue a la habitación, pues parecía muy cansada. Enseguida nos recogimos y me quedé esperando que el baño estuviera libre.

Al terminar su largo baño, dijo que estaba renovada.

Cuando me acomodé en la cama, ella interrumpió su armonización y me preguntó por qué sentí soledad y miedo la noche anterior. Mientras ella me observaba atentamente, le conté las sensaciones que tuve y las conclusiones a las que había llegado. Al final, ella me dijo que no se ausentaría más hasta el día de mi salida, pues no quería que yo volviese a tener aquel tipo de experiencia que podría perjudicar el ajuste de mi espíritu al cuerpo más sutil que estaba utilizando. Dijo que utilizó mucha energía para neutralizar el efecto negativo de aquella experiencia y por eso se quedó muy cansada.
Visitas a las zonas agrícolas

Cuando me desperté, Syndi estaba de pie mirándome y, como no era la primera vez que eso ocurría, me di cuenta que su sugerencia mental me despertaba, lo cual ella confirmó prontamente, además de decir que me esperaba una sorpresa. Al llegar a la sala, encontré una pareja y luego me di cuenta que eran sus padres, pues ella se parecía mucho a su madre.

Su padre vino a mi encuentro, se presentó como Ashton y me dio un fuerte abrazo. Dijo que conocía el objetivo de mi trabajo y, como no podía ayudarme, estaba muy feliz de saber que su hija estaba en el papel de él y su esposa Mani, de quien recibí un caluroso abrazo y oí palabras de aliento. Seguimos hablando después de comer, hasta un poco antes de las ocho, cuando me despedí con la promesa de cenar y dormir en la casa de ellos aquella noche.

Llegamos rápidamente al lugar de la primera visita y esto fue posible porque aquel sábado trabajaban en la cosecha de alimentos que serían enviados a un planeta que acababa de pasar por su gran transición. Además de esas ocasiones, nadie trabajaba los sábados y domingos, excepto en actividades esenciales, como en hospitales y lugares de esparcimiento. Allá había construcciones menores y grandes galpones que eran el garaje de máquinas y equipos, restaurantes y almacenes para embalaje y conservación de los productos cosechados.

Bajamos en el medio de un gran pomar dividido en cuadras con unos 120 m de lado, pareciendo una pequeña selva, debido a las variedades que se plantaban entremezcladas y no en zonas específicas para cada tipo. Fuimos recibidos por un grupo de personas, las cuales conocían muy bien a Vércia y Syndi, debido a su trabajo en el Ministerio de los Transportes y Distribución.

Todos tenían, como mínimo, una graduación equivalente a la de nuestros ingenieros agrónomos y muchos eran especialistas en ingeniería genética o en otras cualificaciones avanzadas.

Andamos por en medio de algunas cuadras con árboles y arbustos frondosos y lozanos, pues en Arret no había más las plagas comunes en las cosechas terrestres. No utilizaban fertilizante mineral y raramente recurrían a compuestos producidos a partir de la recolección de basura. Sólo se los utilizaba en regiones de baja fertilidad, como aquellas que todavía se podían encontrar, en lugares donde existieron grandes centros urbanos en la época de la gran transición.

Me impresionó mucho el tratamiento cariñoso que le daban a las plantas, además de hablar con ellas como si fuesen humanas. La técnica de siembra empleada en aquel pomar, y en los demás, entremezclando árboles de distintas especies, era semejante a nuestro concepto de permacultura y agro bosque. Fue allá que tuve el primer contacto con animales domésticos, parecidos con algunas razas de perros y gatos. Eran dóciles, obedientes y se lo tenía como animales de estimación y no como de guardia o caza.

Alzamos vuelo para visitar un lugar donde se cultivaban verduras y legumbres. A pesar de ser una huerta, tenía árboles para atajar el viento y ofrecer sombras sobre los canteros. Ellos tenían 1 m de altura, facilitando el trabajo de siembra, mantenimiento y cosecha, además de permitir la ventilación y un perfecto ajuste de la humedad. Había variedades hidropónicas y mucha semejanza con nuestras verduras y legumbres. La operación requería gran intervención humana y algunas máquinas y herramientas facilitaban los trabajos. La irrigación se controlaba por sensores instalados en el interior de los canteros, los cuales controlaban la apertura de las llaves de paso y el volumen de agua necesario para cada tipo de hortaliza.

A pesar del elevado nivel de tecnología arretiana, el tiempo para desarrollo y cosecha de cada especie que yo conocí, era muy semejante al del ciclo terrestre. Cuando pregunté al respecto, me respondieron que nunca cambiaban el ciclo natural, pues perderían en cuanto al sabor y a las propiedades nutritivas. Almorzamos en el lugar y aprovechamos para hablar un poco más con aquellos simpáticos “trabajadores rurales”.

