Resumen a inicios de siglo XX el negocio ovejero en Patagonia meridional había adquirido la forma de un gigantesco imperio organizado según los modernos criterios de producción británicos.






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Pasajeros del poder propietario.

La Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego y la biopolítica estanciera (1890-1920)
Joaquín Bascopé Julio1
Resumen
A inicios de siglo XX el negocio ovejero en Patagonia meridional había adquirido la forma de un gigantesco imperio organizado según los modernos criterios de producción británicos. La condición operativa de dicho imperio fue la producción de un desierto biopolítico que evacuó no sólo la competencia –ganadería pionera– o las jurisdicciones nacionales, sino toda forma viviente que obstruyese los flujos mercantiles, animales y humanos bajo su control. No obstante, la misma forma de este poder propietario, la estancia con sus rasgos post-industriales, permitió la emergencia de otras formas de circulación por el desierto, de otros pasajeros, que desviaron o detuvieron, al menos parcialmente, los engranajes de la máquina estanciera.
Palabras clave : historia estanciera, biopolítica, nomadismo obrero

Passengers of landowner’s power.

The Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego and estancia’s biopolitics (1890-1920)

Abstract
In the early 20th century the Patagonian sheep-farming business becomes an enormous empire following the British forms of production. The eradication not only of national sovereignties or other sheep-farmers challenged it, but of any living form obstructing goods, animals and men fluxes under his control, was the biopolitic desert necessary to landowner power. These hegemonic condition, with the post-industrial estancia as reference, allowed, however, different ways of “crossing the desert”, subversive modes of being a passenger in it, that have partially interrupted the sheep-farmer’s machine performance.

Keywords : estancia’s history, biopolitics, nomadic workers


Los cierros interminables guardan dentro de los alambradas piños enormes de ganado lanar. Por ninguna parte aparecen construcciones o cuidadores y ovejeros. Hace ya una hora que corremos por los campos de “Caleta Josefina”; nuestro auto es el único ser mecánico con vida que turba el silencio grandioso de toda aquella inmensidad2
Presentación
En los primeros días de abril de 1918, el capitán de ejército Arturo Fuentes Rabé, comisionado por el ejército chileno, inició su primer viaje a la Tierra del Fuego. En su trayecto pudo recorrer buena parte del imperio ganadero de la Sociedad Explotadora Tierra del Fuego (SETF), a la sazón soberana en la isla y en buena parte de la Patagonia meridional. De sus impresiones surgiría “Tierra del Fuego y los Canales Magallánicos” (1923), la obra etnográfica sobre la vida estanciera más detallada con la que contamos actualmente. La motivación del libro salta rápidamente a la vista: Chile se había percatado de un enorme negocio que prosperaba en los confines de su territorio, un negocio donde capital y trabajo eran indiferentes a las fronteras –geográficas y culturales– de la nación3 (chilena, pero también argentina).
Quizás sin saberlo, Rabé aterriza en un momento crucial: en la fecha de su viaje, la Patagonia es el teatro de tensiones entre estas fuerzas económicas y políticas. Asistimos con él tanto al esplendor de la crianza ovina –y al de la Explotadora en particular–, como a la víspera de las revueltas obreras que desembocarían en sangrientas represiones en ambos países. El periplo del militar pretendió entonces dar cuenta de esta patria tan ajena, registrando con meticuloso detalle las formas de organización de los establecimientos que eran allí soberanos. Fuentes Rabé se interesa por las condiciones geográficas, técnicas y sociológicas del funcionamiento de la estancia (desde la naturaleza de los emplazamientos hasta su dotación mobiliaria y ganadera pasando por la nacionalidad de sus empleados y la jerarquía laboral que los vinculaba).
En el siguiente trabajo pretendemos presentar algunas de las observaciones del militar, específicamente aquellas concernientes a la organización estanciera, complementándolas con la desclasificación de documentación inédita extraída principalmente del Archivo del Instituto de la Patagonia (A.I.P) en Punta Arenas. Se trata de copiadores de cuentas, de inventarios y de correspondencia entre las administraciones de las distintas secciones de la SETF, en un período que va de 1890 a 1920. Intentaremos, de este modo, esbozar lo que sería una sociología histórica no sólo de la actividad productiva sino de la cotidianeidad de la estancia como institución estructurante de la socialidad patagónica de comienzos del siglo XX. Sugeriremos como hipótesis que la lógica estanciera, encarnada en la Explotadora, se revela bien distinta de los modelos sedentarios, propios a la vez de un sistema agro-ganadero como de un polígono industrial. Por el contrario, el motor tecnológico que la estructura, así como el flujo obrero que la alimenta, combinados en el repliegue estepárico, hicieron de la crianza ovina una máquina en movimiento, a medio camino entre la astucia pastoril y las prácticas post-industriales; no ya un “establecimiento”, sino un enclave, un lugar de parada y de pasaje, o, como su nombre bien indica, una “estancia”.

