Buscando soluciones para la crisis del agro






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BUSCANDO SOLUCIONES PARA LA CRISIS DEL AGRO:

¿En la ventanilla del banco, o

en el pupitre de la escuela?
Polan Lacki E-Mails: Polan.Lacki@uol.com.br y

Polan.Lacki@onda.com.br


En los países de América Latina tradicionalmente la agricultura fue considerada en forma despectiva como un sector arcaico que simbolizaba el atraso y el subdesarrollo; en tales circunstancias, cuanto más rápido la economía de cada país pudiese disminuir su dependencia de ella, tanto mejor. Se pensaba que país desarrollado debía ser sinónimo de país urbanizado, industrializado, prestador de servicios y exportador de bienes manufacturados.
Ahora que en varios países tal ilusión se desvaneció y están apareciendo las consecuencias de este grave error, se está reconociendo que en muchos casos una agricultura moderna y eficiente es la mejor alternativa para empezar a solucionar, a partir de ella, los principales problemas nacionales, inclusive los del sector urbano industrial.
Sin embargo la agricultura que gracias a sus inmensas potencialidades podría ser la principal "locomotora" del desarrollo, no está cumpliendo en forma adecuada esta importantísima función; ello ocurre porque debido al histórico abandono del sector rural, los agricultores han sido víctimas de crónicas ineficiencias y distorsiones1, que están presentes dentro y fuera de sus fincas.
Se debe fundamentalmente a estas ineficiencias que la gran mayoría de los agricultores, además de generar un excedente muy pequeño, de mala calidad y de obtenerlo con altos costos unitarios de producción, lo vende a precios muy bajos. La acumulación de estas sucesivas distorsiones origina a su vez las siguientes consecuencias que inciden en forma negativa en el desarrollo económico y social de los países:
. Por falta de rentabilidad los agricultores son expulsados a las periferias urbanas; en éstas sus hijos y nietos desempleados, hambrientos y estimulados por el consumismo caen en la tentación del vicio, la prostitución y la delincuencia porque el campo los expulsa pero, a su vez, la ciudad no tiene la capacidad de absorberlos; así, estos jóvenes quienes desearían, podrían y deberían aportar riquezas y servicios a la sociedad en el campo, se constituyen en una carga para ella en las ciudades.
. En virtud de los altos costos unitarios de producción y del excesivo número de eslabones en las cadenas de intermediación, los alimentos llegan a precios que están por encima del bajísimo poder adquisitivo de la gran mayoría de los consumidores urbanos.
. Debido a los altos costos unitarios de producción y su mala calidad, los excedentes agrícolas no contribuyen a hacer viables y competitivas las agroindustrias nacionales, limitando su capacidad de generar empleos.
. Por las mismas razones mencionadas en el punto anterior, dichos excedentes no tienen competitividad en los mercados internacionales (sobre todo cuando enfrentan la competencia de países que subsidian fuertemente a sus agricultores) y en consecuencia no generan las divisas que cada país necesita para equilibrar su balanza comercial y dar solidez a su economía.
En resumen, la agricultura que gracias a sus enormes potencialidades como "generadora" de empleos, ingresos, alimentos, materias primas y divisas podría y debería ser la gran solución para los problemas de los desempleados, de los agricultores, de los consumidores, de las agroindustrias y de la economía global de los países, debido a su lamentable abandono suele constituirse paradójicamente en un gran problema para todos ellos. Es necesario revalorar y elevar el estatus de la agricultura para que ella recupere el papel, que nunca debería haber perdido, como eficiente "solucionadora" de los grandes problemas nacionales.

¿Evitar causas con conocimientos o corregir

consecuencias con subsidios?