Nuevamente entramos en el Canarito para visitar una zona donde cultivaban cuatro tipos de sereales, semejantes al maíz, cebada, trigo y ajonjolí. Las actividades eran mecanizadas y apoyadas por naves espaciales que cumplían las funciones de tractores y cosechadoras con gran capacidad de carga. Acompañamos la cosecha de maíz ejecutada por una nave que retiraba la planta del suelo, separaba las espigas, desgranaba, tamizaba, clasificaba y almacenaba el cereal en su interior.

Los residuos eran triturados y devueltos al suelo, formando una cubierta uniforme que se transformaba en fertilizante orgánico. Tan luego completaba la carga, se desplazaba para entregar el maíz en un lugar a unos 200 km de allí. Syndi y yo acompañamos a la operadora en uno de esos viajes y volvimos en menos de 15 minutos. Nuestra visita fue muy rápida, pues Salino todavía quería llevarnos a otros dos lugares.

Fuimos a una plantación de uvas del tipo rubí sin semillas y de paladar más suave y dulzón. Había muchas personas involucradas en la cosecha, ayudadas por herramientas y cochecitos flotadores. Ya cargados, ellos se encaminaban a un galpón, donde personas lavaban, clasificaban, empaquetaban y almacenaban las uvas en equipos de conservación. Como en el pomar y en la huerta, a las personas les gustaba su trabajo y trataban a las plantas con mucho cariño. Entendían que eran seres vivos en evolución, como me lo explicaron en muchas ocasiones.

Enseguida, nos fuimos a conocer un colmenar con abejas del tipo Europa, más grandes que sus equivalentes terrestres, muy mansas y sin aguijones. Se hallaba en una región con muchos pomares y, por eso, lograban una producción de miel del tipo silvestre, menos dulce y más energético que el nuestro, con un grado de jalea real tres veces más grande. El contacto con las abejas se hacía sin equipos de protección y ellas parecían entender el momento de la cosecha.

Los panales se podían retirar sin necesidad de aplicar humo y siempre se dejaban algunos para mantener a la colmena alimentada y con buena salud. Al retirar el panal, el apicultor lo sacudía suavemente y las abejas se retiraban. Había muchísimas colmenas bajo los árboles, abrigadas en casitas construidas con mucho esmero. Como en los colmenares terrestres, se aprovechaban los derivados, como propóleos, jalea real y polen.

Volvimos a Agartha a la hora del ocaso, sobrevolando diversas zonas agrícolas que había en el camino. Syndi se acordó de la promesa que le hizo sus padres y, tan luego llegamos, tomé una muda de ropa y nos fuimos a su casa, bien cerquita de allí. Ashton y Mani me recibieron como a un viejo conocido y me dejaron totalmente a gusto. Después del baño, hablamos sobre la situación actual de la Tierra hasta la hora de la cena. La pareja tenía un buen conocimiento sobre todo lo que había ocurrido en nuestro planeta en los últimos 100 años, principalmente en Brasil. También hablamos sobre Olintho y sobre la gran transición terrestre, sin lograr ninguna información importante.

Después de la cena seguimos la charla hasta que Syndi me invitó a conocer un minarete en los alrededores de Agartha, donde podríamos apreciar las tres "lunas" y hablar hasta un poco más tarde. El lugar era amplio y tenía un hermoso césped, con bancos al aire libre y quinchos cerrados con paredes de vidrio. En ellos había sillones flotantes, iguales a los de la Sala del Huerto, las cuales eran muy confortables para apreciar el paisaje sin los inconvenientes del sereno.

Dejamos el Mariposa, el vehículo de Syndi estacionado al lado de otros y observamos a varias personas andando por el lugar, o sentadas en los bancos y en los quinchos. Nos acomodamos en uno de ellos y ajustamos el sillón para poder observar las tres lunas que iluminaban la noche de Agartha. Hablamos sobre los hechos de la semana, mientras Syndi me aclaró varias dudas y agregó informaciones importantes que yo no había entendido correctamente. Después, según lo había prometido anteriormente, volvió a hablar sobre la relación amorosa.

Subrayó que era un tema muy complejo y que volveríamos a hablar sobre eso. Sostuvo que no iría profundizar el asunto mientras yo no entendiese el concepto básico trasmitido por Tentra en la SOL-4. me quedé oyendo sus explicaciones hasta eso de las 11h, cuando volvimos a casa y nos fuimos a dormir. Varios puntos fueron aclarados, pero el proceso de entrelazamiento energético aún seguía siendo un misterio para mí. Al final, Syndi dijo que proseguiría un poco del tema durante el periodo de sueño, pues eso facilitaría la eliminación de bloqueos y la comprensión de las charlas futuras.

Aquel fue mi primer domingo en el planeta y antes de salir para desayunar en la casa de Tentra, Ashton y Mani me hicieron prometer que volvería otras veces. Cuando llegamos allá, encontramos a Antak, Tali, Otento y Sathya que nos invitaron a hacer un picnic en una selva parecida a la Amazonia. Después del desayuno, mientras los demás arreglaban la casa y nuestros equipajes, Antak y Otento me hablaron sobre las bellezas de aquel lugar. Fuimos en dos vehículos y enseguida empezamos a sobrevolar la gran selva. Posamos en una playa ancha que bordeaba un caudaloso río, donde afluían algunos arroyos que bajaban de las montañas y formaban piscinas y cascadas de diversos tipos y alturas.