1. La Sociedad Explotadora Tierra del Fuego entre 1890 y 1920.
Al finalizar el siglo XIX el negocio ovejero en la Patagonia meridional y la Tierra del Fuego era ya una próspera realidad. Una primera generación de colonos, principalmente ingleses y alemanes, se había desperdigado por el territorio ocupando las mejores zonas de pastoreo a ambos lados de la frontera. Pese a no ser dueños de la tierra –el arriendo fue la forma general de tenencia–, los pioneros habían aumentado rápidamente la masa ganadera, tanto que para 1897 sólo el territorio de Magallanes contaba más de 800 mil cabezas. La sinergia entre migrantes, ovejas, geografía y clima daban por resultado una colonización vertiginosa, arrinconando o exterminando a los antiguos ocupantes (tehuelches y onas, principalmente).
Pero la noticia de la bonanza ovejera iba a seducir a los capitalistas metropolitanos y, tras la formación de poderosas sociedades ganaderas, los campos comenzaron a concentrarse en unos cuantos monopolios que generaron las condiciones socio-productivas ideales para el desarrollo de la actividad: un desierto demográfico interrumpido por enclaves tecnológicos con necesidad de mano de obra estacional.
La Sociedad Explotadora Tierra del Fuego fue la más importante de estas sociedades y la expresión más acabada de esta estrategia. Constituida en septiembre de 1893 a partir de la enorme concesión (1 millón de hectáreas) que el portugués José Nogueira obtuviera en 1890 del gobierno chileno en Tierra del Fuego, la Explotadora logró en menos de 20 años ocupar los mejores campos de Magallanes, Santa Cruz y Tierra del Fuego. El yerno de Nogueira, Mauricio Braun, tomó, tras la muerte de aquél, las riendas de la compañía en sus orígenes. Fue Braun quien logró el apoyo inicial de la poderosa casa comercial británica Duncan, Fox & Co., una decisión que determinaría no sólo el destino de la SETF sino de la Patagonia entera4. En efecto, la alianza con la Duncan ofreció a Braun el sostén financiero que necesitaba para gestionar con buen margen la instalación de la que sería la más grande red ganadera en la historia de la región. Por la vía de remates, de fusiones con otras sociedades o por la compra directa5, la Explotadora puntuó la estepa patagónica con enclaves industriales (los cascos) y sus respectivos anexos (secciones y puestos ovejeros) a la vez autónomos y dependientes del flujo de mercaderías, de tecnología, de mano de obra, de capital, etc., que los conectaba, a través de la propia Duncan, con los mercados occidentales6. Fue en gran medida este sistema de mediaciones local-global lo que permitió a la Explotadora llevar el negocio de la crianza ovina a un extraordinario nivel de rentabilidad.
Comenzando en 1893 con la colonización de la costa occidental de la Tierra del Fuego (estancia Caleta Josefina), la compañía organizó desde entonces un complejo entramado de relaciones de producción sostenido por un poder económico hasta entonces inédito en la región. Las sumas requeridas para la puesta en marcha de tamaño negocio implicaban un seguro colchón financiero con el que avanzar sin retardo –y sin riesgos– en la constitución del latifundio. En efecto, una de las potencias de la Explotadora fue desde un comienzo su vocación expansiva: 12 años después de organizada la concesión Nogueira en Tierra del Fuego, la empresa procedió a ampliar sus territorios hacia la provincia de Última Esperanza donde adquirió en remates sucesivos los derechos de los pioneros arribados 15 años antes7 hasta ocupar el 90% de las tierras de pastoreo. Un operación similar tuvo lugar en Santa Cruz, con arrendamientos en campos de la antigua concesión Grünbein más 180 mil hectáreas en propiedad, que formaron la inmensa estancia Fuentes del Coyle (limítrofe con la sección Cerro Castillo en Chile). A lo anterior se suma la fusión en 1906 y 1910 con las dos sociedades que representaban la competencia. Así, “a los diecisiete años de existencia, la Sociedad representaba una dotación de campos dedicados a la ganadería de 2.900.000 hectáreas aproximadamente y un capital pagado de £1.500.000, aparte de las reservas acumuladas” (Durán, 1951: 43).
Esta estrategia no habría sido posible sin el favor político de las élites de ambos países que, teniendo en muchos casos intereses económicos directamente comprometidos, propiciaron una política fundiaria tendiente al monopolio. Ello pese a que el discurso gubernamental se jactaba de intenciones soberanas y civilizatorias, tales como la generación de centros poblados, cuando de hecho la región se vaciaba demográficamente (Bandieri, 2005).
Pero, más allá o más acá de su capacidad financiera para constituir la propiedad y la masa ovina, la Explotadora debía administrar eficientemente la enorme extensión que ocupaba; debía, de hecho, poner en marcha el motor ganadero. Para ello generó dos tipos de movimiento: por un lado, tecnologizó la producción introduciendo moderna maquinaria y apuntando en general hacia el automatismo de las faenas, y por otro, recurrió a mano de obra a la vez jerarquizada, calificada y estacionaria. Nos detendremos brevemente en estas dos operaciones.