Durante muchos años los gobiernos intentaron contrarrestar las distorsiones e ineficiencias recién analizadas con subsidios; éstos permitían que el "negocio agrícola" fuese rentable, aun siendo ineficiente en algunos o en todos los eslabones de la cadena agroalimentaria (tranqueras adentro y afuera). Asimismo los gobiernos intentaron corregir, con paliativos de alto costo pero de poca eficacia, las consecuencias urbanas del éxodo rural generando fuentes de trabajo, subsidiando alimentos, construyendo viviendas y otras obras de infraestructura social, y, desgraciadamente, utilizando en el reforzamiento de los aparatos urbanos de represión policial los recursos fiscales que deberían haber sido destinados a la modernización de la agricultura.
La desproporción entre la decreciente oferta de subsidios y medidas de asistencia social, por un lado, y las crecientes demandas de los habitantes urbanos, por otro, está evidenciando que es virtualmente imposible satisfacer sus inmensas y urgentes necesidades. Ahora que ya no existen recursos suficientes para adoptar los dos paliativos recién mencionados (subsidios y medidas de asistencia social), sólo queda el camino realista y pragmático de eliminar las causas del éxodo en el campo, en vez de intentar, sin éxito, corregir sus consecuencias en las ciudades.
Sin embargo eliminar las causas del éxodo significa, como mínimo, ofrecer oportunidades concretas para que los agricultores puedan tener rentabilidad y competitividad. Esto a su vez requiere como absolutamente imprescindible, que ellos puedan hacer una agricultura moderna y muy eficiente que les permita lograr simultáneamente los siguientes objetivos:
a) mejorar la calidad de los productos cosechados;

b) reducir al mínimo los costos unitarios de producción (al disminuir la cantidad y/o el costo de los insumos y al incrementar rendimientos por unidad de tierra y animal); y

c) incrementar al máximo los ingresos obtenidos en la venta de sus excedentes (al disminuir pérdidas durante y después de la cosecha, al incorporarles valor y al reducir algunos eslabones de las largas cadenas de intermediación).
Desgraciadamente las nuevas circunstancias de la agricultura latinoamericana (apertura a mercados subsidiados y falta de recursos para subsidiar a nuestros agricultores) están obligándonos a reconocer que la competitividad sólo podrá ser lograda si los agricultores adoptan las medidas mencionadas en los puntos a y b (y no como consecuencia de utópicas acciones proteccionistas). Asimismo dichas circunstancias nos están señalando que ellos sólo tendrán rentabilidad si adoptan las medidas indicadas en los puntos b y c (y no como fruto de subsidios efímeros y excluyentes).