Algunos animales "salvajes" se acercaron y varios pájaros posaron en los brazos y en las manos de sus amigos y amigas, tan luego se los llamaba. Me encantó aquella escena y luego empezaron a atenderme a mí también. Jugamos con varios animales y pájaros durante una media hora y me di cuenta que no hicieron ninguna "suciedad" en nosotros, en los vehículos o en el lugar donde estábamos. Después montamos el campamento, nos pusimos los trajes de buceo y Salino explicó como utilizar el escafandro. Estaba compuesto por un respirador de boca conectado a un pequeño y liviano equipo colocado en las espaldas, el cual retiraba del agua el aire necesario y permitía varios niveles de ajuste del oxígeno.

Buceamos en aquel río de aguas claras, poblado de peces parecidos a los de la Tierra. Nadamos río arriba, emergiendo en las cercanías de islas o de arroyos que llegaban al río. Descansamos y tomamos baño en una cascada que formaba una gran piscina en su desembocadura. Volvimos al campamento para almorzar y contamos con la participación de diversos animales y pájaros que esperaban, educadamente, que le ofreciéramos algún alimento.

Por la tarde buceamos río abajo y quedamos un buen tiempo bebiendo agua de coco en una de sus islas, hablamos sobre aquella región, sus animales y otros aspectos del lugar. La selva era inmensa y formaba parte del mayor parque de preservación que había en Arret, cuya área era casi del tamaño de Brasil. Volvimos a la casa de Tentra al anochecer, donde cenamos y hablamos hasta eso de las 10 de la noche, cuando nuestros amigos volvieron a sus casas.
Las reuniones ministeriales de la segunda semana

Después que Syndi me despertó con su sugerencia mental, dijo que a la semana siguiente volvería al trabajo y me preguntó si me gustaría que ella obtuviera una licencia hasta el final de mi estadía en Arret. Le dije que sí y ella me dijo que aprovecharía la oportunidad de nuestra reunión con el Ministro de Agricultura para hablar con su “Jefe” Delphis, el Ministro de los Transportes y Distribución.

Le pregunté si había algún problema y ella me dijo que no, por tres razones básicas: Tenía muchas horas extras acumuladas, su sustituto no se opondría ni tampoco su “jefe”, pues una de las cosas que le daba alegría a un arretiano era saber que estaba ayudando o dejando más feliz a alguien. Después del desayuno, hablamos sobre las reuniones en el Palacio de la Armonía y sobre la visita al CET, por la tarde.

Poco antes de las ocho estábamos en la antesala del Ministerio de la Educación, junto con los demás amigos de la SOL-4. Talita vino a recibirnos y nos llevó hasta su despacho. Diciendo que ya sabía sobre nuestras visitas, hizo una presentación general de su labor, enfocando el aspecto filosófico. Sus palabras y las imágenes proyectadas enfatizaron todo lo que conocí durante mis observaciones. La última parte de la reunión reservada a responder a varias preguntas que hice.

Enseguida, nos fuimos al despacho de Vhega, la Ministra de la Recreación, una simpática señora de 91 años, donde tuvimos una reunión semejante a la anterior. Además de administrar parques, balnearios y prestar diversos servicios a la población en los sectores de deporte, música, teatro y baile, su ministerio prestaba otros servicios en conjunto con el de las comunicaciones. Mantenían una completa videoteca, con películas, documentales, espectáculos musicales y teatrales, incluso, los anteriores a la época de la gran transición. Había muchos oriundos de otros planetas, incluso de la Tierra.

Después, fuimos al despacho de Solánia, la Ministra de la Habitación, una señora de 123 años. Como sus compañeras, resaltó la filosofía habitacional y su gratuidad a la población, sin analizar los méritos de las técnicas de construcción y edificación, las cuales conocí durante las visitas a los canteros de obra.

Mientras Syndi hablaba con Delphis, tuvimos la reunión con Mayer, el Ministro de la Agricultura. Me encantó aquel señor de casi 180 años, con unos 2 m de estatura y cabellos blancos sobre los hombros, lleno de vigor y entusiasmo al hablar de su alegría en contribuir a la producción de una buena alimentación para el pueblo arretiano. Estaba orgulloso de decir que, durante los 80 años del gobierno de Arcthuro, había logrado, con el apoyo del pueblo, mantener la tradición de más de cuatro siglos sin que faltara ni un sólo tipo de alimento en los supermercados del planeta. De vuelta a la planta baja, encontramos a Syndi que nos informó sobre el éxito de su pedido. Enseguida nos despedimos y cada grupo volvió a sus casas.
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