Las máquinas
La Explotadora, como iremos advirtiendo, concebía su dominio como un desierto. Un desierto que, antes que civilizar, era preciso industrializar. Por esto, fue más bien la maquinización, en lugar de la población, lo que se expandió en el territorio de la empresa.
Habiendo alcanzado la industrialización británica su apogeo –así como el control político de sus colonias y su hegemonía en el tráfico marítimo–, y dado el carácter eminentemente británico de la colonización pastoril patagónica8, no es de extrañar que las últimas herramientas y técnicas aplicadas en Lancashire, Manchester o Liverpool, se expandieran rápidamente al confín del mundo.
De hecho, la vocación despobladora de la Explotadora se explica en parte por una ecuación en la cual si una de las variables era el latifundio, la otra era la tecnologización de las faenas. Esto último, que en el período pionero había quedado sólo esbozado, permitía altos niveles de producción con un mínimo de mano de obra9. Salvo en la primera –y rápida– fase de instalación, donde la construcción de los cascos estancieros (casas patronales y de obreros, galpones, corrales, talleres, etc.) requirió de un buen número de obreros, la crianza ovina se caracterizaría por su automatismo; un sueño industrial curiosamente cumplido en la “estepa”. En efecto, la ganadería ovina devino un laboratorio donde las fábricas de fierro y de acero británicas, así como el “know how” de sus técnicos, pudieron realizar una experiencia inédita. Desde los clavos hasta los tractores, desde el alambre hasta las prensadoras de lana, desde las planchas de zinc hasta los automóviles, el “complejo estanciero” albergaba los avances recientes de la industria europea y los ponía al servicio de la producción ovejera.
La mejor referencia de esta abrupta tecnologización es la faena de esquila que, junto con el beneficio frigorífico, concentraban la mayor parte de mano de obra y maquinaria. De hecho, desde la sustitución de la tijera y del corte a campo abierto por las guías eléctricas –alimentadas a motor­– en el interior del galpón, la industria no ha evolucionado mayormente10.
Aunque es preciso anotar que, tal como sucedió en Gran Bretaña en los primeros años de industrialización, ni en las instalaciones ni en la maquinaria estamos ante la iluminación ingenieril sino más bien ante un saber práctico (Hobsbawn, 1977: 54), incluso artesanal (Benavides et alter, 1996: 75), adaptado a las circunstancias patagónicas con el sólo afán de resolver problemas productivos concretos. Fuentes Rabé subraya el carácter amateur, aunque sumamente práctico de los mecánicos de la Explotadora, oficio vertebral de su organización. El militar describe a ex-marinos alemanes transformados en eficientes mecánicos a cargo de los talleres de Caleta Josefina (Fuentes Rabé, 1923: t.II, 26) o de las sorprendentes “maquinarias elaboradas por Osorio [mecánico de la estancia Springhill] [...] nacidas únicamente en su cerebro11, mientras que en los informes de la administración central observamos la permanente circulación de otros técnicos que mantenían a punto la máquina Explotadora12.
Pese a ello, el estancamiento tecnológico desde entonces hasta la actualidad es evidente, y se debe al hecho que ni la SETF ni el resto de estancieros se interesaron en ir más allá del beneficio inmediato, esto es, la extracción y venta de materia prima sin agregar otros procesos fabriles al producto. Allí se detuvo la inversión13, ciertamente, pero allí también estuvo quizás la clave del éxito económico: altos rendimientos basados en las dimensiones de la explotación con baja inversión y baja innovación tecnológica.
Por último, a diferencia de las concentraciones urbanístico-demográficas donde este saber práctico, soporte de la tecnología estanciera, se articuló como “revolución” social, en la continuidad ovejera de las estancias, interrumpida sólo por un par de poblaciones (Punta Arenas, Rio Gallegos, Porvenir y posteriormente Puerto Natales), herramientas y técnicas se estructuraron como islas tecnológicas donde lo social fue un flujo disperso que las conectaba. Es de hecho una circulación permanente de capital, de mercancías, de animales y, sobre todo, de mano de obra, lo que constituyó de manera más general la “tecnología estanciera”, que en este último aspecto se aproxima, antes que a los albores del industrialismo, a formas más bien post-industriales.