Las buenas intenciones no produjeron

los resultados esperados

Lo imprescindible de modernizar la agricultura como requisito para que ella cumpla con su estratégico papel en el desarrollo nacional es tan evidente y consensual que prácticamente todos los países de América Latina y el Caribe intentaron llevarla a la práctica en los últimos 45 años. Desgraciadamente, como regla general, los resultados fueron muy modestos por no decir decepcionantes: los rendimientos promedio de la agricultura familiar avanzaron muy lentamente, los agricultores continúan siendo expulsados del campo porque reciben precios muy bajos por sus cosechas mientras los consumidores siguen subalimentados paradójicamente porque deben pagar por estos mismos alimentos precios muy altos, y la agricultura en su globalidad está lejos de aportar todo lo que potencialmente podría al desarrollo de los países. Muchos de éstos están exportando cada vez menos productos agrícolas e importándolos cada vez en mayores cantidades; con ello están produciendo peligrosos déficits en sus balanzas comerciales, importando desempleo, manteniendo en la ociosidad valiosos recursos productivos y cambiando para peor los hábitos alimentarios de sus habitantes.
Al analizar las causas de los referidos fracasos es fácil constatar que, en los intentos en pro del desarrollo agropecuario, se han cometido los siguientes errores durante décadas:
Primer error: Sobreestimar la importancia de las macro-decisiones políticas y económicas que se esperaba fuesen adoptadas por el Congreso Nacional, el Ministerio de Hacienda o el Banco Central y subestimar la importancia de las micro-decisiones técnicas, gerenciales y organizativas que deberían ser adoptadas al interior de las propias fincas y comunidades. Se ignoró el hecho de que las deseadas macro-decisiones políticas no podrían asegurar la rentabilidad del negocio agrícola si al interior de los predios y las comunidades no existiese racionalidad y eficiencia: en el acceso a los insumos, en la producción propiamente tal, en la administración de las fincas, en la transformación/ conservación/almacenaje de las cosechas y en la comercialización de los excedentes.
Segundo error: Intentar la modernización de la agricultura a través de un modelo excesivamente dependiente de factores externos a los predios (decisiones del gobierno, servicios del Estado, créditos, equipos de alto rendimiento, subsidios, etc.); sin darse cuenta que:
. en el promedio de los países de esta Región, aun en los mejores tiempos, sólo 10% de los agricultores tuvo acceso a dichos factores en forma completa, permanente y eficiente ignorando el hecho concreto de que estos factores sencillamente no estaban disponibles y/o no eran accesibles para la inmensa mayoría de agricultores; y que
. los problemas tecnológicos y gerenciales de la mayoría de los agricultores son tan elementales (también los errores que cometen y como consecuencia de ello, los bajísimos rendimientos que obtienen) que su solución no siempre, ni necesariamente, depende del aporte de los factores escasos recién mencionados.
Se cometió el gravísimo error de no priorizar la generación de tecnologías de bajo costo para que fuesen adecuadas a las circunstancias de escasez de capital y adversidad físico-productiva que caracterizan a la gran mayoría de los productores agropecuarios; si dispusiesen de dichas tecnologías, los agricultores podrían empezar a tecnificar sus cultivos y crianzas, aun cuando no accediesen al crédito. Mientras en el planteamiento político se hablaba de crecimiento agropecuario con equidad, en la práctica cotidiana se adoptaba un modelo convencional de tecnificación que automáticamente excluía a más de 90% de los productores rurales de cualquier posibilidad de modernizarse; consecuentemente para esta gran mayoría de agricultores la dependencia del paternalismo estatal fue apenas retórica. En otras palabras, se pretendió desarrollar el sector agropecuario en base a decisiones políticas que no fueron adoptadas, a servicios del Estado que fueron insuficientes y muchas veces ineficientes y a recursos que sencillamente no existieron en la cantidad necesaria.
Tercer error: Sobreestimar la importancia de los factores materiales de desarrollo y subestimar los factores intelectuales; se magnificó el supuesto que los agricultores no se desarrollaban porque no tenían recursos y se minimizó el hecho concreto de que generalmente no lo hacían porque no sabían hacerlo. Se pensó que la modernización de la agricultura era sinónimo de distribución de tierras, créditos, tractores, insumos de alto rendimiento, etc.; y que con el solo hecho de proporcionárselos ellos sabrían:
. utilizar los recursos racionalmente;

. elegir las tecnologías más adecuadas; y

. aplicarlas en forma correcta.
Se subestimó la crucial importancia estratégica de ofrecer una adecuada formación y capacitación a las familias rurales para que pudiesen emanciparse de la dependencia de aquellos factores externos que eran prescindibles o inaccesibles. No se las capacitó para que supieran adoptar en forma correcta innovaciones tecnológicas, gerenciales y organizativas que les permitirían corregir las distorsiones existentes en los distintos eslabones de la cadena agroalimentaria; se prefirió compensar con subsidios dichas distorsiones, en vez de eliminar sus causas con conocimientos.
Arcaísmo en la agricultura:

¿un problema de recursos o de conocimientos?