La fuerza de trabajo
La Explotadora necesitaba obreros –y no campesinos– calificados. La faena ovejera requería una simple aunque fina división social del trabajo –ausente en la ganadería pionera (1877-1900)– que, por otra parte, se concentraba durante la primavera y el verano –alcanzando su punto máximo en el período de esquila. Es decir, la estancia exigía una mano de obra heterogénea y especializada, al mismo tiempo que estacional14. En un principio, ante la ausencia de fuerza de trabajo y siguiendo el modelo anglosajón de crianza, se convocó en los puertos británicos –Nueva Zelandia y Australia incluidas–, a un gran número de ovejeros –con sus respectivos perros, indispensables para el trabajo– para poner en marcha los nuevos establecimientos. Con los años el saber ovejero se traspasaría a obreros de otras nacionalidades –que ya desarrollaban otros oficios en la industria ovina–, sustituyendo lentamente la homogeneidad pastoral británica. No obstante, un ordenamiento raciológico-nacional, antes apenas esbozado, cristalizó en la estructura socio-productiva de la Explotadora hasta bien entrado el siglo XX: los cuadros superiores –administradores, sub-administradores, capataces– eran exclusividad de británicos, mientras que, descendiendo en la jerarquía y a medida que se diversificaban los oficios –ovejeros, mecánicos, campañistas, almaceneros, cocineros, carreros, alambradores y peones en general, más los oficios propios de la esquila– se diversificaban también las procedencias –chilenos y argentinos ocupando los puestos menos calificados y peor remunerados.
En 1918 en la estancia Springhill, por ejemplo, “el 50% de los esquiladores son estranjeros, en su mayoria austriacos y yugoeslavos”, aunque el administrador le confiesa a Fuentes Rabé estar "empeñado [...] en procurarme un porcentaje superior de chilenos, pues, he llegado a la conclusion de que este trabajador es un elemento sano de ideas y ajeno a los disturbios que ocasionan las huelgas.", (Fuentes Rabé, 1923: t2. 81). Rabé, a su vez, celebra la calidez del “elemento nacional” cuando visita el galpón, en plena faena de esquila, y los obreros chilenos –chilotes en su mayoría– lo saludan afectuosamente mientras los extranjeros permanecen concentrados en el trabajo sin distraerse un segundo. El administrador inglés afirma, por otra parte, que los chilenos son más cariñosos con el animal y que no les importa terminar esquilando menos ovejas con tal de causar el menor daño posible al animal15. Se debe anotar del mismo modo, así como el aislamiento de las estancias, el poco contacto entre administradores y subalternos16 –entre otras razones porque el inglés era la lengua franca–, delegándose en los capataces la organización in situ de la faena.
El estilo de vida victoriano de las administraciones en medio del desierto contrastaba doblemente con la ruda experiencia obrera. Por un lado, a la larga y estricta carrera que debía seguir un cadete empleado por la Explotadora hasta convertirse en administrador (Martinic, 2001: 189-193, Trincado, 2000), se oponía la vacilante trayectoria de una masa obrera en permanente incertidumbre respecto a su recontratación la temporada siguiente. En efecto, salvo la plantilla estable, esto es, administradores, contadores, capataces, ovejeros, bodeguero y cocinero –plantilla variable según el tamaño y dotación de la estancia–, el resto de empleados oscilaba al ritmo de la actividad estanciera. Por otro, si la cúpula administrativa se constituía en una vida de fidelidad a la empresa, la relación con los trabajadores –o con la mayor parte de ellos– se adecuó tempranamente a un régimen de subcontratación –tal como lo observamos hoy en día– que eximía a la Explotadora de la responsabilidad salarial, alimentaria, médica –y social en general– sobre sus empleados. La figura del Contratista asumió así, especialmente durante la temporada de esquila (aunque también en otras, como de alambrado), el rol de mediación entre el administrador y los trabajadores. Volveremos sobre esta oscilación laboral más abajo.
Con todo, en lugar de aglomerarse como desempleados en la ciudad en fechas de inactividad, muchos obreros optaban por deambular entre las estancias17. Precisamente esta forma deambulatoria, que pareciera inherente a la región18 y que no sólo concernía a los obreros sino que, creemos, era un pilar en la organización de la SETF, es la que nos interesa estudiar más detenidamente a continuación.
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