Las siguientes son algunas de las consecuencias de esta equivocación de priorizar los factores materiales por sobre los intelectuales:
. Los animales de alto potencial genético que fueron importados (a costos muy elevados) no produjeron las crías, la carne, la lana ni la leche esperada; ello ocurrió fundamentalmente porque el agricultor no fue capacitado (a bajo costo) para producir en su propia finca alimentos de mejor calidad (forrajes y componentes de raciones) ni para mejorar el manejo sanitario y reproductivo de estos animales más exigentes; se prefirió importar más vacas en vez de mejorar el desempeño productivo y reproductivo de las ya existentes.
. La maquinaria cara y generalmente sobredimensionada permaneció ociosa y endeudó a los agricultores, muchas veces excesiva e innecesariamente; el inadecuado laboreo contribuyó a compactar y erosionar el suelo; la falta de capacitación de los operadores acortó la vida útil y bajó la eficiencia de los tractores y sus implementos; las cosechadoras mal reguladas provocaron inaceptables pérdidas en la recolección de granos.
. Las obras de riego (factor más caro) en gran parte quedaron “subaprovechadas” por falta de capacitación de los agricultores (factor más barato); el riego no manifestó sus enormes potencialidades para incrementar los rendimientos porque además de ser manejado en forma incorrecta (en cuanto a cantidad de agua, frecuencia, profundidad, momentos críticos de aplicación, etc.), no se lo acompañó de prácticas agronómicas elementales que permitieran obtener un provecho compatible con los altos costos de las infraestructuras de irrigación; el riego mal manejado desperdició parte del agua y en muchos casos produjo la salinización de los suelos.
. Los agroquímicos (que requirieron divisas para ser importados y crédito oficial para ser financiados a los agricultores) muchas veces eliminaron los enemigos naturales de las plagas y contaminaron el medio, porque los agricultores no fueron capacitados para prescindir de algunos de ellos o para utilizarlos en forma correcta y parsimoniosa cuando eran imprescindibles.
. El crédito, muchas veces oriundo de préstamos internacionales, en vez de liberar a los agricultores de dependencias externas sirvió para endeudarlos a veces innecesariamente, los aprisionó a los banqueros y en muchos casos los hizo perder su propia tierra porque los productores no fueron capacitados para aplicarlo racionalmente. Con demasiada frecuencia el crédito ayudó mucho más a solucionar los problemas del sector financiero y de los fabricantes de insumos y equipos, que propiamente los de los agricultores.
En resumen, todos los ejemplos recién descritos demuestran que: a) se hizo lo más difícil y complejo, lo de mayor dependencia externa y lo de más alto costo; b) en contrapartida se dejó de hacer lo más elemental, obvio e indispensable, que era capacitar a las familias rurales; y c) los vendedores de insumos y equipos fueron más convincentes que los difusores de conocimientos (extensionistas). Se proporcionaron factores que por su mayor costo sólo pudieron ser ofrecidos a algunos productores y se dejó de proporcionar factores que por su menor costo podrían y deberían haber sido ofrecidos a todos los agricultores. Se les proporcionaron factores “perpetuadores” de dependencias en vez de ofrecerles factores emancipadores de ellas. Se intentó hacer lo que dependía de recursos escasos (capital) y se dejó de hacer lo que dependía de recursos abundantes (mano de obra, conocimientos y tecnologías apropiadas).
Ejemplos similares a éstos se repiten en todos los países de América Latina y confirman las siguientes lecciones adquiridas en estas últimas décadas: a) los aportes de recursos materiales y financieros exógenos a los predios aunque siempre deseados por los agricultores y muchas veces técnicamente deseables, no son suficientes si previa o paralelamente no se capacita a los agricultores para que sepan usarlos racionalmente; y b) en gran parte dichos aportes exógenos serían prescindibles si los productores recibiesen una adecuada capacitación para disminuir su dependencia de ellos, priorizando (no necesariamente reemplazando) las tecnologías de proceso (de conocimientos) por sobre las tecnologías de producto (de insumos).
Todo lo anterior permite concluir que, al contrario de lo que suele afirmarse, la principal causa del subdesarrollo rural no ha sido tanto la insuficiencia de recursos como la falta de conocimientos adecuados para que los agricultores se volvieran: a) menos dependientes de recursos a los cuales no pueden acceder; y b) más eficientes en su utilización cuando estén disponibles. Varios estudios de la FAO avalan fehacientemente esta aseveración2.
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